INEVITABLE

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Óscar


Cuando el nuevo año empezó, Andrea desistió sobre la idea de impedir la boda de Diego, así que decidió que era momento de avanzar e intentarlo con alguien más. ¡¿Alguien más?! Claro que no. No iba a permitir que ella, la mujer a la que yo amaba como a la vida misma, saliera corriendo a los brazos de otro hombre cuando finalmente la tenía solo para mí. Para mi buena suerte, todos eran una bola de perdedores de cara bonita. Buen cuerpo, pero sin ambiciones.

Andrea y yo no éramos una pareja ni nada de eso, no teníamos ninguna relación salvo la amistad, o bueno, la confianza que poco a poco íbamos recuperando. Nunca perdiendo nuestros respectivos roles como los jóvenes padres de Valentina que éramos. No existía nada más allá de lo rudimentario; ya no había miradas, ni bromas, y mucho menos tiempo a solas. Habíamos pasado de ser los mejores amigos, a prácticamente desconocidos que compartían el amor y cuidado de una niña de ahora cuatro años.

Pero la amaba.

Amaba a Andrea, y sin importar con quién saliera o quién intentara cortejarla, lo cual me hacía reventar y volverme loco de los celos, ella siempre llegaba a casa conmigo para dormir bajo mi techo. Ella siempre volvía a mí. Era mía sin saberlo y yo demasiado cobarde para decírselo.

—¡Santi! — Valentina soltó mi mano y salió proyectada hacia Carlos y Mariel que estaban cubriendo al pobre e indefenso Santiago en bloqueador.

Valentina lo abrazó por detrás, Santiago se puso rojo como un tomate. Te entiendo perfecto, pequeño amigo. Vete acostumbrando, sólo empeora.

—¿Qué haces aquí?— lanzó Diego a nuestras espaldas. Nos dimos la vuelta. Lucía realmente molesto.

—Tranquilo, no iré a tu boda.— aclaró Andrea— Aún no puedo dejar solo a Óscar con Valentina por tres noches seguidas.

—Te pedí personalmente que no vinieras. — Alzó la voz.

—Oye, tranquilízate.— Dije, Diego me ignoró.

—Andrea, te lo pedí. ¿Tan difícil era hacerme un maldito favor?—dio dos pasos hacia ella, invadiendo su espacio personal.

Ella permaneció callada, demasiado callada para mi gusto.

—Diego, ya es suficiente.— Puse una mano en su hombro, con un movimiento la quitó.

—¿No entiendes que estando tú aquí, todo se arruina? —La tomó por los hombros y la sacudió.

Algo oscuro despertó en mi interior. Sin necesidad de utilizar demasiada fuerza, lo empujé hacia atrás y lo sujeté por el cuello de su camisa blanca. Me coloqué entre ellos logrando así, una barrera. Miré a Diego directamente a los ojos antes de decir:

—Vuelve a tratarla así, y voy romperte la cara sin importar que me lleven preso.

—Óscar... —llamó Andrea en voz baja, casi inaudible. Sus pequeños dedos presionaron alrededor del músculo de mi brazo.

—Ve con Mariel y la niña, ahorita las alcanzo. —ordené sin quitar la vista de Diego.

Andrea obedeció y se alejó lo suficiente para que yo pudiera hablar con el cabrón que tenía por amigo. Solté a Diego mientas le preguntaba:

—¿Cuál es tu maldito problema? —Bufando me dio la espalda. Avanzó hacia el área de equipaje, lo seguí. —¿Qué está ocurriendo contigo?

Giró en mi dirección, totalmente exasperado, completamente furioso. Pellizcó del puente de su nariz y respiró pesadamente, siempre hacía eso cuando estaba estresado.

Hasta Que El Sol Se CongeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora