TU MEJOR MOVIMIENTO

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Andrea

Un auto pitó demasiado cerca de la acera, miré a ambos lados antes de cruzar la calle. Aún no entendía cómo había más dinero en mi cuenta y justo el que necesitaba para pagar mi renta retrasada. Mi pensamiento inmediato fue suponer que mis amigos tenían algo que ver al respecto.

Cerca de la academia había una cafetería, no acostumbraba a comprar ahí, pero en esa ocasión entré por algo de beber. No supe por qué, es una de esas veces que sientes como si algo te jalara y prácticamente te obligara a hacer algo que no sueles hacer normalmente. Fui directo a la caja mientras sacaba la cartera de mi mochila. Me decidí por algo y ordené. Me senté en un sillón a revisar los mensajes en mi teléfono celular, a una distancia no muy lejana escuché varias risas, pero hubo una en especial, bastante profunda y varonil, que llamó mi atención. Alcé la vista sólo para conseguir que se me secara la boca. ¡Era él! No podía creerlo, Diego se encontraba al otro lado del establecimiento. No me había divisado aún, tal vez porque no había nada fuera de lo común en mí. Como sea, estaba indecisa entre acercarme a él o tratar de llamar su atención, pero entonces, algo que hizo a mis intestinos retorcerse sucedió.

Vi el momento justo en el que dio un trago a su café y con familiaridad acarició el brazo de la mujer que se encontraba a su lado antes de acercársele y susurrarle algo que la hizo sonreír con picardía. ¡Por supuesto! Claro que sí, un hombre como él no podía permanecer soltero durante mucho tiempo, es decir, sólo había que mirarlo para envidiar a la mujer desconocida que podía tenerlo. Quizá sí imaginé la chispa que hubo entre nosotros la otra noche. Habría sido demasiado bello para ser verdad.

Parpadeé. Diego le besó el hombro a su acompañante, y al alzar la cabeza, me encontró. Se enderezó rápidamente y se sentó correctamente. Encontrarme en ese lugar no estaba en sus planes, eso lo descolocó. Casi podía jurar que lucía nervioso, pero se compuso de inmediato. Noté como se disculpaba y se levantaba de su mesa, la cual compartía con otros tipos vestidos de traje y la señorita sonrisas coquetas. Acomodó su saco y se acerco a mí. Ahora era mi turno para entrar en pánico.

Se aclaró la garganta antes de hablar. —Hola, Andrea.

—Hola. — traté de no sonar como si no me faltara la respiración. —Qué extraño encontrarnos aquí, ¿verdad?

—No lo digas, el lugar más improbable del planeta y aquí estamos. Yo vine por una junta informal. —Señaló hacia la mesa— ¿A ti qué te trae por aquí?

Eché un vistazo a sus acompañantes y me percaté de que una morena en especial, independientemente de la teñida pelirroja, me miraba con prepotencia. Desvié la mirada.

—Tengo que dar clase en quince minutos, venía del banco y por alguna razón decidí que era buena idea comprar algo.

— ¿Buenas noticas del banco?

Le sonreí de pronto. —A que no sabes qué me pasó.

—No lo sé. — sonrió de vuelta.

—Por obra de magia, en mi cuenta está el dinero suficiente para liquidar unas deudas que tengo. Es como si hubiera aparecido un ángel guardián para ayudarme a no perder lo único que tengo.

— ¿Y alguna idea de quién fue ese héroe misterioso?— cruzó los brazos frente a su pecho.

El movimiento hizo que sus músculos se marcaran a través de la ropa. Tragué saliva al imaginarme la sensación de sus brazos alrededor de mi cuerpo, haciendo cosas un tanto eróticas.

— ¿Andrea?

Salí de mi fantasía. Me ruboricé de inmediato.

—Sí, de seguro fueron mis amigos. Debieron encontrar las facturas y el resto es historia. Siempre me andan salvando, pero te prometo que voy a pagarles.

Hasta Que El Sol Se CongeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora