TUYA

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Diego

El pasillo de alimentos congelados era demasiado amplio como para que pudiera encontrar la endemoniada cubeta de helado sabor vainilla con nueces y almendras. Óscar había sido el encargado de buscar los vasos de plástico rojos junto con el alcohol mientras yo me ocupaba de los comestibles para la fiesta de cumpleaños número veintitrés de Isabella. La ahora no tan niña nos había condicionado a darnos el viaje para dos a Las Vegas que su antiguo novio le había obsequiado, eso si Óscar y yo le organizábamos una gran fiesta y pasábamos toda la noche con ella y sus amigas. En ese momento, parecía una oferta que no podíamos rechazar; ahora no estaba seguro de que hubiese sido la mejor idea.

Escuché un fuerte silbido a mi izquierda, Óscar venía caminando a paso lento con los brazos atiborrados de botellas de licor y tres bolsas con docenas de vasos rojos.

—Necesito una mano. —pidió, intentando no tirar ninguna botella mientras avanzaba.

Solté el carrito y fui trotando directamente hacia él para auxiliarlo.

—Te dije un par de botellas, no un arsenal. — Sus brazos se estaban debilitando por el peso, así que con cuidado tomé unas cuantas y juntos caminamos de vuelta al carrito. —¿Quién demonios va a ingerir tanto alcohol?

—Son jóvenes, ellos toman lo que sea. —Óscar lo dijo como algo que era obvio, y estuve completamente de acuerdo con él.

Acomodamos las doce botellas cuidadosamente: Tequila, ron, whisky, vodka, brandy, más tequila, más brandy y unas cuantas ampolletas de redbull. Más valía que no hubiese menores de edad en esa fiesta, o si no, estaríamos jodidos.

Por el rabillo del ojo vi dos carritos más avanzar por el pasillo en direcciones contrarias, el primero se detuvo a dos metros del nuestro, y el segundo hizo parada a la altura de la pizza congelada, justo a mi lado. El hombre cercano a Óscar era grande y asqueroso, tenía rastros de cabello castaño por la calva y por su olor me di cuenta que hace más de tres días que no usaba la regadera. A mi derecha y un poco lejano olfateé algo más agradable, un adorable perfume de cítricos al cual no le di importancia; el hediondo hombre llamó más mi atención al vaciar el anaquel correspondiente a los dedos de pescado. Óscar hizo una mueca de asco, y se inclinó a abrir el refrigerador de los helados, agarró seis botes de diferentes sabores y mientras lo hacía, saludaba y sonreía a una pequeña niña de cabello negro que estaba sentada dentro del carro a nuestra derecha, la cual reía sin parar olvidándose de su adulto responsable que parecía tener una conversación con la promotora de alimento para bebés. La mujer a pesar de que nos daba la espalda, aferraba con su mano el costado del carrito. Su cuerpo sí que llamó mi atención, piernas largas, caderas grandes y una espalda prometedora para una soportar una intensa noche de sexo.

Lindo...

La niña en el carrito estalló en una gran y aguda carcajada provocada por la mueca graciosa de Óscar. Me di la vuelta y mi amigo hizo lo mismo, Óscar finalmente cerró la puerta del congelador, avanzamos por el pasillo. El hombre robusto y calvo también avanzó pero en dirección contraria con su carro repleto de cervezas y comida chatarra; el sujeto se detuvo y trató de entrometerse en la plática de la promotora de papilla y la sexy nana de la pequeña de conjunto violeta. Negué divertido por el absurdo intento del individuo de coquetear con aquellas mujeres. Cogí un par de bolsas de mango y fresa congeladas y las arrojé dentro del carrito de supermercado.

—Diego.—balbuceó. —Diego...

Óscar tocó mi hombro con su dedo varias veces y luego tiró de mi camiseta

—¡Qué! —alcé la vista, Óscar tenía la boca semi abierta y sus ojos estaban al doble de su tamaño, su respiración pasó de ser normal a ausente y su mejilla derecha empezó a temblar.

Hasta Que El Sol Se CongeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora