Capítulo 3.

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Suspiro aburrida una vez más mientras balanceo mis piernas de adelante hacia atrás. Se escuchan pasos afuera en el pasillo y luego la puerta de la habitación se abre. El chico de los ojos verdes avienta su mochila en el piso, para luego prender la luz de la habitación. Lleva una bermuda roja al igual que su camiseta del mismo color, en la cual tiene escrito el número 15 por detrás. Talla su rostro con sus manos y resopla cansadamente, sentándose en la orilla de su cama.

—¿Estás bien? —Pregunto, sintiendo curiosidad.

Pega un brinco al escuchar mi voz y se va directo al piso, estrellando su trasero contra éste. Arrugo mi frente. Me mira como si hubiese visto a un fantasma y...

Oh, esperen. Yo soy el fantasma.

—Qué rayos —murmura poniendo una mirada de loco, y comienza a negar rápidamente. Aprieta los ojos con fuerza y con la mano derecha se golpea la cabeza. Miro detrás de mí, con el ceño fruncido. ¿Acaso sufre de problemas mentales?

Abre los ojos mirándome de nuevo y se echa para atrás, intentando ponerse de pie. Levanto una ceja.

—¿Cómo entraste hasta aquí? —Pregunta, con la voz temblorosa. Inclino mi cabeza hacia un lado y es cuando entiendo. Está asustado.

Me encojo de hombros.

—Ni yo lo sé, sólo pensé en ti y aparecí aquí —suspiro dramáticamente— Más ventajas de ser un fantasma, supongo.

—Sólo... para, ¿quieres? —Dice, poniéndose de pie— No te conozco, no sé porqué me haces esta broma, pero detente ya —. Traga saliva con nerviosismo.

—¿Sigues creyendo que es una broma? —Ruedo los ojos— Viste mi cuerpo y el nombre grabado bajo la foto.

Niega rápidamente.

—Vete de mi casa o juro que llamaré a la policía.

Suspiro, cruzando mis piernas para recargar mis codos en mis rodillas y mi barbilla en mis manos.

—Hazlo —respondo, aburrida.

Frunce el ceño, pero haciendo caso, saca su celular del bolsillo y marca los tres números.

—¿Sí? Hola, necesito ayuda —guarda silencio— Una chica se ha metido a mi casa y se niega a irse —me mira con desconfianza— No, no la conozco ni sé su nombre. Sólo quiero que manden a alguien y la saquen de mi casa —vuelve a guardar silencio, sin quitarme la mirada. Demonios, no podría estar más aburrido el asunto—. Con Jeremy. Sí, ese es mi nombre —rueda los ojos por cualquier cosa que la mujer u hombre le haya dicho— Bennett. Jeremy Bennett —resopla frustrado— Es la misma dirección, sí —. Responde casi con molestia— Gracias.

Termina la llamada y me mira con recelo.

—¿Te llamas Jeremy? —Pregunto, tratando de aligerar el ambiente. Su ceño se profundiza y se queda en silencio, ignorando mi pregunta bastante obvia— Qué grosero —. Me quejo.

Después de unos minutos llaman a su puerta y una sonrisa aparece en su rostro. Sale de su habitación casi corriendo, me pongo de pie y camino por el pasillo tomándome mi tiempo. Cuando voy bajando por las escaleras puedo ver al oficial en el umbral de la puerta. Jeremy le da el paso encantado de que haya llegado. El hombre luce como de 30 o 35, piel morena y unos ojos aceituna bastante hermosos.

—¡Ahí está! —Casi grita señalándome y con los ojos brillosos, justo cuando bajo el último escalón— ¿La ve? Debe sacarla de aquí, tal vez arrestarla —asiente orgulloso por la idea.

El oficial frunce el ceño y casi me río. Lo voltea a ver y regresa la mirada a donde había señalado. Suspira hondo, colocando sus manos en su cintura y regresa la mirada a Jeremy.

—Escucha, chico —comienza— Allá afuera hay personas que necesitan ayuda, no estoy para jueguitos de adolescentes aburridos. Si vuelves a llamar, haré que al que arresten sea a ti.

Jeremy frunce el ceño tan confundido y asustado que, esta vez no soy capaz de aguantar la risa.

—Pero... Pero... —tartamudea— Ella... Ella está detrás de usted... Cómo... ¿Cómo es que no la ve?

El oficial voltea nuevamente hacia atrás y regresa la mirada al chico.

—No hay nadie detrás de mí —habla, fastidiado— ¿Fumaste o te metiste algo?

—¿Qué? —pregunta casi en un murmullo.

—¿Usas drogas? ¿Marihuana, anfetamina, cualquier otra droga o medicamento? —Insiste.

—No... Yo... —tartamudea de nuevo, mirándome esta vez. Sonrío sin ganas y me encojo de hombros.

—¿Dónde están tus padres? —Sigue preguntando el oficial.

Jeremy traga nerviosamente y cierra los ojos, comenzando a negar poco a poco.

—Ellos no están —se aclara la garganta— Lo lamento, sólo... sólo era una broma —continúa, viendo al oficial.

El hombre tensa su mandíbula y lo mira por unos segundos antes de caminar hasta la puerta e irse, no sin antes recordarle que por esta ocasión lo iba a dejar así pero que si vuelve a llamar, lo arrestaría a él.

Ambos nos quedamos en un silencio incómodo. Él decide sentarse en su sillón y yo sólo me quedo de pie observándolo. Algo acosadora, lo sé, pero qué diablos, soy un maldito fantasma, puedo hacer lo que quiera.

—¿Por qué yo? —Escucho su voz ahogada.

—¿Tú qué? —Pregunto tontamente.

—¿Por qué me elegiste y no a otra persona? Es decir, si eres un fantasma, claro.

Ruedo los ojos. Ya ni yo tardé tanto en aceptar que estaba muerta.

—Yo no te elegí, ni siquiera te conocía hasta hoy —resoplo— Pero al parecer eres el único que puede verme.

Me mira con el entrecejo fruncido e inhala lentamente.

—Prueba que eres un fantasma.

—¿Hablas en serio? —Pregunto, como si fuera un idiota.

—Sí, muy en serio. Atraviesa la pared, anda.

—No, gracias. Lo intenté con una puerta y sólo terminé estrellando mi cráneo fantasmal. Al parecer puedo aparecerme en lugares pero no atravesar puertas. Ja. Super lógico.

—¿Entonces cómo voy a saber que eres... que estás muerta? —Hace comillas con sus dedos— Tal vez todos se pusieron de acuerdo para actuar como que no te ven.

Estrello mi mano contra mi frente. No es más cabezota porque no la tiene más grande.

—Aparte, mírate. Ya hasta bañada estás.

—No estoy bañada, genio. La mugre, la sangre y las heridas desaparecieron cuando me di cuenta que realmente era yo la que estaba en ese féretro.

—Pero...

—Ponte de pie —ordeno, antes de perder la cabeza. (Cosa que es graciosa porque lo que ya perdí es la vida).

—Para qué...

—¡Ponte de pie! —Exclamo. Se pone de pie con el rostro pálido, delatando lo asustado que se encuentra— Estira los brazos.

Lo hace. Respiro hondo, preparándome mentalmente para hacerlo de nuevo. Desde que me pasó con papá me da una sensación de miedo, el tan sólo querer hacerlo de nuevo o que lo haga accidentalmente.
Sus brazos estirados quedan frente a mí. Camino hacia ellos, atravesándolos sin sentir nada más que ganas de llorar. El rostro de Jeremy se empalidece aún más y se tira al sillón con la boca abierta.

—Eres... Tú... Estás...

—Un fantasma. Sí, yo. Muerta.

Trago dolorosamente al decir la última palabra. No sé porqué, pero bromear sobre eso o mencionarlo ahora, ya no se siente tan bien.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora