8. Jared

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Siseo de dolor una vez más y me alejo del algodón que Lissa tiene presionado contra mi labio. Ella rueda los ojos y sostiene mi mentón en un agarre firme.

—Jared, deja de moverte por favor, esta parte es la última que falta de curarte. Has estado quejándote como una nenita por casi una hora.

Le sonrío ampliamente y hago una mueca cuando acerca el algodón de nuevo. En cuanto llegamos a mi apartamento, después de subir las escaleras a una velocidad de anciano con problemas lumbares, nos metimos a duchar y Lissa enseguida se encargó de mis heridas. Realmente había estado quejándome y más porque noté que mis manos dolían tanto y estaban tan hinchadas que no podía escribir ni un maldito mensaje en mi teléfono o sostener una pluma. No tenía forma de comunicarme con ella, de preguntarle si estaba bien o simplemente saber que pasaba por su cabeza. Estaba frustrado y el alcohol ardía como una mierda. Así que, sí, iba a lloriquear como una nena un poco más.

Lissa empapa el algodón con un líquido color rosa de un frasco y lo presiona contra mi boca de nuevo. Esto arde mucho más por lo que aparto su mano gruñendo.

—¡Jared! Maldita sea hombre, deja de malditamente moverte o voy a atarte a la cama.

Eso inmediatamente trae una imagen muy gráfica a mi mente que hace que haga una mueca por una razón diferente. Cuando Lissa se acerca de nuevo, empujo su mano una vez más y aparto mi cabeza sacudiéndola. Mi maldito labio podía caerse si quería. Pero no pondría más de esa cosa sobre mí.

—¡Suficiente! —gruñe Lissa molesta y se sienta a horcajadas sobre mi regazo, colocando sus piernas a cada lado de mis caderas, una de sus manos se sostiene de mi hombro y la otra toma mi mentón nuevamente con fuerza. Estoy tan sorprendido por ello que su ligero peso hace que mi espalda se recargue completamente contra la cabecera de mi cama y mis manos aterrizan en sus caderas sosteniéndola en su lugar. ¿Qué carajos pasó?

Mis ojos sorprendidos recorren su rostro, pero ella no parece incómoda o asustada, en realidad solo se ve decidida pues el condenado algodón aterriza de nuevo en mi labio y el ardor me hace saltar nuevamente, mis manos apretando mi agarre en ella un poco más pero esta vez no intento apartarla. No quiero apartarla.

Tarda solo un par de minutos en curar la herida, su ceño fruncido concentrado en mi boca, y sus dedos limpiando los restos de algodón de quedaron atrapados. Estoy apretando la mandíbula tan fuertemente que probablemente ya se haya astillado uno o dos de mis dientes. Y no es por el dolor, no. Está vez es porque estoy realmente consciente de la posición en la que estamos y estoy intentando demasiado que no note cuanto me está afectando pero cuando sus ojos se encuentran con los míos es como si repentinamente notara realmente nuestra posición y cuán cerca nos encontramos.

Da un respingo e intenta echarse hacia atrás, pero no se lo permito, mi agarre en sus caderas es firme y ella no se moverá de esta posición. No puedo dejarla ir. No ahora. Un ligero sonrojo pinta sus mejillas y aprieta sus labios de manera nerviosa. La pongo nerviosa. Estiro mi mano derecha para tomar mi celular pero la suya toma mi muñeca y sacude la cabeza.

—No, —murmura bajo. —Te harás daño.

Su mirada no se aleja de la mía. Y su mano me sostiene firmemente. Pero tengo que hablar con ella. Tengo que saber qué piensa, o me volveré loco. Aún más de lo que ya estoy. Lentamente con mi mano giro la suya con la palma hacia arriba. Tengo una idea. Una idea estúpida y algo loca, una idea que probablemente me joda más de lo que ya estoy. Pero eso no me detiene.

Estiro mi dedo por la parte suave de su brazo, formando letras sobre su piel.


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Enamorándote en Silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora