Capítulo diez

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Ariel Jones se despertó a las cuatro y media de la madrugada, tal como lo hizo las últimas semanas de ese mes, que parecía dar agrios toques todas las mañanas. La primera vez le pareció extraño despertarse tan temprano, pero no pensó en otra cosa que no fuera tratar de conciliar el sueño, logrando, por el contrario, dar vueltas en la cama sin pegar un solo ojo. Se rendía después de media hora, se levantaba y buscaba alguna distracción que la mantuviera entretenida antes de comenzar su rutina diaria. Ella tomaba el control de su televisor, lo encendía y buscaba una película que llamara su atención.

Se topaba con comerciales que vendían productos absurdos que los lucían como una verdadera maravilla, series y películas monótonas y subtituladas que ya había visto con Mónica o Robert; se decidió por una película cutre en blanco y negro, de mala calidad y audio pésimo, cuya trama era la típica en la que una pareja luchaba contra el viento y la marea por estar juntos, aunque eso significase terminar separados; además de eso, le parecía interesante, no por su consistencia precisamente, sino por cómo era la vestimenta femenina y los códigos de conducta que se reflejaban en aquella época.

Embobada por las muestras de cariño, cavilaba en el deseo de experimentar la vehemencia de un amor similar, algo tan absoluto que la consumiera por completo, y más que recibirlo, estaba también dispuesta a darlo, es decir, entregar todo de sí. Profesaba empezar a sentirlo, o de eso se convencía. Robert Morgan, de quien gozaba una relación, cubría sus expectativas en todos los aspectos, ¿y es que cómo no iba a hacerlo? Su físico era el que cualquier mujer desearía; aparte de presumido y vanidoso, su piel era de color oliva y sus ojos de color marrón. Era alto, de cuerpo fornido, aunque su rasgo más característico era la melena larga y oscura que acostumbraba atar en una colita. Poseía una sonrisa que estremecía el interior de Ariel como un cataclismo cuando salía entre los besos que se daban, y era en instantes iguales a ese cuando se preguntaba qué hizo para lograr tenerlo en su vida.

Lo amaba con todo el corazón, y más que con aquel órgano que la mantenía con vida, con el alma. En ocasiones creyó que dependía emocionalmente de él, pero eran sensaciones de las cuales no estaba dispuesta a expresar. Desde luego, el afecto era recíproco, cosa que no la convertía en una perdedora enamorada. Sin embargo, eso no disipaba el hecho de que Robert fuese una persona superficial, aquella que prefería una apariencia atractiva que los sentimientos en la mayoría de los casos. Un esclavo de los estereotipos, aunque garantizaba que Ariel era la única mujer en llegar a su corazón y permanecer por más de medio año.

Miró el reloj en su celular, y éste marcaba un cuarto para las seis. Se sentó con lentitud en la orilla de la cama, tomándose el tiempo para estirar los brazos y bostezar tapándose la boca en medio de la penumbra. No encendía la luz, tampoco corría las cortinas. Se colocó las pantuflas apenas tocar el suelo sin hacer esfuerzo en buscarlas, dado que siempre las dejaba en el mismo lugar. Apagó el aire acondicionado, y se encaminó a la cocina, buscando en el refrigerador algún tipo de alimento que preparase con facilidad y no llevase mucho tiempo. Sacó unos huevos, tocino y pan de sándwich. Colocó una sartén para preparar los huevos y una diferente para el tocino; al cabo de unos minutos, preparó dos emparedados para llevárselos y desayunar el en trabajo. Los guardó en una bolsa de papel y los dejó sobre la mesa.

Regresó a su habitación, tomó una ducha y después partió a vestirse. Para ese instante ya había encendido la luz. Una serie de conjuntos modernos y de marcas diferentes se abrieron para ella en su armario, en el que la mayoría eran comprados a su medida, procurando marcar las curvas de su cuerpo. Se colocó un blue jean y un jersey ocre, combinándolos con unas botas de tacón grueso. Ató su cabello a una cola simple y maquilló su rostro tan trabajadamente como solía.

Esa era su parte favorita, y en la que más tardaba.

Se dio un vistazo en el espejo. Sonreía a la figura que le devolvía la mirada y daba besos fugaces, antes de darse la vuelta en busca del bolso que utilizaría esa fecha; introdujo su celular, las llaves y el desayuno. Al salir, divisó en la lejanía el hatchback negro de Robert acercándose, cosa que la impulsó hacer un gesto resplandeciente. Mientras se detenía en el frente, se tomaba la molestia de abrirle la puerta sin bajarse del auto.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora