Capítulo veintidós

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La mañana había empezado como lo hubiera hecho cualquier otra en la sociedad neoyorkina, sin embargo, el mediodía se avecinaba con premura. Se percibía la intensificación de la luz solar a través de la ventana, cuyas cortinas casi siempre estaban corridas, del cubículo donde Mónica solía trabajar. Ese día tenía algo en particular, y era que todos los trabajadores del piso de columnistas serían despedidos por un tiempo indefinido a causa de la remodelación infraestructural que le deseaba añadir Anna Sinclair, influenciada bajo el concepto de que una ampliación y un cambio de aires no le irían nada mal al entorno laboral.

A Mónica no le molestaba la idea de quedarse en casa por un par de días, quizá meses, pero lo que sí le hacía enojarse y desear insultar a su jefa, era el hecho de que se suspendería por completo el salario mensual que recibían, se usaría para costear los gastos de la remodelación.

¡Abusadora! Cómo podía odiarla a veces... ¿De dónde sacaría dinero para pagar el alquiler de su piso? ¿Debería buscar acaso empleo en otro lugar? Sobre esas interrogantes sin respuesta, las sienes de la susodicha palpitaban a un ritmo que se canalizaba desde la coronilla hasta el inicio de las cejas, alertándole del dolor de cabeza que le azotaba.

Parecía que todo se sincronizó para hacerla estresar –intolerante al estrés en casos extremos–. Apoyada junto a la ventana, de brazos cruzados, mantuvo la vista clavada en las cajas que yacían abiertas sobre la superficie de su escritorio. Todas estaban llenas de los objetos de trabajo de Mónica. Libros, revistas, adornos, sobres, papeles y más papeles. Se resistía a cerrar las cajas y marchase, pero antes de que el reloj marcara las 12:00 pm debía hacerlo.

Relativamente desempleada, sin ninguna otra fuente de ingresos...

No sé inmutó cuando Ariel llegó hasta ella luego de pasar media mañana haciendo un reportaje televisivo. Tan radiante como siempre; ella seguiría manteniendo su trabajo, por lo que se le facilitó demasiado plantarse frente a Foster y regalarse una sonrisa que no fue respondida.

—¡Anímate! Este no es el fin, te ayudaré a cargar las cajas a tu casa, dime, ¿qué tan pesadas son?—Tampoco recibió respuesta a pesar de que fuese una pregunta directa—. Puedo ayudarte a buscar empleo en tu tiempo libre, si quieres te puedo prestar dinero para lo que vayas a necesitar.

—Tendría que devolvértelo—contestó por fin, pero sin cambiar el rumbo que tomaron sus ojos.

—Eso lo harás cuando vuelvas a trabajar, no tengo problemas en esperar un poco y lo sabes.

—No hables tonterías—formuló volviendo en sí, decidiendo llevar su vista al rostro de Ariel—no quiero tu dinero y tampoco quiero quedar en deuda con alguien.

—¿Entonces qué piensas hacer?

—Ya se me ocurrirá algo—de repente, Mónica cierra los párpados con fuerza y ahoga un alarido, llevando ambas manos a los costados de la cabeza.

La súbita preocupación en el rostro de Ariel no tardó en aparecer y en un intento desesperado por hacer algo, usó sus manos como abanico para contribuir en la mejoría de su amiga..., a pesar de que ambas estuvieran junto a la ventana. Empezó a asediarla con toda clase de preguntas, pero Mónica le hizo una seña que la calló totalmente e hizo desistir en sus intentos por saber qué sucedía. Estoy bien, le dijo, pero aún me duele la cabeza. Entonces esperó un par de segundos a que las facciones de Foster cambiaran para volver a inquirir si, la dolencia fue causada por la gran fiesta latina a la que asistieron ayer. Ambas ingirieron una incontable cantidad de cerveza y otras bebidas ligadas.

Irónicamente, ninguna de las dos tenía mucha resistencia al alcohol.

Del interior de su cartera extrajo una pastilla, entregándosela a Mónica. Ésta no lo pensó dos veces cuando se la llevó a la boca y la tragó.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora