Capítulo veintinueve

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El único ruido que rompía el silencio monocorde en aquella habitación de hotel, era el de una lluvia torrencial que se había exacerbado durante varias horas en el transcurso de Nueva York a Seattle. Desde el aeropuerto, el cielo se tiñó de gris por completo, y en minutos empezó a destilar millones de gotas de agua que se estrellaban. En el avión, no obstante, hubo algo de turbulencia, pero no se presentaron inconvenientes mayores para llegar a su destino.

A diferencia de su último viaje, en éste no iba solo, el señor Arthur Singer quiso acompañarle. Desde la vez que se reunieron en Tavola, uno de los temas que discutieron en la mesa fue sobre la nueva sucursal; al principio la conversación fue un tanto fría, el tipo de oraciones que salían de la boca de Michael, precisas y con cierto toque autoritario, pudo ser percibido por los sentidos de Arthur. No era muy de su agrado hablar acerca de sus proyectos a profundidad. En un impulso no premeditado, se ofreció a ayudarlo. Empezó a presumir de sus amplios conocimientos en arquitectura e ingeniería sin siquiera haber recibido una respuesta adecuada.

La petición casi, casi, sonó como un ruego y a ésta se le unió Mally, quien estuvo callada hasta ese momento. Al final Michael creyó que su verdadera intensión al visitar Nueva York, además de la cena anual empresarial, era acompañarlo a Seattle, trabajar con él a favor de la edificación. Al tener consciencia de quiénes eran los Singer, no vio motivo para negarle la oportunidad.

Si bien sus lugares en el avión quedaron juntos, el señor Arthur aprovechó la oportunidad para hablar la primera media hora de vuelo.

—¿Sabe? Tiempo atrás veía con mi esposa todos los programas de negocios que pasaban por la televisión—decía, acomodando una almohada en su cuello—. Les tenía envidia... Estuve cinco años soñando con crear un proyecto lo suficientemente bueno que ayudara a la sociedad como lo hacían las grandes empresas, hasta que me cansé y decidí volverlo realidad. Si alguien me hubiese dicho que de emprendedor me convertiría en empresario, no hubiera perdido tantos años imaginando—en su regazo traía una pequeña bolsa de plástico de la que extrajo una botella de agua, la destapó y la condujo a su boca, pero cuando apenas el borde contactó con sus labios, bajó la mano—. No se lo había contado pero, quería decirle que la razón por la que esto tan ansioso por la C.A.E., es porque recibiré mi primer premio honorífico, ¿lo puede creer? Después de haber pasado por tanto, mi esposa aún no lo sabe, quiero sorprenderla con eso.

Los pómulos de Arthur se mantuvieron elevados, llevando la mirada hacia arriba. Probablemente su cabeza voló mucho más alto que el mismo avión. Al cabo de un rato regresó al presente, condujo una de sus manos a la bolsa y sacó un recipiente blanco sin nombre o etiqueta. Michael le dio una mirada extrañada al objeto entre sus manos y preguntó qué era eso.

—Pastillas—sacudió el recipiente de un lado a otro—. Me ayudan a dormir.

Las horas restantes fueron silenciosas. El reloj marcaba las seis de la tarde, y la hora de llegada se calculaba que sería alrededor de las diez de la noche. En cuanto a la reservación de hotel ambos caballeros se hospedarían en lugares diferentes. No durmió, en lugar de eso mantuvo ocupado en los archivos que guardó en su teléfono relacionado a la nueva línea de productos tecnológicos que lanzaría al mercado desde Seattle. Estaba tan seguro de que superaría el éxito anhelado, que le daría la fama suficiente a la nueva extensión de su compañía. Que no habría dispositivos que igualaran el rendimiento, la definición, o inclusive el diseño... Sólo era cuestión de esperar un par de meses a que el edificio estuviera de pie para continuar su plan.

Al llegar se despidió de su amigo Arthur en la fachada del aeropuerto, notificándole que le enviaría por mensaje la dirección a la que se dirigiría mañana a las 6:00 A.M. En camino al hotel, se alojaría en su preferido gracias a la ubicación céntrica y los balcones donde podía contemplar la metrópoli. La habitación era de dimensiones amplias e iluminada, con las paredes color crema y vino. La cama estaba puesta a un lateral envuelta en un edredón blanco, y unas mesas de noche a los lados. Justo enfrente se situaba un televisor pantalla plana encima de una cómoda de madera oscura. Al costado se veía la puertaventana que conducía al balcón, y al fondo una puerta que llevaba hasta el baño. La pulcritud, al igual que la elegancia que ataviaba la habitación, correspondía a las cinco estrellas que profesaba el hotel.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora