Capítulo veintiuno

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Al parecer, Michael Harris no tuvo problemas en subir a Mónica al interior de su carro. En el espejo retrovisor pudo verla cabecear, su maquillaje estaba ligeramente corrido, el cabello mojado le caía por la espalda y su respiración marcaba un ritmo agitado en el pecho, detrás del vestido.

Tal vez, si la hubiera detallado mejor, se daría cuenta de cómo sus senos se asomaban por el escote...

Factores como el clima no estaba a favor de Michael; consideraría como alguien loco a cualquiera que estuviera por la calle esa madrugada –incluyéndolos–. El viento atravesaba los edificios y locales, acompañado por efímeros relámpagos que iluminaban la calle, se podía escuchar, además de las gotas estrellándose contra el automóvil. Segundos antes de subir, no obstante, Michael quiso vislumbrar su torno en caso de hallar alguna persona que estuviera acompañando a la susodicha, o un posible perseguidor, pero no percibió algo más allá que la urbe vacía.

Encendió la calefacción, y giró su cabeza a los asientos traseros.

—¿Estás bien?

Con los ojos cerrados, la fémina secaba el agua con la manga de la casaca. Inclinaba la cabeza, erguía y se removía en el asiento, parecía intranquila, asustada e inconforme, pero no hablaba, apenas y sí emitía gemidos que perturbaban el interior de Michael.

No fue hasta que descansó el mentón sobre el pecho cuando dejó de moverse. Tan inmóvil, casi inerte, permaneció de esa manera por un largo rato, y para quien la observaba a cuenta propia, creyó que se había quedado dormida. Fue en ese instante que su cerebro se lanzó a un abismo de preguntas e inquietudes, partiendo por... ¿Qué se suponía que haría?

Éste se despojó de la serenidad de su hogar sólo porque supo que su hermana tomó su precioso bugatti sin consentimiento previo, lo que provocó que se enojara como consecuencia. Aunque para un hombre de su edad, parecía muy infantil salir a la madrugada a buscarla –como el gato y el ratón–, conocía que Grace no tenía permiso para conducir en Nueva York, si un policía la detenía podrían quitarle el coche, y ese era un inconveniente muy molesto por el que Michael no quería pasar.

Sin embargo, una circunstancia diferente le arropaba. De alguna manera, un sentido de responsabilidad se apoderó de sí, pero aún no decidía a dónde dirigirse. Consideró la idea de llamar a un amigo para que le socorriera, pero descartó la idea de inmediato.

Entonces, al transcurso de unos minutos decidió conducir de regreso al penthouse. Por supuesto, su cerebro no procesó mejor idea que esa. Arrancó a velocidad media, echando de vez en vez un vistazo al reflejo de su acompañante por el retrovisor. Iba a dejar que descansara, y más tarde, cuando saliera el sol, la llevaría a su hogar. Apagó la calefacción. En ningún momento creyó en la posibilidad de rencontrarse con Mónica en condiciones como aquella, o cualquiera que se le parezca, pero debía aceptar que no le incomodaba en lo absoluto.

El viaje fue silencioso, y en poco tiempo se topaban dentro del estacionamiento subterráneo del Penthouse. Michael salió y se dirigió a la parte de atrás, abrió la puerta e introdujo la mitad de su cuerpo.

—Mónica—llamó de forma sosegada, cerca de su oído, tocando su hombro, pero no despertó. Su mano se deslizó hasta la rodilla de ella, dio un leve zarandeo, pero obtuvo el mismo resultado. Se irguió fuera del auto; exhaló con cierta pesadez, colocando sus brazos en forma de jarra. ¿Otra idea? En un tono de voz más alto, desde afuera, quiso despertarla de nuevo, pero no logró lo esperado.

Clavó la vista sobre su cuerpo mientras consideraba un tanto extraño que se mantuviera impertérrita durante tanto tiempo, a la vez, inmune a los diversos intentos de Michael. Aunque iba a reiterarlos, algo en su interior lo detuvo. De pronto, una idea espantosa atravesó tajante su cabeza y un escalofrío abrazó su columna vertebral. La yema de sus dedos se enfrió; como pudo extrajo a Mónica, sentándola en el suelo y recostando su espalda contra una de las ruedas.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora