Capítulo siete

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Un rascacielos ubicado en el centro de la ciudad se exhibía con excesiva elegancia, como un pilar de cristal que ascendía al cielo, siendo una de las mayores atracciones para los amantes del diseño. Aquella magnífica torre era conocida bajo el título de Harris Industries, empresa encargada de financiar proyectos de personas en el área de telecomunicaciones y tecnología, mientras que por otro lado se dedicaba a la fabricación y venta de sus propios productos tecnológicos.

«El arquitecto que lo esquematizó se esmeró en construirlo». ¡Y apenas comenzaba! Michael conducía su auto directo a la fachada del edificio, donde un chico que trabajaba como valet parking, vestido con un frac y mitones blancos, lo esperaba para aparcar el vehículo. Se bajó y le aventó las llaves. A continuación se dirigía caminando a la entrada, que antes de ingresar sacudió las mangas de su saco.

Después de cruzar el umbral de la puerta doble, se topaba de una vez con la sala principal. Extraordinario atavío jactaba su interior, espacioso, fresco, de ornamentos minimalistas. Algunas paredes eran grises, mientras que otras transparentes, el suelo de cerámica pulida y el techo de yeso. Había un mostrador de granito, cuyos costados tenían jardineras de piedra con palmeras, y al final un corto pasillo que conducía a los elevadores panorámicos.

Caminó resuelto hacia la recepción a cargo de una mujer que vestía el uniforme que la compañía exigía: una falda entubada de color índigo, una camisa blanca abotonada y un par de tacones negros. Al percibir su presencia, la fémina sonrió, a lo que Michael no evitó examinar sus facciones, a pesar de que no hubiese mucho que observar. Entre sus rasgos más notables, tenía la barbilla partida, tez blanca, y el pelo recogido en una coleta sin mechones sueltos.

―Buenos días, señor Harris―saludó cortés, haciendo una sonrisa en el rostro.

―Buenos días, Gretta―respondió con la misma educación.

―El señor Jillian Share y sus accionistas le están esperando en el salón de reuniones, piso setenta y cuatro.

―¿Hace cuánto llegaron?

―Hace aproximadamente quince minutos―dijo, y Michael desvió la mirada al reloj en la pared detrás de ella, cuyas manecillas apuntaban apenas las ocho y veinticuatro.

Nueve minutos de retraso.

―¿Y la comitiva?

―Está también reunida con el señor Share―se puso en pie y giró a la cómoda de su costado, tomando una carpeta amarilla y extendiéndosela al jefe―, aquí tiene su itinerario de actividades.

Lo cogió agradeciendo con un leve movimiento de su cabeza, y acto seguido marchó en dirección a los ascensores, los cuales se abrieron tan pronto fue presionado el botón. El interior no era estrecho, pero tampoco muy dilatado; escuchó comentar al encargado del mantenimiento que estaba diseñado para transportar una dimensión de ocho a doce personas. En esa ocasión era sólo él. No había necesidad de encender focos, ya que la luz penetraba el vidrio, iluminando cada espacio, otorgando a su vez una grandiosa vista externa.

Durante los segundos que transcurrieron dentro de la cabina, discurrió los motivos por los que se llevaba a cabo la junta. Jillian Share era un hombre al que se le podía calcular cincuenta y siete años, un matrimonio fracasado, dos hijos apartados y un infarto del que sobrevivió extrañamente. Sin embargo, poseía un don natural en el área de inversiones, cosa que para dirigir la primera extensión de la empresa en Washington fue esencial. Ahora, ansiaba fundar una segunda extensión en Seattle, pero ameritaba adquirir bajo contrato una compañía de la misma zona que escaseaba inmersa en un fango, sin los recursos precisos para impulsarse.

Miller Electronics era el nombre que presumía; la semana pasada tuvo la dicha de visitarla en un rápido recorrido. Era un edificio adoquinado de veinte pisos, sin gerencia ni empleados que diesen una cordial bienvenida como mínimo. Fue el auditor el que se molestó en mostrarle el lugar y los últimos productos lanzados al mercado. Por desgracia no tuvieron el éxito deseado, el comercio decayó y abismó en crisis, casi tocando clausura, lo que significaba una oportunidad tentadora. Sabía lo que quería, y a sólo unos instantes de cruzar las puertas del elevador y toparse en la sala de reuniones, discutiría las formalidades que negociaría para llegar a un acuerdo y comprar dicho establecimiento.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora