Capítulo treinta y dos

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Cuando los rayos incipientes del sol atravesaron la ventana de la habitación de Mónica, se extendieron hasta el borde de su cama, acariciando la piel de su rostro aún adormecido. No transcurrieron muchos minutos para cuando empezó abrir los ojos; pestañeó un par de veces, adaptando sus pupilas a la luz solar. De forma lenta, usó la base de ambas manos como apoyo sobre el colchón para impulsarse y sentarse, curvando una de las piernas. Dio un bostezo largo. Antes de siquiera pensar en colocar un pie bajo la cama, se detuvo a examinar su entorno.

La extrañez abrió camino en su interior al distinguir que cada parte de la habitación estaba limpia, ordenada, ninguno de los muebles o adoquines se hallaba fuera del lugar que le correspondiese, aunque sea por el más pequeño de los milímetros. Se asomó a la alfombra, achicando los párpados para vislumbrar si aún mantenía las manchas de sangre, pero no halló nada. Luego sus palmas, arqueó una ceja al percibir que éstas no poseían ningún tipo de mácula rojiza, exceptuando los pequeños cortes que le quedaron.

En efecto, todo lo que divisó dentro de su panorama, le otorgó una sensación de que los eventos acaecidos en la madrugada pertenecían a un sueño alocado de poco sentido y no a la realidad. No obstante, Mónica se rehusaba a creerlo, inclusive juraría a favor de la veracidad de los hechos que allí ocurrieron, justo en su cama, iniciando por el momento en que despertó con el sonido de un relámpago a las 3:00 a.m.

Con el cuerpo bañado en sudor, se llevó una mano a la cabeza y la otra al centro del pecho. Los latidos de su corazón aumentaron en tan pocos segundos que casi podía escucharlos como un tambor dentro de los tímpanos. Estaba envuelta en una densa oscuridad que le asustaba, no importaba si cerraba los ojos o los mantenía abiertos, no había nada más que negro para ver. Al celular que iluminaba se le agotó la batería, ni la más insignificante partícula de luz rompía la penumbra. Por desgracia, la pobre ni siquiera recordaba en qué posición se quedó dormida. Como pudo se levantó de la cama y empezó a dar pasos erráticos, su cadera chocó con un objeto de resistencia dura, que al instante se escuchó el ruido de algo quebrarse contra el suelo. Mónica, aún más asustada, en un movimiento acelerado cayó al suelo, quedando sus palmas incrustadas en lo que resultó ser vidrio. Sangraron.

Vinieron entonces los gritos estridentes mezclados con llanto; cuando Michael atravesó el umbral con una linterna en la mano, sus emociones alteradas iniciaron a minimizarse hasta el punto que ansiaba: estar en calma.

De vuelta al presente, Monica evocó el beso de Michael similar a la caricia de un ángel, algo tan especial que encendió el deseo de más, e inconscientemente tocó su coronilla. En medio del ápice de la ilusión, giró el cuello al otro lado de la cama, esperando ver ese lugar ocupado por alguien, por Michael, pero estaba vacío. Torció la boca, exponiendo el disgusto y la zozobra que le dieron fin a la fantasía concebida. Quizá sí debió dejarlo en el mundo de los sueños, un sueño del que no quería despertar de lo bueno que era, donde anhelaba permanecer junto a cada pieza del alma, porque un sueño daba más satisfacción que levantarse y no tener al hombre que quería a su lado.

Sin más preámbulos, dejó escapar un suspiro, puso los pies en la alfombra y se acercó a la ventana para abrir más la cortina. Sin importar qué, era un nuevo día, por lo que su optimismo tenía que renovarse. Buscaría cualquier cosa interesante para hacer y así reservaría la proliferación de sus pensamientos, porque hoy, más que ayer, ella decidiría silenciar todas las voces internas negativas y aprovecharía al máximo sus horas libres.

Tomó la toalla del ropero, caminó al baño y abrió la regadera, esperando que el agua calentara lo suficiente. Después de bañarse, salió directa al armario, evaluando entre sus prendas cualquier par de jeans oscuros que le funcionaran, una blusa estampada sin mangas, zapatos cerrados y una cazadora aceituna para soportar las altas temperaturas que abarrotaban la ciudad. En cuanto a su cabello, sólo lo ató a una coleta media, dejando libre la parte restante.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora