Capítulo doce

2.3K 128 31
                                    

―Entonces... ¿Me iban a despedir?

Sentada en un taburete de madera, Mónica hiperventilaba y hacía esfuerzos por calmar su agitada respiración. El cuerpo le sudaba, y los tonos del rostro desaparecieron sin dejar huella, tal como si hubiese vislumbrado un espanto de pie en el umbral. Tras escuchar la noticia que enunció Ariel, había quedado estática junto a la puerta sin ser capaz de dar una respuesta coherente, y al transcurso de unos segundos donde los colores abandonaban su fisonomía, haciéndose también débil su pulso, pareció querer desmayarse, pero antes de que su panorama se nublara, Ariel la tomó por los brazos y la llevó a sentarse. Exigió a gritos un vaso con agua a quien sea que se encontrara en el interior de la estancia.

Más adelante supo que se trataba de Vanessa.

Luego de acabar la mitad del vaso, Foster se inclinó hacia delante, colocando los codos sobre sus rodillas y el mentón en las manos. Una punzada cruzó por su cabeza, empeorando la situación de malestar que adquirió..., por desgracia no recordaba dónde guardó las pastillas de paracetamol que le regaló Mercedes hacía semanas.

En los últimos meses su vida giraba en torno al trabajo, y la idea de perderlo solo porque Sinclair la consideraba insuficiente, le atemorizaba... ¡Devastaba todo de sí! ¿Dónde quedaba el esfuerzo que empeñó? ¿Las horas frente a la pantalla del computador, derritiendo la retina de sus ojos? ¿Y sus escritos? Comenzó a lagrimear lentamente, dando paso al sollozo, pero de alguna forma se las apañó para no echarse a llorar como acto de consternación. Respiró hondo volviendo a reincorporase, volteando a su costado izquierdo donde estaba Ariel sosteniendo el vaso, observándola con la tristeza en cada poro de su fisonomía.

―Sí―reafirmó en un murmullo casi imperceptible.

Mónica podría sincerarse consigo misma al estar sola en la noche de ese día, concluyendo que, aunque no despreciaba la hospitalidad que ofrecía Mercedes, tampoco le agradaba la idea de regresar a vivir en su hogar, tampoco la de depender económicamente de ella, mucho menos quedarse sin empleo. Bajó el rostro, clavando la vista en sus zapatos e imaginándose en un futuro no muy lejano, sus esfuerzos por encontrar trabajo.

―Pero lo solucionaré―animó Ariel, haciendo una sonrisa que no lució muy segura de sí.

―¿Haciendo qué?―Le regresó una mirada escéptica de corta duración―, lo hecho, hecho está y así quedará.

―Te recuerdo que tu jefa te dio una oportunidad―colocó una mano en su cintura.

―¿Y a base de qué?

―Entrevistar una persona famosa.

Se echó a reír con algo de amargura al escucharla.

―¡Una mentira!―Extendió los brazos en el aire, al nivel de los hombros, para hacer énfasis en su exclamación.

―No necesariamente...

―Ambas sabemos que no conozco a nadie famoso en West Village, ¡mucho menos en Manhattan!

―¡Por favor, Mónica!―Replicó en voz aún más alta, frunciendo el ceño―. Nueva York está plagada de gente famosa, reconocida, y tal vez no aquí en West Village, pero sí en Upper East Side, o hasta en Hollywood... Podríamos viajar a Hollywood―proponía cruzándose de brazos y subiendo los hombros, restándole importancia.

El símbolo de su oposición fue la negación en rotundo, el destilar retahílas de excusas y demás alaridos que no hacían más que exacerbar la desesperación contenida en la habitación. Creyó que su amiga acababa de perder todas las tuercas del cerebro.

―¡Ni siquiera he tenido tiempo de renovar mi pasaporte!

―No lo has hecho porque no has querido, así de simple, ¿ah que no, Vanessa? ―Dirigió la mirada a Vanessa con la esperanza de que le diera la razón. Ésta, por su parte, permanecía en silencio, contemplando a una distancia precisa la discusión que se generaba entre ambas.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora