Capítulo cuatro

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Michael James Harris nació el 10 de mayo de 1990 en Inglaterra, y si pudiera cambiar ese hecho lo haría para no tener que ser enterrado en el mismo lugar. Peckham atestiguaba todos los sucesos que rodearon su niñez caótica. No le faltaba ser demasiado inteligente como para saber que procedía de una familia disfuncional y que uno de los primeros recuerdos perpetuados en su memoria fue una de las tantas discusiones en las que se placían Miles y Rebecca, sus padres.

¡Dios los asista!

Su boda fue heterodoxa a petición de ambos, dignificándose a un pronto olvido. De alguna manera consiguieron una casa que a duras penas se mantenía en pie, hecha de zinc y madera vieja. La sala de estar, el comedor y la cocina se hallaban en la misma estancia, una pared la separaba de la única habitación y el baño estaba afuera de la vivienda. Sin importar los pocos electrodomésticos que complementara su ''comodidad'', eso era mejor que nada... O eso decía Rebecca.

Ella creía que mientras hubiera amor en la relación, todo lo demás sería secundario. Para su consternación, olvidó la fidelidad y la lealtad.

A los pocos meses de casados, Rebecca concibió a Michael, y seis meses después a Grace, su hermana menor. Después de su nacimiento, la falta de comunicación en la pareja fue la base de varios conflictos. Las caricias íntimas que una vez compartieron en la cama, se volvieron frías e insípidas hasta que desaparecieron. Su amor se había desvanecido, dando paso a una sensación opuesta que albergaban ambos en su pecho.

Discutían por las noches y en algunas ocasiones llegaban a las agresiones físicas. Ella se quejaba de la faceta mujeriega que desarrolló Miles, además de la manía de salir a la calle por la tarde y regresar a casa a horas de la madrugada. La última vez que lo escuchó llegar a esas horas, un hedor a alcohol se desprendía desde su camisa.

―Quiero que me digas dónde has estado todas estas noches―exigió con una calma que no iba más allá de lo superficial―. ¡Contesta!, maldita sea contigo―Exclamó en un alarido; hizo una pausa colocando sus manos en la cintura―, ¿dónde has estado?

Miles no le dirigió la palabra al instante. 3:23 A.M y él, probablemente bajo las influencias del alcohol, buscaba una buena excusa para callar a su mujer.

―¿No crees que hablas mucho para la hora que es?―Soltó entre dientes.

―¡Te hice una pregunta, no respondas de la misma forma!

―Siempre te comportaste como una malcriada―dijo tras un silencio. Dio una risa inoportuna, amarga, empezando a caminar torpemente al sillón ―, una estúpida mujer mimada que no hace más que quejarse por todo... Por eso dejé de amarte.

Rebecca levantó sus cejas y abrió los ojos de par en par. Su barbilla comenzó a temblar, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero antes de estallar respiró hondo, procurando controlar sus emociones.

―Solo contesta la maldita pregunta.

―Estuve en la taberna con algunos compañeros que iban de paso―se inclinó hacia adelante y se quitó la camiseta, al igual que los zapatos. Se tumbó en el sofá fingiendo dormir, fingiendo porque nunca dormía tan tranquilo.

―¿En cuál?―Inquirió, pero no tuvo respuesta. En un arrebato de furia se acercó a su cuerpo, alzó el brazo, abrió la mano y con toda su fuerza le dio una bofetada en la mejilla.

Sobresaltó al sentir el impacto en la piel. Frunció el ceño mientras trataba de incorporase y agarrar las muñecas de Rebecca y alejarla lo suficiente.

―¡Estás loca!―Gritó, cerrando los puños a los costados con fuerza.

―¡Y tú eres un cerdo asqueroso!―Dijo, sin importar que sus ojos se inundaran poco a poco de lágrimas―, ¿con quién estabas?

―Ya te lo dije, con unos compañeros.

―¡No te creo!

―¡Entonces no me creas!―Hizo una pausa antes de continuar―. Ese es tu problema, no el mío.

―Nunca debí casarme contigo, nunca debí haberte conocido―confesó en voz baja, sin mirarlo, y antes de detenerla, una lágrima bajó sin permiso por su mejilla.

Miles bajó la cabeza. Si bien podía jurar que algo cambió dentro de sí, nunca se supo con exactitud si esas palabras lograron herirlo.

―Tienes razón, nunca debiste―saliendo del baño, cogió su camiseta y zapatos, dirigiéndose a la puerta de la casa. Tomó la manilla con más vigor del necesario y sin titubear se marchó, dando un portazo.

Los trámites para el divorcio no tardaron en empezar, y para el siguiente año ya no tenía ningún vínculo con Miles Harris más allá que el de sus hijos. Rebecca se llevó a Grace jurando que saldría adelante con su hija. Tiempo después se volvió a casar y obtuvo un título universitario en psicología. Miles por otro lado, se mudó con Michael a California, trabajando en el puerto de San Diego.

Al trabajar en un lugar que conectaba con el mar, Michael iba a nadar por las noches, pasaba horas metido en el agua para distraerse y no pensar en su hermana y madre. Una de esas veces, después la medianoche, partía a devolverse a casa cuando distinguió la mediana silueta de una persona caminando por el puerto. Le pareció extraño, así que decidió ir detrás de él para saber quién era. A medida que se acercaba, le gritó que se detuviera, lo tomó por los hombros y lo encaró.

―¡Ah!―Exclamó esa persona y se echó hacia atrás, llevando sus manos morenas al pecho. Se trataba de un chico de casi la misma edad que Michael.

―¿Quién eres tú?―Preguntó sin quitarle la vista de encima.

―Lo mismo quiero saber yo, ¿quién eres? ¿Por qué me has asustado así?

―Yo pregunté primero.

―Soy Umail Lester―respondió, mientras bajaba las manos―. ¿Tú quién eres?

―Michel...

―¿Solo Michael?―Negó.

―Michael Harris.

―¡Oh! Entonces eres hijo del nuevo trabajador del puerto―hizo una pausa―, mucho gusto en conocerte Mickey, espero que podamos ser amigos.

A decir verdad, era la primer chico que conocía de su edad desde que se trasladó de ciudad y para su sorpresa asistía a la misma escúchela secundaria. Umail llamaba la atención por su piel tostada y por el tamaño que sobrepasaba a la gran parte de los estudiantes de su clase. Se llevaron bien, sus gustos, pensamiento y vivencias eran similares.

Tener amigos así lo complacía, eso lo sabía demasiado bien; de vez en cuando se quedaba a dormir en la casa de Umail y de ser posible, se quedaba también a desayunar por las mañanas. La buena amistad que tuvo con él la agradeció para toda su vida, incluso después de terminar la secundaria, preparatoria, al entrar a la universidad, continuó siendo un fuerte vínculo hecho al comienzo de su juventud.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora