Capítulo treinta

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La Cena Anual Empresarial tomaba lugar en el calendario los 15 de noviembre de cada año. Varios empresarios de renombre, verdaderos magnates de todo el continente americano eran invitados a la festividad, la cual se realizaba en un hotel dedicado al evento. Y, para darle un toque distinto, éste adoptaba una temática, la de ese año sería máscaras.

Para Michael, que tomaba vuelvo para retornar a Nueva York, le dejaba un sabor amargo en la boca del estómago pensar en la C.A.E., principalmente porque no estaba en sus planes hacer acto de presencia, sino más bien sumergirse por completo en la construcción del edificio hasta que estuviera listo. Sin embargo, dado los últimos sucesos ocurridos en Seattle, el fallecimiento de Arthur Singer, le obligaron a quedarse por veintiún días más, apañándoselas para conservar la muerte lejos de los medios de comunicación. Sí, la construcción se detuvo por un tiempo indefinido, y los arquitectos, constructores e ingenieros fueron despachados. La maquinaria había sido retirada y los cinco sectores se convirtieron en el área de investigación de las autoridades.

En conclusión, hasta que no se resolviera el caso, la edificación no podía continuar. ¡Carajo! No le quedaba de otra más que lanzar la línea de productos tecnológicos al mercado desde la sede principal.

Dentro de este sórdido asunto, el sentido de la moralidad y la ética le seguían intactos dentro de su consciencia. Un cambio en los planes le Michael lo condujeron a decidir presentarse en la cena sólo para honrar la muerte de su amigo, sin importar que nadie supiera que estaba muerto. Nadie excepto él. Por supuesto, eso incluía a la señora Mally. Ella, de entre todas las personas, generaba un problema grave para Michael: era su esposa, su mujer, la madre de su hijo, y a la vez una de las piezas fundamentales para avanzar con la investigación. Iba a necesitar de un tacto exuberante si quería lograr que Mally colaborase, al igual que el mantener el hecho en secreto. Sonaría egoísta de su parte, pero lo que mayor preocupación le producía, era manchar el status empresarial que le costó crear.

Atado de pies y manos, ocupó su cerebro en cómo serían sus acciones en los próximos días. Cuando llegó a casa el cielo todavía estaba oscuro, el reloj de pared en la sala le indicaba que faltaba poco para la media noche, por lo que creyó que Mónica estaría dormida en su habitación. Dejó su equipaje cerca de los muebles, diciéndose que mañana al despertar lo arreglaría. Antes de irse a descansar en su cama, quiso pasar por la cocina a por una botella de alcohol, y habiendo apenas entrado, se sorprendió al encontrar a Mónica sentada en la encimera.

Ésta giró la vista en dirección al umbral y un sobresalto la traspasó al encontrar su mirada penetrante sobre ella. Como acto seguido, de un brinco bajó del mesón y ocultó detrás de sí el objeto que cargaba entre manos. Por su expresión facial, parecía tan sorprendida como él, pero por la forma en que vestía, quedaba claro que no esperaba que Michael apareciera en el penthouse aquella noche. Un camisón morado de tiros, con escote en forma de V, que apenas alcanzaba a cubrir la mitad de sus muslos, le cubría el cuerpo. Con algunos pequeños hoyos, pero visibles en la tela, no le asustaría que dicha vestimenta fuese de antaño.

Carraspeó y acabó de entrar a la cocina. «¿Qué haces despierta?» le preguntó sin mirarla, pasando por su lado hasta la nevera. El tiempo que demoró en contestar, fueron los mismos en que Michael tardó en agarrar una botella y destaparla.

—¿Y bien? ¿Qué haces despierta?—El tono informal que usó se hizo notar aún más en la segunda vez que formuló tal interrogación.

—A veces me cuesta dormir—contestó, quizá con una pizca de vergüenza por admitirlo... ¿O era el pijama?

—¿Qué eso que ocultas en tu espalda?—Dio un trago largo y se apoyó en la puerta de la nevera, cruzándose de brazos.

Mónica exhaló e intentó relajar los hombros. Sacó un vaso de vidrio, distinguiéndose el líquido amarillento en el fondo del vaso y las letras corona impresas en blanco y negro sobre el cristal. Michael bajó los ojos a su botella, leyendo la misma etiqueta.

Amor Por Contrato | ResubiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora