CAPÍTULO DOS

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Alejé de mi memoria esos duros recuerdos, ahora me tocaba concentrarme en el gran problema que me venía encima. Así que, de vuelta a la realidad, observé cómo mi padre se encendía de nuevo otro cigarrillo para calmarse y tomaba asiento en el blando sofá. Tenía las piernas separadas, echado hacia delante, con sus codos apoyados en las rodillas y su mirada clavada en el suelo de mármol.

—Está bien, papá —murmuré—. No te afliges más por mí, superaremos esto como sea... Saldremos adelante de alguna manera, ya verás —quise animarlo, pues no aguantaba verle sufrir; eso me mataba.

—Carla, en serio, si yo pudiera... Si hubiera otra alternativa... —Su voz sonaba conmocionada.

—Lo sé, papá, sé que harías cualquier cosa por mí si estuviera en tus manos... —Agaché la vista y miré ahora a mi madre que no dejaba de sollozar y dije—: Bueno, por nosotras.

Levanté mi temblorosa mano y acaricié el sedoso pelo de mi madre, consolándola y de nuevo me dejé llevar por los recuerdos. Esta vez, memorizaba los acontecimientos sucedidos esa misma mañana, cuando aún me encontraba en el hospital, apenas unas pocas horas atrás...

***

Dentro de la oscuridad que me envolvía, oía un zumbido cerca del oído y una dulce voz lejana, apenas audible y a la cuál no lograba entender... ¿Era mi madre la que hablaba?

—Carla... Carla... Despierta... ¿Puedes oírme? —Volvía insistir esa adorable voz.

Tenía algo en la boca, como un tubo, que me atravesaba la garganta y apenas me dejaba tragar con facilidad. Lo intenté varias veces, pero debido a los vanos intentos, comencé a sentir arcadas. Entonces, noté como alguien me lo quitaba y me devolvía la libertad. Al fin pude tragar saliva cómodamente y gustosamente di un gran suspiro de alivio.

Unos segundos después, sentí cómo mis párpados cobraban vida y se abrían lentamente. Tuve que parpadear varias veces, por que me molestaba la deslumbrante luz.

—¡Miguel!, ¡Miguel!, ¡ven ahora mismo! —gritó mi madre muy emocionada, llamando a mi padre—. Se está despertando, ¡por fin mi niña vuelve con nosotros!

Oí varios pasos apresurados de dos personas o más deteniéndose cerca de donde me encontraba acostada.

—¿Realmente ha funcionado, Doctor? —preguntó mi padre, mientras me cogía la mano izquierda. Por su tono de voz, parecía algo sorprendido.

—Efectivamente, señor Martínez. Creo que ya se lo había advertido, aunque el método puede parecer indecoroso y desagradable, acaba resultando muy efectivo —respondió una voz totalmente desconocida para mí.

Tras parpadear un par de veces más, por fin pude centrar la vista, pues apenas me molestaba ya la iluminación de la habitación. Observé que me encontraba en la cama de un hospital y por un momento me quedé desorientada, no sabía cómo había llegado hasta allí. Entonces, de golpe, me asaltaron a la mente los recuerdos de la noche de la despedida de soltera de mi prima Julia; y con ello el ataque en el callejón y el accidente.

Eso es, me encontraba hospitalizada debido al atropello, pero lo curioso y más sorprendente era que me encontraba en cierto modo bien. Instintivamente, moví mis piernas y brazos, comprobando si habían alguna rotura o algún daño, pero todo parecía correcto. Lo único que noté era que me encontraba más delgada, pálida y débil.

Seguí inspeccionando el lugar y vi que junto al cabezal de la cama, a mi derecha, se encontraba una máquina con muchos cables y Luises; sin duda, el zumbido de antes procedía de ahí. Yo estaba conectada a ella por medio del brazo derecho. Seguí con mi inspección y descubrí que a mi izquierda había una mesita de acero con un tubo de goma transparente, un embudo y una pequeña botella de cristal con un líquido rojo intenso y muy oscuro. Me pregunté, en silencio, qué podría ser esa sustancia color escarlata.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora