CAPÍTULO NUEVE

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Pasé el resto de la tarde encerrada en la habitación, intentando comprender porqué Eric se portaba así conmigo. Era muy diferente al resto de vampiros que había conocido hasta ahora... Quizás demasiado. ¡Si incluso había cumplido su promesa y ni una sola vez me había maltratado o doblegado a su antojo! Y eso que ellos, por naturaleza, suelen ser rudos, insensibles, inhumanos como la propia palabra en sí ya dice. Trataban a los humanos como si fueran ganado, sin tenerles consideración. Lo que había visto en la hora del almuerzo, corroboraba todo lo que opinaba sobre ellos.

Estaba pensando en eso, cuando las persianas empezaron a elevarse lentamente, anunciando la llegada de la noche.

No mucho después, mientras estaba recostada sobre la cama, pensando en todo lo que había descubierto desde que desperté del coma, Eric hizo acto de presencia en el dormitorio. Me puse en pie y noté que, su sola presencia, hacía que me temblaran las piernas. No lograba entender qué era lo que tenía él, que causaba ese efecto en mí. Se acercó y solo cuando lo tuve enfrente mía, comenzó ha hablar:

—¿Dónde has estado ésta mañana? —Sin darme tiempo si quiera a responder, continuó—: No deberías salir de aquí sola, sin compañía.

—¿Por qué no?, ¿temes que me fugue acaso? —No sabía por qué, pero me sentí ofendida por su comentario, pues no estaba acostumbrada a que me dijeran lo que tenía que hacer y cómo hacerlo—. ¿Que huya de esta locura que vosotros, los vampiros, habéis creado? —no podía detenerme, una vez que había empezado a desahogarme, no había nada en el mundo que pudiera echarme el freno—. No os importamos nada, ni lo más mínimo y, encima, abusáis de nosotros —Mi voz, inconscientemente, subía cada vez más de tono—. ¡Sois cómo unos animales salvajes! —grité fuera de mí.

No estaba siendo consciente de que mis piernas recorrían nerviosamente, un trecho del suelo. Iba de un lado a otro sin control, fuera de mí. Llevaba mucho tiempo guardándome todo el estrés y la tensión y al final, había explotado.

Unas fuertes manos me detuvieron, sujetándome por los hombros y girándome. Quedé de nuevo de cara a él.

—¡Carla!, ¡detente! —ordenó a la vez que soltaba uno de sus agarres y me sostenía el mentón, alzándolo para que mi mirada quedará a la altura de la suya—. Escúchame, reconozco que no puedo negar tus palabras. Sé que tienes razón, yo mismo me avergüenzo de mi raza. Pero no puedo hacer nada para cambiar las cosas tal como están. Y por eso mismo pretendía advertirte, avisarte del peligro que puedes correr si andas sola por estas tierras, pues no todos los vampiros se comportan de forma civilizada.

—Pero, llevo un brazalete... —dije incrédula, pero un poco más calmada.

—Cierto, y en teoría, eso debería ser más que suficiente, pero no es así, por eso, procura ir con cuidado y no confíes en desconocidos —Asentí con la cabeza, para que supiera que le había comprendido— Existen vampiros a los que llamamos Renegados, que no se conforman con lo que han conseguido en estos últimos meses y que quieren tener absoluto dominio del planeta lo que vosotros llamáis libre albedrío, creando así, un caos total. Si ellos consiguen salirse con la suya, entonces será la perdición para los humanos.

—Pero eso no ocurrirá, ¿verdad? —pregunté toda preocupada y alarmada ante tal posibilidad—. Por favor, Eric, dime que no permitiréis que ellos tomen el control...

—Eso es justamente lo que estamos evitando. Procuramos que haya un exhaustivo control, que todas las normas se cumplen a raja tabla y si nos topamos con un Renegado, directamente lo ejecutamos —Esas palabras suyas, lograron tranquilizarme un poco—. Pero es una tarea complicada, difícil de llevar a cabo sin que haya algún que otro altercado, por eso, no es del todo seguro salir al exterior, aunque se lleve un brazalete encima.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora