CAPÍTULO TRES

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Empezaba a esconderse el sol justo cuando Miguel, mi padre, aparcaba su vehículo, un Citroën C5 negro, en la cochera subterránea de nuestra casa de campo. El lugar apenas estaba iluminado. Al fondo se encontraba las escaleras de caracol, que subían a la primera planta, atravesando antes una puerta de seguridad que daba al pasillo, junto a la cocina.

Subimos lentamente en silencio los tres y nos acomodamos en el acogedor salón. Me senté en una de las sillas, la que siempre solía usar, mientras mi madre se quedó de pie. Estaba junto a mí, apoyada con una mano sobre la repisa de la gran mesa. En cambio, mi padre, se acercó a la chimenea y se quedó mirando fijamente, y de manera pensativa, las viejas cenizas.

—¿Y bien? —Quise saber. Ya era hora de obtener las repuestas—. ¿Qué me habéis dado de beber y quién es Eric?

Lentamente, mi padre se giró y me miró fijamente. Abrió la boca, pero de golpe, la volvió a cerrar. Me imaginé que no encontraba las palabras adecuadas o simplemente no sabía por donde comenzar.

—Carla, después de tu accidente, al mes aproximadamente, pasaron muchas cosas importantes. Cosas que nos concierne a todos —Hizo una pausa mientras aprovechaba para sacar del bolsillo de sus vaqueros un paquete de tabaco y un mechero. Después de encenderse uno y darle un par de caladas, continuó hablando—: Se hizo público una gran noticia, una noticia increíble, impensable para el hombre hasta ese momento... —confesó, dejándome todavía más confusa—. Se dieron a conocer una nueva raza en nuestra especie, por decirlo así, aunque en realidad no son humanos...

—¿De qué me estás hablando, papá?, ¿otra raza?, ¿de otra especie? —No lograba asimilar del todo lo que me estaba contando, pues me encontraba como si estuviera de espectadora viendo una película que no iba conmigo, ya que todo sonaba tan irreal...

—Te hablo, hija mía, de vampiros —Volvió a darle otra calada a su cigarrillo, esta vez más profundamente.

—Vampiros —repetí lentamente. No podía creerme todo lo que me estaba contando, hasta que me acordé de Álex. Por lo visto, no me había imaginado lo de los puntiagudos colmillos—. ¿De ahí las prisas por llegar antes del anochecer a casa?

—Así es.

—O sea, ¿me estás diciendo que existen los vampiros y que se han dado a conocer? —Él simplemente afirmó mis suposiciones con un gesto de su canosa cabeza—. Y entonces... ¿A dónde nos lleva todo esto?, ¿tenemos que ir por ahí con crucifijos, agua bendita y todas esas chorradas? —Estaba muy nerviosa para dejar de hablar. Las preguntas se amontonaban atropelladamente en la boca, queriendo salir a toda prisa.

—Tienes que olvidarte del concepto que tienes sobre ellos, nada de eso les perjudica. Lo único cierto de los mitos es que no pueden salir a la luz del sol y que solo se alimentan de sangre humana.

Di un respingo al oír eso, imaginándome lo desagradable que sería ver a uno de ellos alimentándose... O peor aún, ver que lo hacen contigo. ¡Huagg!

—¿Y tenemos que convivir con ello? —pregunté llena de inquietud—. Quiero decir, ¿el gobierno va a permitir eso? Si representan un peligro para la humanidad, ¿por qué el ejército no hace algo al respecto y los eliminan para siempre?

—Ya se intentó, hija, al poco tiempo del día de la gran revelación —confesó angustiado—. Pero ellos son más fuertes, más rápidos y son casi inmortales. Se curan rápidamente y solamente se les pueden matar si se les corta la cabeza o si se les mantiene varias horas expuestos a la luz directa del sol.

—Entonces... ¿qué pasó?

Creía conocer la respuesta esa pregunta, pero quería oírselo decir para estar segura del todo. Necesitaba conocer toda la verdad.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora