CAPÍTULO DIECIOCHO

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No llegué a dormir mucho, o al menos eso me pareció, pues poco después el sonido de unos gritos y pies corriendo en una loca carrera, me despertaron.

El ruido que se produjo cerca de la puerta, seguido de unos alaridos, me espabilaron del todo y de un brinco, corrí y me escondí detrás de uno de los sillones.

Estaba asustada, no sabía qué era lo que estaba ocurriendo, ni cómo acabarían desarrollándose las cosas. Pero sospechaba que la Resistencia había hecho acto de presencia.

La incertidumbre me estaba matando, los ruidos y quejidos de dolor, se me metían en la cabeza, atormentándome.

¿Cómo estarían mis padres?

—Dios, por favor, cuida de ellos... Por favor, por favor, que no les pasen nada —susurré muy bajito en una plegaria.

Esperaba que mis rezos y súplicas fueran escuchadas y cumplidas.

Golpes, cosas cayendo y rompiéndose a la vez y más voces feroces retumbaban por todas partes. De repente, la puerta se abrió de golpe, estrellándose contra la dura pared. Miré por un lado del respaldo del sillón, con mucho cuidado de no ser descubierta y comprobé con gran decepción, que la figura que entorpecía la entrada a la habitación, era la de Nicolás.

Todo en él desprendía rabia por todos los costados, tanto en su semblante serio, en su forma de mirar y recorrer toda la estancia con la vista, cómo en su postura de ataque. Sus ropas estaban desgarradas y manchadas de sangre y sus horribles colmillos sobresalían de sus labios, de una forma muy alarmante. Su mano derecha sostenía un largo cuchillo, con la punta manchada del valioso líquido rojo.

Finalmente su mirada se encontró con la mía.

Mi corazón se agitó locamente, que parecía que iba a salirse del pecho. Si Nicolás no acababa antes conmigo, lo iba a conseguir un ataque al corazón.

Comenzó a avanzar en mi dirección, con paso firme y seguro, mientras un gruñido salía de su garganta en el momento en el que se lanzaba contra mí.

Gracias a la droga que recorría ahora por sus venas, su velocidad era la equivalente a la de un humando cualquiera y pude evitar el primer ataque. El sillón se llevó la peor parte, lo usé cómo escudo para poder esquivar su mortal embestida.

—¡No huyas, puta! —vociferó a la vez que se incorporaba de nuevo y se preparaba para otro golpe—. ¡Todo esto es por tu culpa! —rugió enfadado.

Rodé por el suelo y me alejé lo más posible de él. Volví a escudarme con el otro sillón, el cuál salió lanzado hacia el centro de la habitación, cuando Nicolás lo golpeó alejándolo de mí.

—¡Zorra engreída!, eres la causante de todo este caos —Me culpó—. Tú lograste seducir y embrujar primero a Álex y luego a Eric.

—¡Yo no hice nada de eso! —le encrespé—. No tengo la culpa de que seas malvado y estés loco.

Me encontraba sentada en el suelo, con los palmas de las manos apoyadas contra él, mientras me arrastraba y avanzaba lentamente hacia la puerta, en un intento de huir de allí. Mis ojos no se desviaban de su mirada, comprobando cómo Nicolás avanzaba despacio hacia mí mientras me gritaba.

—¿Qué no tienes la culpa? Es por ti que mis hombres están cayendo uno a uno como moscas —Hizo una pausa para dedicarme una sonrisa burlona y siniestra—. Pero tú también caerás cómo ellos.

Se lanzó hacia mí y esta vez su puñalada no falló y se clavó en mi muslo izquierdo. Un grito de dolor asomó por mi garganta, a la vez que pateaba su cara con la otra pierna. Ese gesto hizo que mi muslo condolido se desgarrara, pues Nicolás en ningún momento había soltado la empuñadura del arma y con mi golpe, me dañé más. Por lo menos logré dejarlo brevemente desorientado y aproveché la ocasión para seguir retrocediendo y alejarme de él. No podía incorporarme, me dolía mucho la pierna y estaba perdiendo mucha sangre.

En cuanto Nicolás se recuperó de la patada, se incorporó y volvió a lanzarse contra mí.

Cerré los ojos cuando lo tenía solo a un metro de mi posición y esperé la gran estocada. Pero ésta no llegó.

Un rugido, seguido de una maldición, llenó la estancia. De la nada, había aparecido Álex y se había interpuesto entre Nicolás y yo. Salvándome así la vida. De momento...

Nicolás clavó el cuchillo en el corazón de Álex en vez de en el mío, pero esto no era suficiente para acabar con la vida de un vampiro.

Ambos estaban debilitados por la droga que les había transmitido cuando bebieron de mí, pero seguían siendo casi inmortales: Solo si se les corta la cabeza lograrían morir definitivamente.

Álex giró levemente la cabeza, para poder mirarme mejor con sus verdosos ojos.

—Carla...¡Huye!... —Su voz sonaba entrecortada, pues le costaba hablar— ¡Sal de aquí! —me urgió.

Obedecí y cómo pude, me agarré al marco de la puerta y me incorporé. Cojeando, me alejé de allí. Pero me detuve cuando lo oí por última vez:

—Espero que algún día... —Me giré para mirarlo en la distancia—... me perdones.

Y esas fueron sus últimas palabras, pues su voz se apagó en el momento en que Nicolás le cortaba la garganta y le arrancaba la cabeza de cuajo. Chorros de sangre bañaban ahora las paredes, tiñéndolas de un rojo intenso. Otro grito escapó de mis labios ante la horrible escena que acababa de presenciar. Pero no tenía tiempo de lamentar la vida de nadie, tenía que salir de allí y lo antes posible, pues Nicolás volvía a estar libre y aún no había terminado conmigo.

Tropecé con varías personas que estaban luchando entre sí, reconocí a algunos miembros de la Resistencia entre ellos. A lo lejos divisé a un Lucas ensangrentado, degollando y rematando a un vampiro rubio y corpulento. Me guiñó un ojo antes de arremeter contra otro vampiro que se había lanzado hacia él.

Me quité el lazo de la bata y lo usé como torniquete para taponar la herida sangrante del muslo. Agarré con fuerza las solapas de la bata para mantenerla cerrada y no mostrar mi cuerpo desnudo.

Estudié el salón que me rodeaba, decenas de muertos sin cabeza yacían esparcidos por el suelo. Comprobé con horror que también habían varios cadáveres humanos desangrados y algunos de ellos, desmembrados.

El caos reinaba en el lugar, ruidos de golpes, gritos y demás sonidos de la batalla llenaban la estancia.

Nicolás se abría paso entre la muchedumbre enloquecida para darme alcance.

Con mucho cuidado y un poco de suerte, logré salir de allí cojeando sin apenas lesionarme, solo recibí algunos empujones y arañazos en mi huida. Corrí por el pasillo, sin saber ciertamente hacia dónde me dirigía, vigilando mi espalda, cuando tropecé con un duro pecho.

Grité asustada cuando unos fuertes brazos se aferraron en torno mío. Comencé a golpear fuertemente con mis manos cerradas en puños, sobre el musculoso pecho del sujeto que me tenía prisionera.

—¡Socorro! —grité asustada—. ¡Lucas, ayúdame!

No me molesté ni si quiera en mirar al rostro de aquel que se interponía en mi camino, dando lugar a que Nicolás acabase alcanzándome de un momento a otro.

—Tranquila, pequeña... —susurró una bella voz—. Conmigo estás a salvo.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora