CAPÍTULO DIECISIETE

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Su boca devoraba la mía con impaciencia y su demandante lengua empujaba contra mis labios con insistencia, intentando entrar a la fuerza.

Debido a tu incesante ataque, tenía los labios doloridos. Por ello no pude seguir resistiéndome más y tuve que separarlos finalmente, dejándole acceso a mi húmeda boca.

Por un momento se me ocurrió morderle, pero luego recapacité y recordé que la vida de mis padres aún pendían de un hilo y como no quería inclinar la balanza hacia el lado negativo, opté por abstenerme y quedarme con las ganas; no quería dificultar más las cosas para evitar que se enfadara más de lo que ya estaba.

Dejé de pensar en todo eso cuando sentí una de sus sedientas manos recorriendo el contorno de mi pecho descubierto; con la libre me liberó la otra también. Salvajemente, los acarició una y otra vez, mientras los apretujaba entre sus fuertes manos. Ahora sus dedos me pellizcaban los doloridos pezones, dejándolos colorados y erectos; seguía sin separar su boca de la mía y debido a ello, apenas podía respirar.

Abandonó uno de mis pechos para bajar la mano a la altura de mis muslos. Una vez allí tiró del borde de la túnica para subírmela, dejando la tela amontonada en un amasijo de arrugas y pliegues sobre mi abdomen. Entonces, deshizo la unión de nuestros labios para separarse lo justo para poder contemplarme con sus ojos hambrientos; mi cuerpo semidesnudo temblaba a causa de la mezcla de emociones y sensaciones, que iban desde rabia, ira, a impotencia.

—No, Álex, no lo hagas —le supliqué, toda ruborizada bajo su escrutinio.

Ignoró mi súplica. Seguía cegado por la lujuria y rabia que le dominaban en esos momentos. Y dejándose llevar por estos primitivos impulsos de macho dominante, desgarró el sostén y mis diminutas braguitas con sus afilados colmillos, dejándome completamente desnuda y a su merced.

Lancé un chillido en respuesta. Luego cerré los ojos, para no enfrentar esa mirada hambrienta que me devorada tan descaradamente; la piel se me erizó bajo su atento examen.

Cuando su boca comenzó a lamer mi piel con lametazos largos, me estremecí e intenté pensar en otra cosa, para no ser consciente de sus indeseadas caricias. Había comenzado a hacerlo desde mi cuello, para ir dejando un sendero húmedo por mis pechos y detenerse finalmente en el punto donde mis largas piernas se unían; de la impotencia, no pude reprimir las lágrimas que luchaban por salir y dejé que éstas me humedecieran la cara.

—No, no... ¡detente! —le decía una y otra vez, hasta quedar ronca, sin conseguir nada.

Él intentaba separarme más todavía las piernas para tener un mejor acceso a ese punto que tanto ansiaba, pero yo las apretaba con fuerza, en un inútil esfuerzo por protegerme y ponerles las cosas más difíciles. Sus manos lograron separarlas, exponiendo finalmente mi sexo delante suya, para su disfrute.

A mí me dolían los muslos por la fuerte presión que había estado ejerciendo sobre ellos, pero eso no era nada comparado con el dolor que sentía en los más profundo de mi alma y en mi corazón.

Noté cómo se volvió todavía más desesperado cuando su lengua acarició mi cremosa y caliente carne y succionó mi sensible clítoris, pues rugió entre gruñidos y lametazos insaciables; una necesidad más urgente se había apoderado de él y no pudo continuar reprimiéndose: con un movimiento rápido e impaciente, se desabrochó los pantalones y se los bajó hasta los tobillos. Y sin llegar a quitárselos si quiera, se posicionó encima mía, rozando su hinchado y cálido sexo contra el mío.

No quise abrir los ojos. Seguí manteniendo mis párpados cerrados, dejando que las lágrimas continuaran empapando mis mejillas. Entonces, sin delicadeza alguna y con brutalidad, me penetró profundamente. Cuando estuvo dolorosamente enterrado hasta el fondo de mi ser, un fuerte gemido se le escapó de entre sus labios.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora