CAPÍTULO ONCE

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A la maña siguiente, el día amaneció con un cielo encapotado. Apenas se veía el sol, señal de que el otoño se estaba haciendo notar.

Eric descansaba al lado mío. No había notado su llegada la madrugada pasada, pero definitivamente, él estaba de vuelta. Sigilosamente, me levanté y me vestí con unos jeans cortos y una camiseta roja de media manga.

¡Ya era hora! Tenía muchas ganas de ponerme mi propia ropa.

Después de haberme calzado con mis deportivos preferidos, salí fuera del dormitorio y me aseé en el cuarto de baño del pasillo. Era el que utilizábamos para los invitados.

Nada más llegar a la cocina, cogí un batido de chocolate del frigorífico para desayunar y salí pitando de allí. Me lo fui tomando de camino a la gasolinera que estaba a menos de un kilómetro de mi casa. Luisa estaba ya esperándome cuando llegué. Tampoco llevaba puesta la túnica, se había vestido con unos pantalones piratas de tela negra y una camisa sin mangas blanca. Llevaba su media melena morena recogida con una coleta y sonrió en cuanto me vio llegar.

Yo me había dejado el pelo suelto y éste se ondulaba con cada movimiento que realizaba.

—¡Buenos días, Carla! —Me abrazó.

Le correspondí al abrazo y al saludo. A continuación, nos metimos en un Ford Fiesta blanco, que nos estaba esperando. Dentro habían dos personas más, una mujer con el pelo negro corto y un hombre de constitución delgada, también moreno.

—Bruno, Blanca, está es Carla —Nos dimos las manos en señal de saludo—. Bueno, ya puedes arrancar, que nos están esperando.

El viaje a la base oculta de la Resistencia se hallaba bastante lejos de mi pueblo, al norte. Tardamos una hora aproximadamente en llegar al lugar. Por fuera parecía una nave abandonada y en muy mal estado. Cuando estuvimos más cerca, pude comprobar que en un pasado fue incendiada.

Salimos del coche y sacamos del maletero cuatro linternas grandes. Atravesamos el inmueble sorteando los escombros calcinados que encontrábamos por el camino. Al fondo de éste, comprobé que había una puerta oculta en el suelo, debajo de un pilar de cajas de madera. Bruno y Blanca apartaban esas cajas para dejar a la entrada despejada. Deduje que nos encontrábamos en una antigua y ruinosa fábrica o almacén de fruta, ya que aquellas cajas se utilizaban para el transporte o almacenaje de ése tipo de mercancía. Abrieron la portezuela y Bruno emprendió el descenso en primer lugar. Le seguimos en silencio; la luz que desprendían nuestra linternas, daban un toque más tenebroso al lugar.

Avanzamos lo que me pareció un kilómetro, sin encontrar ningún tipo de civilización o algo parecido. Solo nos rodeaba el oscuro y húmedo túnel. Nuestras pisadas retumbaban en mis oídos y el olor a moho era insoportable. Por fin llegamos al final del trayecto y de repente, aparecimos cómo en otro universo. Todo era diferente allí, las paredes estaban pintadas en blanco, el suelo era de loza marrón claro y aquí abajo, había electricidad.

—¿Dónde se encuentra esta base? —pregunté muy curiosa.

—Esto era antes una vieja mina. Nosotros la reformamos hace casi tres meses, con la ayuda de un millonario empresario. Él es el que dirige y financia este proyecto.

—¿Y la única entrada a este lugar es por la nave calcinada que acabamos de dejar atrás?

—Sí. Y como habrás deducido, la misma se encuentra a poco más de un kilómetro de este lugar. Tuvimos que cavar el túnel para acceder a la mina. La entrada de ésta fue sepultada muchos años atrás, debido a una violenta explosión de dinamita.

—Ah, vale... Pero, ¿no hubiera sido más fácil abrir de nuevo esa entrada, que hacer un túnel tan largo?

—Seguramente, sí. Pero llamaríamos demasiado la atención. Piensa que, para el resto del mundo, la mina sigue siendo inaccesible —Luisa guiñó un ojo, a la vez que me sonreía.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora