CAPÍTULO DIECISEIS

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No sabía a dónde me llevaban los miserables vampiros, pero el camino se me hizo muy largo y eterno. Como llevaba los ojos vendados, no pude saber cuál era el lugar hacia dónde nos dirigíamos.

Apenas hablaron durante todo el tiempo que duró el trayecto, pero pude descubrir que el tipo con el que había estado tratando hasta hora, se llamaba Iván.

Intenté tranquilizarme, pensando que todavía no estaba todo perdido. Ellos realmente lo que querían eran la colaboración de Eric y me utilizaban con ese fin. Pues bien, en ese caso, eso significaba que mi vida y la de mis padres no corrían peligro. Tendrían que mantenernos con vida para que Eric aceptara el trato. Una vez que se aliaran sus tropas, la Resistencia les declararía la guerra como en un principio se tenía planeado. Luego ya sería cuestión de suerte. Gracias a la fórmula secreta de Lucas, las cosas estarían casi igualadas. ¡Lástima que en el transcurso de esa refriega se perdieran muchas vidas!

Perdí la percepción del tiempo, no sabía cuánto había durado el viaje, pero sí sabía que había concluido. Noté como el vehículo reducía la velocidad y como poco después el motor fue apagado.

De manera descontrolada, mi corazón bombeó desbocado, latiendo con demasiada velocidad. Tanta intriga me estaba matando.

Unos fuertes brazos me cogieron y cómo si fuera una niña pequeña, me llevaron tomada de esta manera.

Tenía los oídos agudizados, atentos a cualquier sonido o ruido. Pero aún con esas, solo pude escuchar pisadas y más pisadas y luego una puerta abriéndose. Ésta debería ser de metal, deduje por el ruido que hizo tanto al abrirse como al cerrarse; y necesitaba que le engrasaran las bisagras.

Iván comenzó a dar órdenes a unos y a otros. Así supe que los fuertes e inflexible brazos que me sujetaban eran los suyos.

Otra puerta más se abrió y se cerró detrás de nosotros y finalmente, pude sentir el duro suelo bajo mis pies.

—Señor, aquí la tiene —dijo él con un tono de voz firme.

¿Señor?, ¿quién era su señor? Creí que él era el mandamás. Por lo visto no era el jefe, sino la mano derecha de éste.

Iván solo me quitó la mordaza de la boca y el vendaje de los ojos, pero mis pies y manos seguían atados. Mis ojos se abrieron de golpe por la sorpresa, reflejando también horror e incomprensión: Un conocido vampiro se encontraba delante mía, a pocos metros, sentado en un sillón oscuro que descansaba junto a una chimenea encendida.

Ni el calor que ella desprendía podía derretir el helor que se apoderó de mi alma: Nicolás era el jefe de los Renegados, el malvado e inhumano Nicolás.

—¿Sorprendida de verme de nuevo? —Una carcajada prosiguió a su pregunta—. He de confesarte que yo de verte a ti no.

Lo miré con furia y dejé que él lo viera, alcé la barbilla en un gesto desafiante.

—Ya una vez Eric te doblegó —Dejé escapar una ligera sonrisa de mis labios—. Volverá ha hacerlo de nuevo y esta vez no será tan benevolente.

—¿Eric? ¿Y quién ha dicho que Eric vendrá aquí alguna vez? —Sus ojos maliciosos brillaban con diversión—. No lo necesito para nada y nunca sabrá de este sitio, ni nada más de ti.

Sus palabras me paralizaron y me dejaron más helada aún, me sentí cómo si me hubieran vertido encima un cubo de agua casi congelada.

—Pero... —comencé a balbucear—. No lo entiendo... ¿Para qué me quieres pues?

Esto debería ser un pago o algo así, como venganza a lo que le hicimos con Julia, denigrarlo de esa manera por su mala conducta hacia ella y hacia su familia. ¿Qué otra razón podía ser si no?

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora