CAPÍTULO VEINTE

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En cuanto vi a mis padres, me lancé sobre ellos con los brazos abiertos y les abracé fuertemente. Automáticamente, los tres comenzamos a llorar sin control alguno. Estuvimos bastante tiempo así, sin decir nada. No hacía falta hablar de lo ocurrido, ya éramos conscientes de la tragedia que habíamos vivido cada uno y queríamos dejar la mala experiencia a un lado y comenzar de nuevo con nuestras vidas.

Tras el abrazo, miré en rededor y comprobé que éramos muchos los humanos que ocupábamos gran parte del verde jardín. A algunos los conocía de haberlos visto en la base oculta, por eso supuse que se trataban de miembros de la Resistencia. Otros me eran completamente desconocidos, la mayoría mujeres, pero viendo sus cuerpos desnutridos y llenos de marcas de mordeduras, supuse que eran prisioneros de los Renegados.

Una brisa mañanera hizo que me estremeciera. Tenía mucho frío, pues aún era temprano y apenas llevaba algo de ropa encima. Como acababa de amanecer y ya era otoño, hacía mucho fresco a estas horas.

Me fijé que Lucas estaba hablando con su hija. Al poco, se despidió de ésta y regresó al interior de la guarida. Un rato después salió y se acercó a mí.

—Eric y sus hombres se van a quedar aquí a pasar el día. Aprovecharán para hacer limpieza y quemar los cuerpos —se quitó las gafas e intentó limpiárselas con un trozo de su camisa, que milagrosamente había quedado intacta y limpia, pero fue en vano: no consiguió que la sangre que las salpicaba, desapareciera del todo—. Me ha dicho que te dijera, que regresaras a la mansión con tus padres —hizo una pequeña pausa para volver a ponerse las gafas—. Dice que esta noche se reunirá contigo allí.

Le di las gracias por el mensaje y todos procedimos a hacer el reparto de los vehículos que habían estacionados por allí. Poco después, la entrada a la guarida fue despejada y quedó vacía.

Yo me fui con Luisa y mis padres. Utilizamos uno de los todoterrenos de Nicolás.

Bruno y Blanca se fueron a sus casas en el coche que había traído, después de que se hubieran despedido de nosotros.

Lucas se fue de regreso a la base oculta con varios miembros de la Resistencia.

El viaje a la mansión de Eric se me hizo eterno, pues era muy largo, de unas tres horas, y en todo momento el silencio reinó en el habitáculo. Luisa conducía y yo iba sentada atrás, en medio de mis padres. Con una mano sujetaba la de mi madre y con la otra la de mi padre. Así estuvimos durante el tiempo que duró el largo trayecto.

Tuve bastante tiempo para pensar en todo los acontecimientos de esas últimas horas: mi breve pero intenso secuestro, la liberación de mis padres, la rebelión de la Resistencia apoyada por los vampiros de Eric, contra los Renegados, y la posterior alianza entre ambas especies.

Y todo gracias a Eric y Lucas.

Si Eric no se equivocaba, en un futuro cercano, todos obtendríamos la libertad y conviviríamos ambas civilizaciones en armonía.

Iba pensando en todo eso, cuando finalmente llegamos a la mansión. Miré el reloj de mi muñeca y comprobé que eran poco más de las nueve de la mañana. Aunque estaba cansada y reventada, la excitación de la batalla aún reinaba dentro de mí. Por eso, no me apetecía irme a dormir; aún no.

Lo primero que hice fue irme directa a mi alcoba, coger del armario la primera túnica que encontré e irme al baño a darme una merecida ducha. Dejé que el agua caliente limpiara toda la sangre seca que ensuciaba gran parte de mi exhausto cuerpo. Aproveché que estaba desnuda para contemplarme. Comprobé con placer que no me quedaba señal alguna de la herida infligida por Nicolás, ni tampoco ninguna cicatriz ni nada parecido. Presioné los dedos en la zona donde debería estar la puñalada para comprobar si sentía algún dolor, pero no fue así; la herida estaba completamente curada.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora