CAPÍTULO CUATRO

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Y de vuelta al presente, pude percatarme del inmenso silencio que reinaba ahora en toda la casa, pues mi madre había dejado de llorar. Dejé de acariciarle el pelo y con un gesto, le indiqué que se ladeara para que pudiera levantarme.

—¿Estás bien, Carla? —Su pregunta llena de preocupación me caló muy a fondo.

—Más o menos, pero no os preocupéis por mí —Anduve hasta la puerta, con intenciones de ir a mi dormitorio, cuando añadí—: Después de un poco de descanso, me encontraré mejor —La abrí dispuesta a salir y encerrarme en el único lugar en el que sabía me sentiría, de manera engañosa, segura—. Así que, si me disculpáis...

—Está bien, cielo, que descanses —dijo ella mientras se sentaba ahora junto a mi padre—. Mañana continuamos hablando, ¿vale?

—Sí, no lo dudes. Buenas noches a los dos.

Y me retiré.

Estaba cansada, desilusionada, preocupada por mi futuro tan incierto a manos de un desconocido llamado Eric y encima, ¡se me había incrementado el dolor de cabeza! Así que, me dejé caer sobre la cama y cerré los ojos, esperando a que el sueño acudiera a mí.

***

Después de pasar una muy mala noche en la que apenas pude dormir, me levanté bien temprano esa mañana. Estuve toda la velada dándole vueltas una y otra vez a la conversación que había mantenido con mis padres la noche anterior. Todo parecía tan irreal. Me había despertado el día anterior de un largo coma, había ingerido sangre de vampiro sin ser consciente de que lo hacía, había descubierto que estos existían y que encima de todo, ¡el mundo era ahora de ellos!. Y para colmo, ¡yo estaba prometida con uno!; demasiadas nuevas emociones y noticias recibidas de golpe.

Intentando olvidar el asunto por un momento, fui directa a la cocina y cómo no tenía apetito, no desayuné nada. En cambio, puse la tele y me dediqué a ver las noticias. Me puse al día con las últimas novedades y pude comprobar con horror que toda la historia que me habían contado mis padres era cierta: Existían los vampiros y ellos eran ahora los mandamás.

Estaba tan concentrada en la caja boba, que apenas me di cuenta cuando mi madre entró también a la cocina.

—Buenos días, cielo.

—Lo mismo te deseo, mamá.

—No tienes buena cara, me imagino que no ha sido la mejor de tus noches... —dejó la frase sin terminar.

—Creo que no me equivocaría si te dijera que a ti te ha pasado igual —dije mientras la señalaba con la cabeza; tenía una pinta igual de horrorosa que la mía, o peor, con profundas y oscuras ojeras debajo de los ojos.

No dijo nada más al respecto, fue directa al frigorífico y sacó el cartón de leche. Y mientras ella se preparaba el desayuno y se lo tomaba, yo empecé a pensar en mi prima Julia... ¿Por qué llevaba puesto ese pañuelo?

—Madre, ¿cómo van las cosas en casa de Julia?, ¿se casó con Ricardo?

Dejó sobre la mesa la tostada a medio comer y después de tragar ruidosamente, tosió un poco y le dio un largo trago a su café con leche antes de responderme:

—Verás, después de tu accidente ellos decidieron posponer la boda. En aquella época, ninguno estábamos con ánimos para celebraciones de ningún tipo —Hizo una pequeña pausa. Tenía el ceño fruncido, pensando lo que diría a continuación—: Y luego, pasó lo del tema de lo vampiros y entonces, ya fue demasiado tarde...

—¿A qué te refieres?, ¿aún no se han casado? —Negó con la cabeza— ¿Y eso?, no me digas que en la sanguinaria batalla contra los vampiros le pasó algo a Ricardo...

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora