6. Surcando los cielos

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6. Surcando los cielos: Albus Potter.      

A la mañana siguiente desde que me desperté, estuve dando saltos de un lado a otro y como no, levanté los somnolientos gruñidos de Scorpius. Necesitaba contarle lo que escuché la noche anterior, pero requería contárselo a la vez que a Rose. La fiabilidad que tenía de las paredes de Hogwarts era tan eficiente como un caldero agujereado.

Nada mas subimos al Gran Comedor, apenas pude esperar a tomar el desayuno. Sentía que si aguardaba unos minutos más, terminaría por explotar y barnizar las paredes con sangre del hijo de Harry Potter, seguramente que después de la carnicería, serían más valiosas. Todo fuese por mi padre, claro, no es vayáis a pensar que tendría algo que ver conmigo. Bueno, que finalmente, decidí que ese día no iban a desayunar ninguno de los dos. Y punto. Agarré sin delicadeza a ambos de sus túnicas nada más que vimos a Rose en los pórticos y comencé a tironear de ellos en la dirección opuesta a la corriente de gente que se apelotonaba en las puertas.

—En serio que no puede esperar —expliqué, escuchando sus quejas—. Esto es más importante que comer dos tostadas con huevos —les decía, mientras que, prácticamente les arrastraba improvisando un lugar al que ir sin que nadie pudiera escucharnos.

—¡Está bien! No desayunaremos hoy pero, ¿puedes soltarme? Por Dumbledore... estás más raro que de costumbre —me dijo Scorpius. Les solté algo avergonzado, no me había dado cuenta de con la fuerza que les estaba agarrando—. Gracias, ahora que por fin me has soltado la túnica, puedo respirar tranquilo.

—¿Lleva así toda la mañana? —inquirió Rose, con las cejas alzadas. Scorpius asintió. Odiaba que hablaran de mí como si no estuviera delante y para mi disgusto era un mal hábito que tenían—. Ahora sí que me está entrando curiosidad. ¿Qué ha pasado?

Su mirada recayó sobre mí (¡por fin!) que, les observaba dando golpes con el pie en el suelo.

—Ya os he dicho que aquí no podemos hablar, ¿estáis sordos? Vamos a otro lado —sentencié, y comencé a andar hacía un corredor desierto. Que gracias a las horas, eran muchos.

Me siguieron por los pasillos. Andaba decidido, subiendo y bajando escaleras a tutiplén, incluso metiéndome por algún pasadizo secreto del que había oído hablar a James rezando por no perderme en ninguno de ellos y que mi hermano tuviera que rescatarme. Al fin me paré delante de una puerta de madera que parecía tener más años que la directora McGonagall.

—Aquí no nos escuchará nadie —dije, después de cerciorarme de que la puerta no estaba encantada. Sin demora, empecé a relatar: desde el encuentro con el profesor Labonair y Marcellius, hasta lo que había escuchado de ellos. Narrando cada detalle sentí que me quitaba un peso de encima—. Estoy seguro de que cuando dijeron que si alguien sospechaba sobre lo de la profesora Thompson es porque tienen miedo de que descubran que son los causantes de su enfermedad.

—Albus... si es cierto lo que dices —comenzó a decir Rose preocupada—, tenemos que decírselo a la directora McGonagall de inmediato. Puede que alguien más esté en peligro. Además, ¿no escuchaste lo que están buscando? 

—¿Crees que nos van a creer a nosotros antes que a un profesor? —preguntó Scorpius, dirigiendo su mirada hacía Rose. Después negó con la cabeza y me miró—. Si de verdad estás seguro de lo que escuchaste, será mejor que cierres la boca antes de que vayan a por ti y acabes con la misma suerte que la profesora Thompson.

—Ni se lo vamos a decir a la directora McGongall, ni voy a quedarme quieto y mucho menos callado. Así que denegadas las tres cosas —impuse. A pesar de ser Slytherin, no era ningún cobarde—. Y no, Rose, no escuché lo que buscan. Y eso es lo que tenemos que averiguar, al igual que lo que le pasó a la profesora Thompson. Esta tarde comenzaremos a investigar.

EL GRIMORIO ▶ ALBUS POTTER, ROSE WEASLEY Y SCORPIUS MALFOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora