17. Una fiesta demasiado pretenciosa

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17. Una fiesta demasiado pretenciosa: Albus Potter

Uno de Diciembre llegó tan rápido como una majestuosa snitch atravesando un cielo perlado. Navidad y las vacaciones cada vez estaban más cerca y yo, cada día que transcurría, me sentía más ansioso que el anterior. Me encontraba cansado de no hacer nada, de poder distraerme tan solo recolectando ingredientes e ideando planes para cuando la poción estuviera lista. Se me estaba haciendo una espera eterna. Saber que podríamos estar perdiendo un tiempo tan valioso, me consumía y enfermaba.

Pero no podíamos anticiparnos y que Georges Labonair o algún profesor nos descubriera. Debíamos seguir el camino que decidí tomar, el de armarse de paciencia. Quien me mandaba a mí... Aún así me consolaba pensando que estaba intentándolo. Los ingredientes de la poción multijugos, me los sabía de memoria y la preparación de cabo a rabo. Como no hacerlo cuando Rose no paraba de repetir una y otra vez la lista incansablemente, Scorpius estaba atento por si le tenía que corregir (nunca pasaba, por lo que se quedaba con las ganas) y yo enumeraba todo lo que nos faltaba y donde lo podíamos conseguir. 

Por el momento, tan solo disponíamos de los doce crisopos, las dos hojas centunaida y las cuatro sanguijuelas que, había "cogido prestadas" del despacho del profesor Slughorn. Todos los lunes, intentaba extraer algo de su almacén; no cogía todo a la vez porque estaba seguro de que se daría cuenta. Al día siguiente, tendría mi último día de castigo (se suponía que iban a ser más semanas, pero Slughorn pareció apiadarse de mí) e intentaría llevarme un par de ingredientes más para que la lista de los restantes fuese aún más pequeña.

A causa de la proximidad de las fiestas, el Gran Comedor estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos y otros con cientos de velas. El profesor Flitwick ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban y, por suerte se escuchaban conversaciones sobre las vacaciones y menos susurros sobre mi condición de Lord Oscuro. O tal vez estaba tan sumergido en mi tarea sobre desenmascarar al profesor Labonair que yo mismo, estaba empezando a ignorar los comentarios. 

Lo agradecía.

Esa mañana había recibido una nota de mi padrino y decidí pasar la tarde con él en el invernadero tres investigando las plantas, como ya se había hecho costumbre desde que me las enseñó.

—¡Albus! —saludó Neville, que me miraba desde la puerta del invernadero con la mejilla embadurnada en barro—. ¿Vienes solo? ¿Dónde está Rose? 

Como siempre, no preguntó por Scorpius.

—Estará estudiando, como la mayor parte del tiempo —respondí y Neville rápidamente ensanchó una sonrisa haciéndose a un lado para que pasara al invernadero.

—Qué raro... —dijo sin extrañarse y vi como sus ojos brillaron, dando una vuelta al pasado—. Pasa, pasa. Acabo de sacar los guantes que tenemos que utilizar y unas orejeras. Hoy nos acercaremos mucho a ellas y no sé si pueden ser como las mandrágoras.

Entré en el invernadero siguiendo a Neville. En un rincón estaban las raras plantas que días atrás pensé en robarle. Con el transcurso de las semanas y mis repetidas escapadas con él al invernadero, opté por no hacerlo. Vi como él disfrutaba con ellas y lo mucho que le gustaba intentar descubrir cuáles eran las mayores de sus funciones, y yo, quería tanto a mi padrino que supe que no podría fallarle de esa manera. El estudio que estaba realizando había avanzado, al igual que el tamaño de las plantas: estaban enormes (y eso que era invierno) y sus colores habían cambiado. Me había contado mientras las cambiábamos de maceta, que seguramente al crecer habían ganado diferentes cualidades como a su vez, habían podido perder otras de las que disponían. 

EL GRIMORIO ▶ ALBUS POTTER, ROSE WEASLEY Y SCORPIUS MALFOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora