13. Pelea de serpientes

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13. Pelea de serpientes: Megara Prynce.

—Creo que tu nuevo bolso es perfecto —dijo Valentina Baizen, tocándose su collar de perlas amarrado al cuello de su aceitunada tez—. ¿Sabes?, piensa en lo guay que es tener un bolso negro ahora en vez de todos esos diseños de estampados y toda esa mierda que tiene todo el mundo. Es como... superhortera, ¿no?

—Totalmente de acuerdo —asentí con la cabeza. 

—¡Eh! ¿Y mi abrigo de estampado de leopardo? —se quejó Margo Dunne, con aspecto dolido. 

—Sí, pero ese abrigo es un nuevo diseño de Valentino —razoné, aireando la mano con un toque despectivo—. Nada que ver. 

Valentina, Margo, Cécile, Cassiopeia y yo, nos hallábamos en el centro de la Sala Común de Slytherin, como siempre siendo el objeto de las miradas de quien pasara a nuestro alrededor ya fueran de admiración, rencor, odio o envidia. Todas nosotras, íbamos vestidas de rosa. ¿Por qué? Fácil y sencillo, yo impuse la regla de que los domingos solamente vestíamos de ese color y si alguna de ellas rompía la norma (a no ser que ese domingo yo la levantara), usaría los zapatos de la vergüenza durante una semana. Los zapatos eran lo más horroroso que había visto jamás, eran ortopédicos y de color gris amarronado y, ninguna queríamos verlos en persona, descansaban en una caja debajo de la cama de mi habitación.

El domingo, había pasado súper, súper lento. Lentísimo. Ni siquiera había visto a los molestos fantasmas parlotear unos con otros ruidosamente en los pasillos y los cuadros de las paredes parecían haber enmudecido milagrosamente, y yo 1) pedía que el día se acabara de una vez por todas o 2) que se me ocurriera la manera de que terminara satisfactoriamente para mí y desdeñosamente para otra persona.

Creo que la segunda opción era la más viable. 

Estábamos hablando de banalidades que me tenían totalmente aburrida. Cotilleos subidos de tono, lecturas de Corazón de Bruja (obviamente sobre nosotras) y también destripábamos el armario de cualquier hortera que se nos cruzara por el camino, ese era nuestro mejor pasatiempo. 

—Por cierto, ¿os acordáis de la fiesta de verano? —preguntó Valentina que, llevaba un vestido de tubo rosa brillante acompañado de una americana del mismo color. Estaba cruzada de piernas y sus manos desnudas de anillos descansaban sobre su rodilla. Su media melena oscura caía levemente ondulada y como acompañante la didadema que le obsequié adornaba su cabeza—. Sabrina Darkness no dejaba de poner las manos sobre su estómago.

—Seguro que estaba embarazada —nos susurró Cécile Lasserre—. Solamente haces eso cuando estás embarazada. 

—Seguro que fue a abortar —respondió Cassiopeia Brysne aireando la mano sumergida dentro de un jersey de cuello redondo y plagado de pliegues repletos de pelo. Luego tocó el collar dorado que adornaba su cuello, meneando la trenza de espiga rubia que se formaba en sus cabellos. Bajé la mirada y me fijé en sus piernas con calcetines largos blancos y la falda entallada rosa claro con detalles de hojas doradas.

Estaba estupenda, todo gracias a mí.

A ella le había regalado yo la ropa, como siempre. Sus padres eran muggles y se ganaban la vida con la música, tocando rock del malo en tugurios de mala muerte. El año pasado, como obra de caridad, al ver como lloraba en una esquina, investigué y pensé que sería un buen experimento. Le obsequié con mi diadema y me aseguré que siempre fuera bien vestida, por ello, solía regalarle la ropa que ya no quería, o sea, yo nunca repetía un modelo. Sabía que quería ser como mi copia, pero más fea, menos popular y más vulgar. 

Obvio.

—Mi padre dona dinero al hospital —dije al fin, cruzándome de piernas—. Voy a averiguar si Sabrina ha estado allí. 

EL GRIMORIO ▶ ALBUS POTTER, ROSE WEASLEY Y SCORPIUS MALFOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora