1. Prólogo

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1. Prólogo: Harry Potter.

Las suelas de mis zapatos resonaban con fuerza en el pavimento desierto, pero no hice caso al sonido, eligiendo en su lugar centrar mi atención en las sombras proyectadas por la luna plateada. Encogiéndome más en el fondo de mi abrigo, pasé los estrechos jardines de tierra encajonada por las vallas metálicas, las casas más allá estaban a oscuras y en inquietante silencio.

A ambos lados de la estrecha carretera por la que circulaba, había casitas con gente que me observaba por las ventanas con interés, era un gesto que no cambiaba por muchos años que pasaran y al que nunca terminaría de acostumbrarme, se me antojaba abrumador. Haciendo caso omiso a la decena de ojos que seguía mis pasos, caminé un poco más allá hacia el centro del pueblo.

En medio de la plaza, se erguía en todo su esplendor el monumento a los caídos en la guerra. Se desplegaban varias tiendas, una oficina de correos, un pub y una pequeña iglesia, cuyas vidrieras de colores relucían al otro lado del lugar cubriéndolo de figuras uniformes, triángulos y circunferencias. Estaba todo tal y como lo recordaba. Cuando pasé al lado del monumento de los caídos cambió solemnemente. En lugar de un obelisco cubierto de nombres había una composición escultórica: un hombre de pelo revuelto y con gafas, una mujer con melena y una cara hermosa y amable, y un bebé sentado en los brazos de su madre. Mis padres y yo. Por raro que pareciera, esta vez no me demoré en observar la imagen.

Al cruzar la calle con una suave brisa alborotando los mechones de mis cabellos, no pude evitar girar la cabeza y vi que la estatua había vuelto a convertirse en el habitual monumento a los caídos en la guerra.

Después de deambular un rato más, llegué a mi destino.

En la entrada del cementerio, como siempre, había una cancela. Chirrió cuando la abrí con todo cuidado que pude y me deslicé hacía dentro. A cada lado del embarronado sendero las flores comenzaban a marchitarse. Detrás de la iglesia había hileras y más hileras de lápidas que sobresalían de un manto azul claro, salpicado de brillantes motas de color rojo, dorado y verde producidas por los reflejos de las vidrieras de la iglesia.

Me adentré en el cementerio, las hojas resecas que se habían desprendido de los árboles crujían bajo mis pies a cada paso que daba. Me apretujé aún más bajo la túnica resguardándome del frío y apreté el paso para llegar cuanto antes. Se notaba que ya era de noche.

A medida que me adentraba en el camposanto la oscuridad y el silencio se acentuaron. Pero no necesitaba luz para guiarme entre las tumbas: me sabía el camino de memoria. Ya eran demasiados años.

Entretanto llegué a la lapida de mis padres.

Me aproximé a ella sintiendo una opresión en el pecho; una pena que me aplastaba el corazón y los pulmones. La tumba de Remus, Tonks y Sirius estaba al lado de la de mis padres, casi igual de viejas. Yo me encargué de que descansaran juntos, como siempre habían luchado. Llegué y al fijarme en ellas me di cuenta de que estaban muy sucias.

Había pasado mucho tiempo de sus asesinatos. Pero dolía. Dolía en la sangre y los huesos, pero sobretodo en el corazón. Dolía saber que el pequeño Teddy, ya todo un hombre, se había criado sin el cariño de una madre.

Me situé frente a la sepultura de mis padres, prometiéndome volver cuando tuviera tiempo para tener una charla con la de los demás. Me arrodillé, sin preocuparme por si mi túnica se llenaba de tierra o barro. La lápida era de mármol blanco y eso facilitaba la lectura de la inscripción, porque casi brillaba en la oscuridad. No hubiese hecho falta apartar el polvo y el fango para distinguir las palabras ilustradas, las cuales, estaban grabadas a fuego en mi cabeza, pero igualmente lo hice:

James Potter, 27 de marzo de 1960 - 31 de octubre de 1981

Lily Potter, 30 de enero de 1960 - 31 de octubre de 1981

El último enemigo que será derrotado es la muerte.

Cuando quitaba las últimas motas de polvo de «muerte», me clavé algo punzante en la palma de la mano y pude ver un hilo de sangre. Jodía y dolía, pero no tanto como todo lo demás, así que no me importó. Porque el tiempo no duerme los grandes dolores, tan solo los adormece. Y ese trágico dolor solía desperezarse en mí cuando estaba solo, sin testigos, para recordarme todo lo que había vivido, todo lo que había perdido y todo lo que nunca pude llegar a conocer.

—Papá, mamá —saludé a mis padres con una sonrisa triste colgando de mis labios. Miré al cielo, y me vi arropado por un hermoso manto de estrellas y una enorme luna que parecía observarme con zozobra. Y me di cuenta de que vivir sin ellos era como una noche sin luna y sin estrellas, sumido en la más profunda oscuridad—. Mañana es uno de septiembre. Ya ha pasado un año desde la última que vine, desde la última vez que hable con vosotros, desde la última vez que... bueno, aunque suene imbécil, me sentí como si estuvierais conmigo. Y han sucedido un montón de cosas, como siempre.

»Cada día estoy más viejo y mis hijos más mayores. Ginny en vez de echarse a perder con los años, cada vez está más hermosa, rebosante de luz propia. La quiero tanto que duele, como el primer día. Y aunque el tiempo es un gran maestro que arregla muchas cosas, todavía hay demasiadas que siguen rotas en mi interior.

»Mis hijos... Que no os voy a contar de ellos... James sigue siendo tan merodeador como lo eras tú, papá y como lo eran ellos, Sirius y Remus, dándome un sin fin de problemas y miles de cartas de la directora McGonagall, estoy seguro que desde que él está en el colegio le han salido más arrugas si se puede. Y Lily es igual que su madre, incluso parece que viajo en el tiempo cuando estoy con ella.

»El cumpleaños de Albus se acerca, como el otoño. Quince años y cada día nuestra relación se hace más dificil, pero deberíais verlo. Tiene tus ojos, mamá. Estoy preocupado por él. Las pesadillas siguen atormentándole casi todas las noches, y Ginny y yo ya no sabemos qué hacer. Al principio creía que se lo inventaba para llamar la atención, pero he visto el miedo en sus ojos, un miedo que me ha transmitido y me ha hecho recordar al que yo sentí hace años.

»Ya es demasiado mayor para contarle alguna de mis aventuras, aunque sé, que desde nunca le han gustado. La última vez que lo intenté fue aún peor. Estas fueron sus palabras: ya me sé todas tus historias. El pobre huérfano, maltratado por sus tíos Dursley, traumatizado por su primo Dudley, salvado por Hogwarts. Me lo sé de memoria, papá. Bla, bla, bla.

»No quise morder el anzuelo, pero siguió.

»El pobre huérfano que nos salvó a todos. Así que, en nombre de la comunidad mágica... declaro lo agradecidos que estamos por tu heroísmo. ¿Tenemos que hacer una reverencia o bastará con una inclinación de cabeza?

»Aunque estaba cabreado, le quise regalar la manta que fue lo último que tuve de ti, mamá. Sin embargo él, usó los apelativos roñosa y mugrienta para describirla. Después de eso nos dijimos cosas horribles los dos, que ni siquiera quiero que sepáis.

»Solo espero que mañana cuando llegue a Hogwarts, esté bien el con hijo de los Malfoy y su prima Rose. Ojalá estuvierais aquí y me ayudarais con él. Lo quiero, pero me preocupa y me atormenta no poder llegar a comprenderle.

»Igualmente la vida tiene cosas buenas. Por ejemplo, la cicatriz, por suerte, sigue sin dolerme después de veintidós años, los pasteles de Molly siguen tan ricos como siempre y sigo teniendo a mis mejores amigos a mi lado.

Miré el reloj. Marcaban las ocho pasadas. Suspiré. Sentía que alguna astilla se estaba despegando de mi corazón.

—Es hora de que me vaya o Ginny empezará a preocuparse, además hoy cenan en casa Ron y Hermione.

Me incorporé apoyándome sobre mis rodillas, sacudiéndome las hojas resecas de la ropa que cayeron olvidadas entre las lápidas.

Me di la vuelta y, tras otro largo suspiro, me subí las gafas redondeadas por el puente de la nariz y murmuré:

—Os quiero. Siempre.

EL GRIMORIO ▶ ALBUS POTTER, ROSE WEASLEY Y SCORPIUS MALFOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora