Capítulo 11: Que fastidio

49 6 0
                                    

Los padres de Norman siguen siendo muy amables conmigo, me invitaron a pasar dentro para ir por un aperitivo. La madre de mi novio, Jessica, es una mujer sofisticada, inteligente y muy astuta, presiento su incomodidad o poca afinidad por su sobrina Abby. El señor Trevor en exceso elegante para mi gusto, me saluda con cordialidad; hablamos un buen rato sobre los ensayos y la compañía, a ratos los silencios se tornaban irritantes mientras esperábamos a que Norman y su "prima" se cambian de ropa. Debo admitirlo pero tengo una tremenda curiosidad de saber qué tipo de relación tienen esos dos. Soy celosa, sí, pero no necesito unos lindos cuernos sobre mi cabeza ni menos con un romance incestuoso.

Pasamos al comedor mientras las sirvientas colocaban toda la comida en su lugar. Tantos platillos distintos y ensaladas me recuerdan el día de acción de gracias en donde se come a destajo sin preocuparse absolutamente de nada, salvo el cerro de platos y vasos que lavar. Tomo asiento en donde me indica Jessica justo al lado de Norman y frente a la Perra... ups, de su prima. Como un trozo de pollo con variadas ensaladas, todo está de maravillas, sobre todo el jugo de frutas. Disfruto en silencio de la comida hasta que Abby comienza a abrir su bocota.

­­― Norman ¿recuerdas cuantas cenas de navidad pasamos juntos? ― preguntó batiendo sus largas pestañas, está siendo demasiado coqueta.

― Claro, cerca de 16 años ― responde con comida en la boca.

― Justo antes de que se mudaran a esta ciudad ― dice haciendo un puchero ― desde entonces la navidad no es lo mismo, ni las vacaciones en la playa ni ...

― Si, tienes razón ― la interrumpe para que no siga diciendo quien sabe qué cosa.

Jessica comienza a preguntarle cosas banales, sin sentido para sacarla de esa conversación. Norman por su parte toma mi mano y me mira como diciéndome un "lo siento", acepto sus disculpas pero de esto sí que tendremos que hablar y con la mirada que le dedico se lo dejo muy en claro. Sé que mi novio no es un monje tibetano ni mucho menos, ni mi príncipe azul, sin embargo esa mujer no me termina de convencer.

Me despido de todos, menos de Abby ―quien a lo lejos sonríe victoriosa― agradeciendo la invitación y la comida. En el patio, Norman abre la puerta de su automóvil para mí como todo un romántico, enciende la radio, pone en marcha el motor para salir de esa mansión. En los primeros 3 minutos me hervía la sangre por gritarle y preguntarle por la relación que tiene con su primita, pero antes de que hiciera eso, se orilla, le baja el volumen de la música y me mira de una forma extraña que no puedo evitar preguntar:

― ¿Qué pasa Norman? ― pregunto pero no oigo respuesta.

Sin previo aviso Norman me está besando con mucha pasión y desenfreno. Me gusta por lo que no lo detengo. Sus besos son reales, no esos falsos que nos damos a diario para recordarnos que tenemos una relación amorosa. Me falta la respiración y el sonido que produce el corazón de Norman sobresale de su pecho. Mis manos están tocando su cabello liso mientras que las de él ... están en mis ... muslos. No puedo.

― Espera ― lo detengo.

― ¿Qué pasa? ―

― Llévame a casa.

Ni siquiera me despido de Norman y salgo corriendo en busca de la protección de mi habitación. Mis padres ya están dormidos así que trato de no canalizar mi rabia bajo mis pies o en la puerta. Subo las escaleras silenciosamente aunque es difícil ya que llevo puestos los tacones. Cierro la puerta de mi lugar favorito y me quito esos horribles zapatos tirándolos lo más lejos que puedo. Doy vueltas saltando como un perro para desabrocharme el vestido negro para ponerme un pantalón tipo chándal color gris con una camiseta de tiras blanca; me gusta tanto el maquillaje que llevo que decido aún no sacarlo.

Entro al baño, prendo la luz y lo primero que veo soy yo en el reflejo del espejo ¿Qué tiene ella que yo no tengo? Claro, Abby era bastante alta, rubia, pechos grandes ―silicona, estoy segura― cintura pequeña y curvilínea y un trasero despampanante y peor... ¡una sonrisa de "come hombre" o "estoy libre" que les encanta a los del sexo masculino. Sí, sí, me gana por mucho yo no tengo nada de eso pero ÉL es MÍ hombre ¿desde cuándo? No sé, pero nadie toca lo que es mío o lo que supuestamente es mío.

Finalmente dejo caer mi cansado y enrabiado cuerpo a la cama que es tan suave y blanda que logra confortarme. Pongo los brazos por detrás de mi cabeza, cierro los ojos, respiro profundamente intentando calmar la ira. Cuando el cerebro estaba a punto de apagarse mi teléfono móvil comienza a sonar sacándome del estado adormilado. ¡No puede ser! digo en voz baja.

― ¡¿Qué quieres?! ― pregunto casi gritando ― ¡Dios! ¡¿no puedo estar un momento en paz?!

― ¿Tan mal estuvo la cena familiar? ― escupe Víctor con ironía y con una leve risita molesta.

― Ja ja, ese no es tu asunto ― lo callo ― ¿Qué quieres?

― Bueno... es que ― hace una pausa ― mira tuve un pequeño accidente y no sabía a quién acudir ― ahora suena preocupado.

― ¿Pequeño accidente? ― el tono de mi voz también cambia ― ¿Qué te sucedió? ¿Estás preso?

― Es mejor que lo veas con tus propios ojos ― añade en voz muy bajita ― la dirección es Hospital Sant Claire Avenida Franklin.

La llamada se descuelga, mi corazón se paraliza y la boca se me seca. Mierda.

Saco el auto de mi madre del estacionamiento y a toda prisa conduzco por las calles de la cuidad. Tengo que detenerme dos veces para confirmar la dirección del hospital mientras la desesperación crece y crece. ¿Qué fue lo que le pasó? ¿Habrá estado peleándose con alguien? ¿Estuvo bebiendo? Mierda maldito internet móvil. Aprieto el botón del parking del hospital que desde ya, sé que es muy caro y debe estar muy ocupado. Cuando logro dar con un calce, me cuelgo en el hombro una cartera pequeña en donde traigo mi identificación y una tarjeta de crédito en caso de que Víctor no tenga con que pagar ― sí, soy una estúpida ― Presiono una y otra vez el interruptor para que baje el ascensor, al momento en que se abren la puertas me encuentro con la visión de personas heridas, enfermas ¡qué asco! Jamás hubiese estudiado alguna carrera que tenga que ver con salud. Corro hacia la recepción mientras que la secretaria sonríe como una "Barbie" tonta.

― Hola, quiero saber dónde está Víctor Blair ― digo lo más rápido que puedo.

― Ah sí, sígame por favor.

Recorro junto a "Barbie" los pasillos teñidos de blanco hasta que llegamos al sector de curaciones. ¿Curaciones? Al parecer no es tan grave. Dios que alivio.

― ¿Heather? ― pregunta Barbie.

― Si pasa, aún no comienzo ― responde Heather desde dentro.

La recepcionista me toca el hombro empujándome a entrar a la pequeña sala.

― La novia de sr. Víctor ― dice finalmente para retirarse.

― No soy su novia, por cierto ― digo en voz alta para que logre oírme.

― Lo siento, es que la ví muy preocupada... yo solo pensé... ― no termina la frase y se retira a la recepción.

Vuelvo la vista hacia Víctor y la enfermera. Mierda. Mi estómago comienza a rodar como una centrifuga. Sus manos, las palmas de sus manos están empapadas de sangre. Me tapo los labios para no vomitar.

― Lo siento señorita, el Sr. Víctor quería esperarla para comenzar a colocar los puntos.

― Lena ― se entromete Víctor ― yo...

― Lo sé. Estoy contigo.

MiénteleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora