Una decisión qué tomar, cartas qué enviar y café para el olvido.
Sí, olvidar, porque es más sencillo que amar, porque la amistad es demasiado complicada, ¿cierto?
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| Libro 1 de la serie "Café para el olvido" |
Iba camino a mi clase de Literatura -una de las pocas que no comparto con Jenna- cuando una chica, que al parecer no sabe que es peligroso correr por los pasillos con una pila de al menos seis libros en sus brazos, chocó conmigo. Ambos caímos al suelo junto con todos esos pesados tapa dura.
Uno de los libros golpeó mi cabeza. ¡Casi me mata!
-Oye, ¿estás bien? –dije poniéndome sobre mis pies y ayudándola a levantarse. Solté un quejido por el dolor.
-Sí, gracias. Lo lamento mucho, es que voy tarde a mí clase. –se escuchaba ansiosa, parecía que iba a empezar a correr otra vez.
-No hay problema, pero debes tener más cuidado la próxima vez. Casi me dejas inconsciente. –asintió avergonzada y se volvió a agachar para recoger sus libros, hice lo mismo con intención de ayudarla.
-N-no es necesario. Yo puedo sola.
¿Acaso todas las chicas son iguales?
-No me molesta. –Le pasé los libros que tenía en la mano luego de haber leído las portadas; sonreí– Creo que acabo de conocer a una fanática de Óscar Wilde. ¿Cuál es tu nombre?
-Disculpa, voy t-tarde a mi clase.
-Pero solo... –las palabras quedaron en el aire. Ella había salido corriendo como había predicho.
No le di mucha importancia, ya la vería de nuevo por ahí, o al menos lo esperaba. Se veía agradable, además, nadie choca conmigo (y casi me deja en coma por un golpe seco en la cabeza) y luego se va sin al menos decirme su nombre.
Las chicas son raras.
Llegué a la clase justo antes que la maestra y tomé asiento en la última fila, junto a la ventana.
No podía esperar a que la campana anunciara el receso, necesitaba hablar con Jenna.
Necesitaba estar con ella y escuchar el melifluo sonido de su voz.
Mi mirada se perdió por el patio delantero, la vista que regalaba la ventana, y una corta cabellera negra capturó mi atención.
Jenna estaba hablando con un chico que no había visto antes, pero la manera en la que hablaban y reían daba la impresión de que se conocían desde hace mucho tiempo.
Charlaban animadamente y casi sin pausa, de manera constante, como si no hubiera comentarios de más, como si fuera la conversación más interesante del mundo.
¿Estoy exagerando? Tal vez, nunca la había visto hablar así con nadie más que conmigo, ¡ni siquiera les tiene tanta confianza a sus padres!
Tal vez el conocerla como la conozco es lo que me tiene preocupado, ella es muy tímida y de repente parece la chica más segura de sí misma en todo el mundo.
¿Qué le está pasando al universo?
¿Quién es él?
¿Qué quiere?
-Joven Carter, ¿puede decirnos la respuesta? –la voz firme de la maestra me sacó de mis cavilaciones. Desvié mi mirada de ellos de inmediato y la dirigí hacia la susodicha.
-Disculpe... ¿Cuál era la pregunta? –algunos en la clase soltaron disimuladas carcajadas que intentaban contener para no ser reprendidos.
-Mencione una característica significativa de La Ilustración.
En estos momentos es que le agradezco a Dios por haber puesto a Jenna en mi vida. Ella me ayuda a estudiar, de hecho, es la única persona con la cual logro entender las clases.
-La Ilustración iluminó, por así decirlo, mediante el pensamiento y la propagación de la cultura, la mente de los hombres en el siglo XVIII. Por ende, predominó el pensamiento filosófico de: ''Primero pienso y luego existo''.
Todos quedaron en silencio unos pocos segundos que parecieron horas. La maestra se veía sorprendida, pero supo recomponerse con disimulo.
-Excelente. Veo que ha estado estudiando, me alegro mucho joven Carter. Solo preste atención a la clase, por favor. –asentí con una enorme sonrisa adornando mi rostro.
La clase pasó más rápido de lo que creí y pronto ya estaba en la cafetería haciendo fila para comprar mi almuerzo.
No había visto a Jenna aún y empezaba a preocuparme.
-Genevieve Sullivan. –giré sobre mis talones siguiendo el sonido de la voz familiar. Me sorprendí al ver que era la chica que casi me manda al hospital más temprano esta mañana. Sonreí igual.
-Es un lindo nombre. Mason Carter. –le ofrecí mi mano para que la estrechase mientras me devolvía la sonrisa.
De repente me sentí observado.
Correspondió a mi gesto.
-El tuyo tampoco está nada mal. –Reí– Oye, quería disculparme como es debido. No fue mi intención chocar contigo, es que llegaba tarde y tenía un trabajo que entregar. De veras lo siento.
-No te preocupes, ya está olvidado.
-Gracias igual, por haberme ayudado y eso... ha sido un gusto conocerte, Mason.
-El placer es mío, Genevieve.
Volvió a exhibir su blanca dentadura y sin decir otra palabra más se alejó a paso lento con su bandeja a una mesa vacía, me pareció algo extraño.
Pagué mi almuerzo y me dispuse a buscar a Jenna con la mirada y me encontré con la misma escena del patio.
Estaban sentados almorzando juntos.
Ella ni siquiera había notado mi presencia en todo el día desde que me fui de su casa al amanecer y ahora parece que no existo.
Tal vez estoy exagerando otra vez.
Caminé hasta la mesa en que se encontraba Genevieve comiendo, o más bien, jugando con su comida.
- ¿Puedo sentarme? –levantó la vista de la bandeja y me miró con un pequeño atisbo de sorpresa en sus ojos grisáceos.
Qué extraño color.
Asintió levemente con una pequeña sonrisa.
Le sonreí de vuelta mientras me sentaba a su lado.
***
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