Los veranos me convertían en una idiota. Por eso estaba contenta de que este hubiera casi acabado. Cada año desde la pubertad, de mediados de Junio a principios de Septiembre, había estado segura de que encontraría en el mundo real al equivalente del príncipe azul. Llámame anticuada, llámame romántica empedernida, incluso puedes llamarme tonta, pero lo que sea que fuese, sabía el resultado final —era patética. Hasta la fecha, no había encontrado nunca a un chico digno de permanecer en la sombra del príncipe A; no era una sorpresa que después de cada verano descubriese más y más que los chicos eran algo así como un dolor en el trasero. Pero aquí, trabajando en mi bronceado en la playa pública Sapphire Lake un par de semanas antes de que empezara mi último curso de secundaria en un nuevo instituto, simplemente encontré a mi Príncipe Malditamente Caliente.
Llegó con un lío completo de chicos, lanzando una pelota de fútbol ida y vuelta, y especímenes como éste confirmaban que hubo algún tipo de regla divina en el mundo ya que el proceso de selección natural no creaba cosas como él. Éste era un dios, en algún lugar, de trabajo manual. Era alto, sus hombros anchos, y tenía esos oscuros ojos anillados con pestañas negras que tenían el poder de deshacer las mejores intenciones de una mujer. Por lo tanto, en términos no-patética, era simplemente mi tipo. Junto con el de todas las mujeres de habla inglesa del hemisferio norte. Mi sorbete azul de frambuesa —que se estaba convirtiendo en papilla más que en granizado con cada mirada lasciva que daba— no podía siquiera competir por mi atención. No sabía su nombre, ni si tenía novia, ni si quería una, pero sí que yo estaba en problemas. Sin embargo, fue cuando su esquivamiento y su aborde y su sprint cesaron cuando echó un vistazo en mi camino que supe que estaba en grandes problemas.
El vistazo era infinitamente más largo que cualquier otra mirada compartida con un extraño, pero lo que se transmitía en esas cortas conexiones cortaba a través de mí, dejando que alguna pieza de este extraño trabajara su camino dentro. Experimenté esto varias veces antes en mi vida, nada más que una conexión visual con un extraño que pasaba que me conmovió en un nivel instintivo. Sin ninguna razón en absoluto, era como si sintiese a mi alma surfear en un tifón, suplicándome para que le hiciera caso y siguiese en pos de ese momento de casualidad. Hasta la fecha, nunca lo había hecho, pero la última vez que dejé pasar uno de estos momentos fue el pasado otoño cuando un chico trabajando en un restaurante que mi familia visitaba durante las vacaciones entregó una pizza en nuestra mesa. Dejó caer la pizza en la mesa, nos dijo que la disfrutáramos, y entonces, justo cuando dejaba la mesa, nos miramos. El corazón me dio un vuelco, mi cabeza se volvió toda brumosa, y sentí este dolor por dentro cuando se giró y se alejó, como si estuviéramos unidos por una cuerda fija. Dejé exactamente cuatro de esos tifones-alma pasar sin explorarlos, pero hice un pacto de máximo carácter sagrado conmigo misma de que no dejaría ir a un quinto de la misma forma.
Nunca estuve segura de si la otra persona en el otro extremo de esa mirada sintió el mismo tipo de intensidad que yo, así que cuando el Príncipe Malditamente Caliente se giró, abordando a alguien hacia la arena, supe que corría el riesgo de que él pensara que era una de esas chicas que hacían del cazar muchachos hermosos ocupándose-de-sus-propios-asuntos una obra de arte. No me importaba, no dejaría otro de esos momentos marchar. La vida era corta y era una firme creyente de aprovechar el momento para la mayor parte de mi vida. Entonces, llegó a otro punto muerto, como si mi mirada lo estuviese congelando en el lugar, antes de mirar hacia atrás. Esta vez no se trataba de un vistazo. Fue una mirada de unos buenos cinco segundos en donde sus ojos hicieron esa cosa estupefacta que los míos hacían por mí. Su sonrisa sólo había comenzado un viaje ascendente en su posición cuando la pelota de fútbol pasó zumbando justo al lado de su cara. Era uno de esos momentos que ves en las películas: chico mirando abiertamente a chica, ajeno al mundo que le rodea hasta que los cordones de la pelota de fútbol marcan su frente.
—¡Deja de mirar, Justin! —gritó el muchacho que había lanzado el balón— Está demasiado buena, incluso para ti. Y puesto que tiene un libro, probablemente sabe leer, así que es lo suficientemente lista como para saber evitar a tipos como tú.
Deslicé mis gafas de vuelta a su lugar mientras el chico-casualidad perseguía el diminuto reclamo y dirigí mi atención de nuevo al libro tirado debajo de mí, ya no preocupada por tener que perseguirle para explorar si podía haber algo más entre nosotros que una mirada cargada. Vi la reciprocidad en sus ojos, eso y más. Sólo era cuestión de cuánto tiempo quería jugar a hacerse el guay antes de acercarse. Tenía todo el día.
Eso era lo que me aseguraba a mi misma mientras echaba al atrapado chico por encima del hombro y corrían hacia el lago, salpicando arriba y abajo hasta que el muchacho estaba chillando de risa. Me tranquilicé a mi misma de nuevo cuando él y el chico salieron del agua y regresaron al grupo de muchachos jugando al fútbol y se situaba justo donde lo había dejado, sin repartir ni una sola mirada en mi camino.
Traté de distraerme con el libro que tenía, pero cuando me encontré a mi misma leyendo el mismo párrafo por sexta vez, me di por vencida. Seguía sin mirarme, como si fuera invisible.
Cuando una segunda hora pasó de la misma manera, decidí que era hora de tomar el asunto en mis propias manos. Si él no iba a venir a mí y yo no estaba preparada para ir a él, tenía que hacer que lo hiciera. Encontré que los chicos son criaturas razonablemente simples de entender, por lo menos en un nivel primitivo —en mental, corazón y alma eran tan desconcertantes para mí como termodinámica— y desde que primitivo era un bonito término para hormonas furiosas, decidí usar su exceso por adolescencia a mi favor.

ESTÁS LEYENDO
Clash - Justin Bieber
FanfictionSinopsis: Southpointe High es el ultimo lugar donde ____ quería terminar su último año escolar. Justo entonces, ella tropieza con Justin Bieber, un chico que hace honor a su nombre, y es sinónimo de problemas. Él tiene una larga lista de antecedente...