Prólogo

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Las paredes blancas de mi habitación me recuerdan a tu pálida piel, Annie. Hace un año que te asesiné, y sigo sin poder olvidar la manera en que el color de la nieve se manchó de carmesí. Aún no consigo extraer de mi mente la imagen en la que la vida abandonó tus ojos y tu frágil cuerpo. Todavía puedo sentir tu último aliento suplicante sobre mi mejilla. Eres una marca imborrable. Marcaste un antes y un después en mí.

Antes era una persona común y corriente.

Ahora soy la persona que asesinó a Annie Fields.

Sin embargo, las personas no conocen la verdadera historia detrás de tu muerte. Ellos creen que lo hice por mero placer carnal. Piensan que una parte de mí se sintió satisfecha al verte muerta, y sí, pero va más allá de una simple satisfacción física.

La gente suele juzgar fácilmente. El asesino siempre es el malo, y la víctima es inmortalizada como un triste ejemplo para el resto de la sociedad. Lo que nadie se detiene a pensar, es que el victimario tiene razones para cometer tal fechoría. Y quiero que el mundo conozca la realidad de tu partida.

En este lugar no me permiten tener lápices, plumas o cualquier objeto que pueda utilizar para atentar contra mi vida, por ello tuve que robar una crayola roja del cuarto de juegos. La robé un miércoles por la tarde, cuando Irina, una de las trece enfermeras que hay en el recinto, se detuvo a ayudar a Tadeo, un hombre negro que no recuerda el motivo por cual está aquí, pero no deja de atormentarse por un nombre que martiriza sus sueños.

Robé la crayola que me ayudará a escribir la respuesta a la pregunta que me hicieron durante los nueve meses que duró mi juicio: ¿Cuál es la razón por la cual la asesinaste?

La verdad, tengo diez razones por las cuales te asesiné, Annie.

Las diez razones por las cuales te asesinéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora