Ser fuerte

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Hace cuarenta y un años...

Nathaniel se rio al ver la expresión enfadada de su hermano Gabriel, al ver que seguía imitando cada una de sus acciones perfectamente. Es el juego favorito de ambos a sus cinco años de edad. El juego del espejo, la única regla es imitar los gestos y movimientos del otro, tal vez a los demás niños se les hiciese aburrido, pero para ellos es lo mejor que puede existir.

Gabriel alzó la pierna derecha, él hace lo mismo y coloca su pie junto con el de su hermano en el aire, ambos se sonrieron y alzaron los brazos al mismo tiempo, eso los hizo reír. Entrelazaron sus dedos cuando sus manos estuvieron juntas y se rieron aún más porqué casi caían, aun así era el mejor momento que podían pasar juntos...antes que el lobo feroz llegará.

Como si lo hubiera invocado, su padre apareció por la puerta de entrada, azotándola con fuerza provocando un atronador sonido que los alerto. El pequeño Nathaniel reaccionó como debía, dejó el juego a un lado y se llevó a su hermano a donde era el cuarto que compartían. Rápidamente su hermano entendió lo que pasaba, siguió su paso y ambos se escondieron bajo la cama, esperando que no los encontrara.

— No hagas ruido. —le susurró Nathaniel a su hermano, cubriéndole ligeramente la boca. Gabriel asintió, aquella verde mirada llena de pavor.

— Lo sé, no te preocupes... ¿mamá aún está fuera?

— Sí, pero ella dijo ayer que puede con papá.

Los gritos que se escucharon al otro lado de la puerta le demostraron a Nathaniel que su mamá le había mentido, de nuevo, y si no hacía algo rápido su hermano menor, por dos minutos, se daría cuenta... necesita distraerlo. Él es el mayor y su deber es cuidar a su hermano gemelo menor, aunque estuviera igual o más asustado que este. No va a permitir que nada malo le suceda.

— ¿Sabes cuantas patas tiene un: cien pies? —preguntó en voz baja, Gabriel volteo a verlo con el ceño fruncido. Obvio ¿por qué le preguntaría eso? Aun así Nathaniel sonrío al verlo arrugar levemente la nariz.

— Es obvio que cien. —la respuesta hace que el gemelo mayor se cubra la boca para no reír.

— No.

— ¿No? —vaya, Gabbo no acepta un "no" tan fácil.

— No. —niega con la cabeza, divertido por la expresión de su hermano, pero antes que pueda explicar, Gabriel vuelve a hablar.

— Pero su nombre lo dice: cien pies, —ahora parece a punto de hacer un berrinche mundial, su mamá siempre dice que Gabbo suele ser muy "intenso" cuando las cosas no tienen "lógica", sea lo que sea eso. —es porque tiene cien pies.

— Pero no los tiene.

— ¿Cuántos tiene entonces? ¿Mil? Es tonto.

— Pues no tiene mil, tiene cincuenta.

— ¿Por qué se llaman "cien pies" entonces? —ya lo tenía, entre más curioso menos atención le pondría a lo demás. Por ejemplo: el llanto de su madre.

— Porque les da pena tener solo cincuenta.

— ¿Por qué les da pena? —Gabriel sonríe, mostrando esa pequeña ventana en su dentadura blanca. Hace dos días había caído y los dos se súper emocionaron por ello, ¿y cómo no estarlo? ¡El hada de los dientes les iba a visitar! — No deberían tener pena por solo tener cincuenta, pena nosotros que solo tenemos dos pies.

Ambos rieron pues la verdad había sido una muy buena broma, sin embargo los dos intercambiaron miradas llenas de terror al escuchar las fuertes pisadas de su padre, luego la puerta de la habitación abrirse con una increíble y aterradora fuerza, y ambos supieron que habían cometido un enorme error: habían hecho ruido. Su papá odiaba el ruido cuando intentaba dormir o comer, incluso cuando él mismo hacía ruido, ahora se desquitará con ellos y eso siempre duele, siempre lo hace. Sus pequeños cuerpos comienzan a temblar.

Nathaniel (Nuevas Especies 8)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora