Akemi.
Mis recuerdos sobre una "vida escolar" se remontan a los días en los que era alguien muy diferente a lo que soy ahora. Uno de los recuerdos más agradables que tengo acerca de mis primeros días escolares es aquel en el que la maestra pidió al resto de mis compañeros ser amables conmigo, pues acaba de vivir un momento traumático para cualquiera y lo último que necesitaba, era a un grupo de niños haciendo preguntas sobre lo que había ocurrido. Por supuesto, yo no había dicho nada para presentarme, en ese entonces apenas hablaba. Desearía que esa situación siguiera igual, viendo el ridículo que están haciendo el resto de mis compañeros en sus nada creativas presentaciones. Aún faltan tres antes de que sea mi turno y la ventana, es lo único emocionante en lo que puedo concentrarme.
Las bancas son tan cortas que se siente como si estuviera todavía en preparatoria, clara prueba de que es el grupo al que el director considera indigno de existir en su escuela, soplo para remover un mechón de cabello que se ha salido de lugar, uno más y tendré que presentarme, sigo esperando el momento en que suceda una anomalía para escapar a esto. Por mucho que me esfuerce, no consigo recordar una sola ocasión en la que haya tenido que exponerme ante un grupo de alumnos, cuándo el viento empieza a soplar con mayor fuerza siento que podré salir de esto sin problemas.
-¿Señorita Fujihane, le importaría presentarse a la clase?
Sí, si me importa hacerlo.
Dejo caer los hombros con pesadumbre arrastrando la silla y levantándome en el proceso, agito la cabeza para acomodar mi fleco sobre mi ojo izquierdo, meto las manos en los bolsillos tratando de mostrar una actitud relajada-. Fujihane Akemi, 18 años, vivo con mis padres, soy la menor de cinco hermanos y actualmente estoy en una relación. -Sin nada más que añadir, vuelvo a sentarse recargando mis pies sobre la mesa, la maestra frunce los labios al verme y tras retorcerse las manos da la espalda a la clase, el momento de iniciar la vida universitaria a empezado, extiendo la mano al costado derecho de la mesa para tomar mi mochila y sacar mi cuaderno y un lápiz, vuelvo a dejarla en su lugar. Recargo el cuaderno sobre mis piernas y en lugar de tomar apuntes, empiezo a dibujar.
Mi padre me preguntó en más de una ocasión porqué no escogí una carrera de artes, en cada ocasión le repetía lo mismo, no es algo de lo que quiera vivir.
Si mi maestra de dibujo me escuchara ahora, me reprendería de la única forma en que ella sabe hacerlo. Tomé clases de dibujo y pintura por más de cuatro años y aunque la mujer que me instruyó en las artes era estudiante, siempre encontraba la mejor forma de regañarme cuándo quería desistir en mis dibujos, cuándo me aferraba a la idea de que no había forma de que alguien como yo pudiera ser buena en algo. Cuatro veces a la semana durante tres horas diarias practicaba el dibujo, la pintura y un poco de escultura. Iniciaba con trazos libres que me ayudarían a mejorar el dibujo cuándo empezara la clase, era lo único a lo que no ponía ningún pero para hacer.
Kaori, mi maestra, llegaba a mi casa después de sus clases, por lo que siempre tenía en su mochila los materiales necesarios para enseñarme y, mientras yo hacía corajes con los bodegones que jamás quedaban de la forma en que yo quería Kaori hacía sus tareas, vigilando mi expresión cada vez que frotaba la hoja con la goma para borrar, o cuándo presionaba de más el lápiz para crear una línea más gruesa. Yo acostumbraba fingir que trabajaba la mayor parte del tiempo sólo para ver como dibujaba, envidiando su destreza en el papel y deseando, una y otra y otra y otra vez poder robarle el talento.
-Jamás conseguirás nada si no te esfuerzas, furia.
Repetía lo mismo día tras día, una clase tras otra. Kaori intentaba convencerme se ponerle empeño a mis sueños, ¿cómo esforzarse en algo en lo que soy pésima? Respondía sin descanso. No había necesidad en esforzarse cuándo ya era mala, por eso jamás le había tomado mayor importancia al dibujo, no hasta que un día Kaori decidió que no quería perder su tiempo conmigo y dejo de ir a mi casa desde las cuatro hasta las siete de la noche, luego de un mes sin verla y escuchar sus consejos acerca de como podía mejorar fue cuándo realmente hice el cambio.
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El Jinete |Pausada Temporalmente|
General FictionDicen que no hay vida después de la muerte. Que tu alma o tu espíritu consigue el descanso eterno y por fin eres libre del pecado. Hay quienes dicen, que aquellos que regresan de la muerte no poseen un alma, sólo son cuerpos vacíos con un único de...