21. Nueva vida.

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Me removí en la cama inquieto, abriendo mis ojos sin apuro alguno, despegando poco a poco cada una de mis pestañas. Y como no, amé la vista que tuve a primeras horas de la mañana. Su cabello desordenado se esparcía por todo mi pecho mientras que su pequeña y delicada boca estaba entreabierta soltando pequeños suspiros. Le acaricie el cabello sin poder evitarlo, jamás tendré un despertar más dulce que este. Sentí sus manos aferradas a mi cintura, las quite con cuidado de no despertarlo. Tape su espalda descubierta y lo mire una vez más. Si por mi fuera me quedaría aquí todo el jodido día. Me coloqué unos pantaloncillos largos por rodillas y me asomé por la ventana, con cuidado de que la luz no le diera, era el momento en el cual Mello yacía más tranquilo. El día estaba soleado, apuesto a que debía hacer calor. Cerré la cortina y salí ahora si de la habitación, le haría algo de desayunar a mi amado Mello.

Año nuevo.

Esa palabra pasaba por mi mente cuando batía los huevos, sonreí de lado. Este año ha sido una verdadera locura. En mi vida he tenido uno tan bueno. He conocido al amor de mi vida, me alejé de Albert, vivo en libertad, sin la opresión de nadie. Respiro aliviado cada vez que me acuerdo. Salí del abismo de soledad en el que me encontraba agonizando.

Sólo tomé su mano y lo seguí.

Cuando lo conocí, jamás pensé que esto llegaría tan lejos. Pero, de alguna manera, su simple mirar me llenaba cada vez de confianza. Y me daba a entender que me estaba enamorando de ese idiota malhumorado, que supuestamente lo odiaba. Y con el paso del tiempo me di cuenta de que esto de enamorarse no tenía nada que ver con lo que pensaba. Me di cuenta que enamorarse, es querer pasar todo el tiempo a su lado, es ser capaz de sacrificar cualquier cosa, a cualquier persona inclusive si eres tú, por ver a esa persona feliz, por hacerla sonreír. Y no hay nada más satisfactorio que ver que el culpable de esa sonrisa eres tú... Maldición. Estoy perdido.

Estoy perdido en este pozo que se llama "amor", pero no estoy interesado en salir.

—Buenos días Matt...—levante mi vista hacia el dueño de esa voz, quien venía con todo su cabello despeinado y su mano derecha en su ojo. Venía con una camiseta mía, le era costumbre usarla cuando estaba en casa.

—Buenos días, Amor mío.—hable, terminando de servir los panqueques en el plato de porcelana blanca. Se sentó en la enorme mesa y gruño.—No importa cuánto me lo pidas, nunca te dejaré de llamar así.

—No es eso. —dijo viéndome venir con el plato lleno de panqueques con la obvia salsa de chocolate arriba. Se lo puse enfrente junto con un tenedor y su taza negra con una M en blanco, la cual estaba llena de café, todas las mañanas compartíamos lo mismo. Sólo que a veces se le daba por tomar chocolate y yo no tenía más que aceptar.—Solo que me duelen las jodidas caderas, te repito que cuando tengamos sexo trates de ser más dulce conmigo, porque a la mañana siguiente me cuesta caminar, idiota.—habló dándole un mordisco a un panqueque.—Oh, y esto está buenísimo.

—Es que con esa cara que pones y los sonidos que haces no soy capaz de controlarme.—dije, riendo, a lo que el subió su cabeza.—"¡Matt!" "M-más rápido", "Más adentro". Vamos Mello, ¿cómo quieres que me resista a eso?

—¡C-CALLATE!—hablo con su boca llena, un sonrojo carmesí abarcaba toda su cara, me reí sonoro ante eso dándole un sorbo a mi café. Me acerqué a él y le di un corto beso en los labios, anunciando que me iría. Asintió y lo devolvió, acto seguido, subí a la habitación para ponerme algo decente.

Más tarde, salí de casa, obviamente no le dije a qué iría. Me dirigía ansioso al centro, tenía muchas cosas que hacer. Caminando por ahí, me encontré con una tienda que estaba sacando de vitrinas los adornos navideños, recordé como la pasamos en Navidad. Sus padres nos invitaron a pasarla con ellos a lo cual, acepte ansioso. Había también sido invitado por Albert a una cena con la empresa y otras dos más, pero la rechace al instante, no quiero ni cruzar palabras con ese imbécil. Ni bien cruzamos el umbral de su casa, su madre salto a nuestros brazos abrazándonos y dándonos la bienvenida. Aunque a Mello le parezca estúpido, a mí me parecen tiernos los cariños de Ana, yo desearía que mi madre hubiera sido así conmigo. Posteriormente a eso, toda su familia estaba ahí. Conocí a su abuela, una anciana de anteojos y cabello blanco y corto. Estaba encaprichada con tirar de los cachetes y de Mello, y de paso, los míos. Mientras que a mí me entretenía, a él le molestaban esas actitudes de parte de su familia. Y eso me enoja.

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