Capítulo 1

16.6K 296 7
                                    

Lali

Junio de 2010

Cuatro ojos, sonrisa metálica, fea, perdedora... No aguantaba más.

¿Cómo me llamaba?

Ya ni recordaba que aquel 10 de octubre mis padres se habían decidido por el nombre de Mariana, Mariana Espósito. Mi vida hasta el momento había sido una curva, en la que había tantas subidas como bajadas. Para ser del todo sincera y empezar sin mentiras, eran más las bajadas que las subidas.

A los cuatro años, el oculista había detectado que sufría miopía y las gafas habían sido mi fiel aliado desde entonces. Ahora, actualmente, no me disgustaban, pero para ese entonces lo más moderno en monturas se resumía a gafas de pasta enorme que aportaban más funcionalidad que belleza. Mis cristales llevaban tanto aumento, que podrían haber sido perfectamente lupas de visión. Un drama.

A los trece, recién entrada al instituto, como no tenía suficiente con mis maravillosas gafas a las que ya había cogido cariño, el odontólogo advirtió de mi desviación en la mandíbula por lo que el uso de aparato dental era casi obligatorio si no quería ser operada en un futuro. Me negué porque, por aquel entonces, estaba entrando en esa edad del pavo que nos atonta y limita nuestro conocimiento. Menos mal que estaban mis padres para tomar decisiones y dieron el sí al dentista. Spoiler: los aparatos duraron más de lo esperado. Complicaciones.

Desde mi entrada a la secundaria, fui objeto de burla. Sufrí bullying, todo sea dicho y no, no podía hacer nada salvo llorar en mi habitación. ¿Por qué no lo contaba? Evitar problemas. No sabéis cuanto me arrepiento de haber tomado esa decisión tan, tan equivocada porque ahora, con unos añitos más, puedo afirmar que hay que pedir ayuda siempre, los problemas llegan de verdad si no se cuentan.

Durante esta etapa me pregunté mil y una vez el porque del comportamiento de mis compañeros hacia mí. Eran crueles, querían hacer daño y lo hicieron. De hecho, tanto es el daño que deja secuelas permanentes, que se ocultan y no duelen, aunque siguen ahí, en lo más oscuro donde no se ven, pero ocupan espacio.

Nada acabó ahí, ojalá lo hubiera hecho. El futuro siguió queriendo que madurara pronto y lo hice en el momento en el que supe de la enfermedad de mi madre y sus inexistentes esperanzas de recuperación. Ahora, mirando a esa Lali del pasado, estoy muy orgullosa de ella, fue muy valiente.

Mi madre Mercedes era una mujer sonriente, llena de vida y cuando la mirabas solo veías colores, colores neones bailando a su alrededor. Su mirada brillaba tanto que en sus pupilas se concentraba una capa de lágrimas que hacían que se reflejara todo lo que observaba. Vivías a través de sus ojos, sentías como ella, te traspasaba la piel, los cincos sentidos pasaban a ser diez. La echo de menos y hablo en presente porque hoy lo sigo haciendo. Nunca dejaré de pensar en ella con una sonrisa. Ya podéis imaginaros como me tomé la noticia y lo que supuso su pérdida. El cáncer acabó con su magia en un suspiro y se llevó en ese suspiro parte de mi alma.

El calor de mi familia y, sobre todo, el de mi padre, fueron imprescindibles. Nos apoyamos, fuimos uña y carne, este acontecimiento supuso un punto de inflexión en nuestra relación, ahora también compartíamos dolor y el amor de mi madre.

Después de esto, yo tuve que seguir levantándome cada mañana para seguir recibiendo los insultos de mis compañeros sumándole el hecho de que acababa de perder una parte de mí. No tenía amigas ni amigos, obviamente. Estaba sola, con mi padre, pero sola y quizás en ese momento, los hubiera necesitado como una vía de escape, como otro grupo de personas que me reconfortaran y me hicieran olvidar por lo que estaba atravesando. No fue así, pedí demasiado. No sintáis pena por mí, todo cambió.

El 2 de junio, mi padre entró en casa nervioso, cruzó el umbral de la puerta y noté como la atmósfera cambiaba totalmente de tono. Veía la televisión, una telenovela juvenil que echaban después de comer y a la que me enganché muchísimo, pero mi atención dejó de estar puesta en su historia cuando él se sentó a mi lado, cabizbajo.

Algo estaba pasando. No lo dudé ni un segundo.

- Tengo algo que decirte Lali, y no sé si te va a gustar.

- ¿Qué pasa, papá? Me estás asustando.

- Verás... - se pasó las manos por la cara, agobiado - Me trasladan a España.

- ¿Te vas? ¿Me vas a dejar sola?

- No, no. Lo que quiero decir es que nos vamos, los dos, a Madrid.

- ¿Qué? ¿Por qué? ¿Y los abuelos? No quiero dejarlos - sollocé.

- Lali, está decidido, nos mudamos.

- No - sentencié.

- No es una pregunta, es un hecho. Te vienes conmigo. Eres lo único que me queda, eres quien me mantiene cuerdo, llegar cada día a casa y que no estés... No podría soportarlo, Lali. Por favor, no lo hagas más difícil de lo que ya es - dijo con sus manos sujetando las mías. No me di cuenta cuando las cogió.

Lloré, lloré durante un rato abrazada a su cuello. No quería dejar atrás Buenas Aires y sus recuerdos y la vez, necesitaba huir de allí y comenzar una nueva vida rodeada de personas que me transmitieran aire fresco, una brisa de vida. Necesitaba salir de esa zona de confort tan destructiva que me proporcionaba aquella ciudad.

El 18 de julio estaba pisando suelo español. Un suelo abrasador, por cierto, porque estábamos a mitad de verano y los grados subían sin parar. Me ahogaba, su aire contaminado me azotó de lleno. Pasamos varias semanas organizando nuestro nuevo hogar. Cuando terminamos, me había quedado sin planes y pasé unos días más en casa, en esa casa que aún no sentía mía, de hecho, todo me hacía sentir vacía y eso me aterraba, no quería salir de allí. Había empezado a escribir un diario para evadirme, pero ya estaba cansada.

Por ese entonces, me sentía bastante insegura. Las vivencias que arrastraba me convirtieron en alguien introvertida, no me atrevía a relacionarme por si me hacían daño, quería evitar aquello fuera como fuese. Esa inseguridad también afectó a lo que veía reflejado en el espejo, no me gustaba lo que veía, era alguien... fea. Todos estos sentimientos que lanzaba en mi contra provocaron mi aislamiento personal y yo, necesitaba por mi bien salir de esa autocompasión y autodestrucción.

Pronto comenzaría lo que aquí se llamaba Bachillerato y eso suponía, nuevo curso, nuevos compañeros, nuevos profesores, todo era nuevo. Se avecinaban cambios.

No quise seguir pensando y continuar en el mismo bucle.

Me puse unos vaqueros y una camiseta dos tallas más grandes que la que debería haber comprado. Pisé la que se convertiría en mi nueva ciudad. Allí la gente a mi alrededor caminaba sin prestar atención, hablaban por teléfono esquivando a las personas con las que se cruzaban, escuchaban música con sus auriculares, reían en grupo o simplemente, paseaban, aunque eso era más difícil de ver porque parecía que siempre iban a contrarreloj. Quise mimetizarme, y enseguida pude escuchar los primeros acordes de esa canción inundando mis oídos.

Iba distraída cuando...

Un empujón, un golpe, una caída.

Mi vida había cambiado para siempre.

------------------------

Hola, hola.

Bueno, como os habréis dado cuenta soy nueva y esta es mi primera historia. Llevo bastante tiempo leyendo por aquí y me pareció una buena idea subir lo que escribo aunque sinceramente, no creo que lea mucha gente.

Igualmente, espero que disfrutéis "cambio radical", al principio puedo asegurar que no va a ser lo que esperáis pero tened presente el cambio. Si os gusta votad o comentad, me alegraría mucho ser bien recibida, y más que a mi, a mi historia.

Nada, solo eso.

Gracias y espero que guste.

Charo.

PD: Os dejo el primer capítulo editado.

Cambio radicalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora