El ilustre John Yates, ese nuevo amigo de quien hemos hablado, no poseía más virtudes que las de vestir a la moda y gastar, y la de ser el hijo menor de un lord de mediana posición; y sir Thomas seguramente no hubiese considerado nada deseable su introducción en Mansfield. Tom lo había conocido en Weymouth, donde habían pasado juntos diez días con el mismo grupo; y su amistad, si amistad podía llamarse, quedó demostrada y ratificada, al ser invitado Mr. Yates a dejarse caer por Mansfield y al prometer éste que así lo haría. Y así lo hizo antes de lo que se esperaba, a consecuencia de la súbita dispersión de una gran pandilla reunida para hacer vida alegre en casa de otro amigo, el cual había tenido que abandonar Weymouth. Llegó Mr. Yates en alas de la desilusión y con la cabeza llena de arte dramático, pues había sido una partida de aficionados al teatro; y para la función, en la que él había de tomar parte, faltaban tan sólo dos días, cuando el súbito fallecimiento de uno de los más próximos parientes de la familia desbarató el plan y dispersó a los componentes del cuadro escénico. Tener tan cerca la felicidad, tan cerca la fama, tan cerca el largo párrafo haciendo el panegírico de las funciones de aficionados de Ecclesford, sede del muy honorable lord Ravenshaw, de Cornualles, que hubiera inmortalizado... por un año al menos, el nombre de todos los participantes; tenerlo tan cerca, y perderlo todo, constituía un fracaso que dolía en el alma. Y Mr. Yates no sabía hablar de otra cosa: Ecclesford y su teatro, los preparativos y los vestuarios, los ensayos y el jolgorio que se hacía en los mismos, eran su inagotable tema de conversación; y jactarse del pasado, su único consuelo.
Afortunadamente para él, la afición al teatro es tan generalizada, la ilusión por actuar tan viva en la juventud, que dificilmente podía fatigar la atención de sus oyentes. Desde el reparto de los papeles hasta el epílogo, todo había sido encantador, y pocos eran los que no hubieran querido ser parte interesada, o los que hubieran dudado en probar su aptitud. La obra elegida había sido «Promesas de Enamorados», y Mr. Yates tenía que encarnar el conde Cassel.
––Es un papel insignificante ––decía–– y nada de mi gusto, de modo que no volvería a aceptarlo otra vez; pero resolví no poner obstáculos. Lord Ravenshaw y el duque se habían asignado los dos únicos papeles que vale la pena interpretar antes de que yo llegara a Ecclesford; y, aunque lord Ravenshaw ofreció cederme el suyo, ya comprenderán ustedes que me fue imposible aceptarlo. Sentí por él que hubiera medido tan mal sus fuerzas, pues no sirve para el papel de barón... tan bajito, con su voz tan débil, que siempre se ponía ronca a los diez minutos de haber empezado; hubiera destrozado materialmente la obra; pero yo estaba resuelto a no poner obstáculos. Sir Henry creía que tampoco el duque servía para hacer de Frederick, pero esto era debido a que deseaba interpretar él este personaje; por el contrario, así hubiera sido aún peor. Quedé pasmado al comprobar que sir Henry era tan mal actor. Afortunadamente, la fuerza de la obra no recaía sobre él. Nuestra Agata era insuperable, y muchos consideraron que el duque estaba magnífico en su papel. En total, que hubiera sido algo maravilloso.
«Fue una verdadera lástima, vaya que sí» y «sinceramente le compadezco, no hay para menos», eran los amables comentarios del auditorio simpatizante.
––No vale la pena quejarse por esto; pero cabe afirmar que la pobre viuda no hubiera podido escoger peor momento para morir, y uno no pudo evitar el deseo de que la noticia se ocultara hasta justamente después de los tres días que nos hacían falta. Eran tres días nada más, y por tratarse sólo de una abuela, y teniendo en cuenta que aquello se montaba a una distancia de doscientas millas, creo que no hubiera sido un mal tan grande; y alguien lo sugirió, me consta. Pero lord Ravenshaw, que sin duda es uno de los más correctos hombres de Inglaterra, no quiso siquiera oír hablar de ello.
––Un entremés en lugar de una comedia ––dijo Mr. Bertram––. Las «Promesas de Enamorados» se terminaron, y lord y lady Ravenshaw se quedaron solos interpretando «Mi Abuela». En fin, él se consolará sin duda con la herencia; y tal vez, dicho sea entre nosotros, empezaba a inquietarse por su prestigio y sus pulmones en el papel de barón y no le haya sabido mal tener que retirarse. Y para meterme también contigo, Yates, creo que deberíamos montar un pequeño teatro en Mansfield y rogarte que fueras nuestro director escénico.
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Mansfield Park - Jane Austen
ClassicsFanny Price es una niña todavía cuando sus tíos la acogen en su mansión de Mansfield Park, rescatándola de una vida de estrecheces y de necesidades. Allí, ante su mirada amedrentada, desfilará un mundo de ocio y de refinamiento en el que las inocent...