CAPÍTULO XXXIX

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Si hubiese podido sir Thomas ver cuáles eran los sentimientos de su sobrina cuando ésta escribió la primera carta a su tía, no hubiera desesperado; pues aunque una noche de buen reposo, la sonriente mañana, la esperanza de ver pronto a William de nuevo y el estado relativamente tranquilo de la casa, por haberse marchado Tom y Charles a la escuela, Sam a campar por sus respetos y su padre a regodearse con sus ocios consuetudinarios, le permitieron expresarse en un tono más animado sobre el tema del hogar paterno, acusaba aun en aquel favorable momento la rémora de otros muchos inconvenientes que cuidó de ocultar en su escrito. De haber conocido su tío la mitad tan sólo de las impresiones que ella recibiera antes de finalizar la primera semana, hubiera pensado que míster Crawford podía estar seguro de lograrla, y se hubiera felicitado de su propia sagacidad.

Antes de que terminara la semana fue todo desilusión. En primer lugar, William había partido. El «Thrush» había recibido la orden, el viento había cambiado y él hubo de embarcar a los cuatro días escasos de su llegada a Portsmouth; y durante esos días sólo le vio dos veces, de un modo circuns­tancial y precipitado, por haber desembarcado en misión de servicio. No había podido conversar libremente con él, ni pasear por las murallas, ni visitar el arsenal, ni ver el «Thrush»: nada de lo que habían planeado, con la seguridad de llevarlo a cabo, fue posible realizar. Por aquel lado todo le había fallado, menos el afecto de William. Su último pensamiento, al marchar, fue para ella. Ya en la calle, retrocedió hasta la puerta para decir:

––Cuide de Fanny, madre. Es delicada y no está hecha a pasar trabajos como nosotros. A usted la encomiendo: cuide de ella.

William se fue; y la casa donde la dejaba era (Fanny no podía ocultárselo a sí misma), en casi todos los aspectos, precisamente el reverso de lo que ella pudiera desear. Era la mansión del ruido, del desorden y de la incorreción. Nadie ocupaba el lugar que le correspondía, nada se hacía como era debido. No podía respetar a sus padres como había esperado. La confianza en su padre nunca había sido grande; pero lo encontró más despreocupado de la familia, de hábitos peores y modales más groseros de lo que había previsto. No carecía de habilidad, pero sí de curiosidad y de conocimientos, aparte los de su profesión. No leía más que el periódico y el boletín de la Armada; no hablaba más que del arsenal, del puerto, de Spithead y del Motherbank; juraba y bebía, era sucio y basto. Ella no podía recordar nada parecido a la ternura en su modo de tratarla cuando niña. Sólo le había quedado una vaga impresión de aspereza y mal gusto; y ahora apenas si se había fijado en ella, excepto para hacerla objeto de una burda chuscada.

Mayor fue el desencanto en cuanto a su madre; de ella había esperado mucho, y apenas encontró nada. Todas las halagüeñas suposiciones de que representaría algo importante para ella pronto se vinieron al suelo. La señora Price no era adusta; pero en vez de ganarse su afecto y confianza y hacerse cada vez más querida, su hija nunca encontraba en ella una ternura mayor que la que pudo apreciar el día de su llegada. Su instinto natural quedó pronto satisfecho, y el afecto de la señora Price no tenía otro fundamento. Su corazón y su tiempo estaban ya totalmente ocupados; no tenía horas ni sentimientos libres que dedicar a Fanny. Sus hijas nunca habían representado mucho para ella. Estaba enamorada de sus hijos, especialmente de William; y Betsey fue la primera de las niñas que mereció su especial estimación. Para con ésta era indulgente hasta un extremo de imprudencia. William era su orgullo; Betsey su cariño; y John, Richard, Sam, Tom y Charles acaparaban el resto de su solicitud maternal, alternándose sus inquietudes y satisfacciones. Éstos se repartían su corazón; su tiempo lo dedicaba principalmente a la casa y a las criadas. Pasaba los días en una especie de lento ajetreo... Siempre atareada, sin adelantar; siempre retrasada y lamentándolo, sin modificar sus procedimientos; deseando ser económica sin plan ni método; descontenta de las criadas, sin habilidad para mejorarlas, y lo mismo al ayudarlas, que al reprenderlas, que al condescender, sin autoridad alguna para granjearse su respeto.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora