CAPÍTULO XXXII

943 52 1
                                    

Fanny no había olvidado en modo alguno a Mr. Crawford cuando se despertó a la mañana siguiente; pero recordaba también el sentido de su contestación escrita y no se sentía menos optimista en cuanto a sus efectos que la noche anterior. Con tal de que Mr. Crawford quisiera marcharse... Éste era su más ferviente deseo: que se fuera y se llevara a su hermana consigo, como estaba previsto, ya que por ello había vuelto a Mansfield. Y por qué no lo había hecho ya, era algo que ella no podía explicarse, pues lo cierto era que miss Crawford no deseaba retrasar la partida. Fanny había esperado, durante la visita del día anterior, que se citara la fecha; pero él sólo habló del viaje como de cosa lejana.

Como había quedado tan satisfactoriamente convencida del efecto que producirían sus líneas, no pudo menos de asombrarse cuando, por casuali­dad, vio a Mr. Crawford dirigirse nuevamente a la casa, y a una hora tan temprana como el día anterior. Su visita no tendría nada que ver con ella, pero haría todo lo posible para evitar su presencia; y como en aquel momento se dirigía al piso superior, decidió permanecer arriba mientras durase la visita, a menos que la reclamasen; pero teniendo en cuenta que tía Norris estaba aún en la casa, parecía no haber mucho peligro de verse requerida.

Permaneció algún tiempo sentada, llena de agitación, escuchando, tem­blando y temiendo a cada instante que la llamara; pero como no oyese pasos acercarse al cuarto del este, fue recobrando gradualmente la tranquilidad, se sintió capaz de ocuparse en algo y concibió la esperanza de que Mr. Crawford hubiera acudido y se marchara sin obligarla a ella a saber nada de lo tratado.

Casi media hora había transcurrido y se sentía cada vez más segura cuando, de pronto, se oyó el ruido progresivo de unos pasos que se acercaban... unos pasos fuertes, mesurados, insólitos en aquella parte de la casa. Eran de su tío. Los conocía tan bien como su voz; tanto como ésta la había hecho temblar en otro tiempo, la hacía ahora temblar de nuevo el pensar que subía para hablarle, cualquiera que fuese el tema. Fue, en efecto, sir Thomas quien abrió la puerta, al tiempo que preguntaba si ella estaba allí y si se podía entrar. El terror de sus antiguas visitas ocasionales a aquella habitación pareció renovarse totalmente en Fanny, que tuvo la sensación de que iba a examinarla nueva­mente de francés e inglés.

Ella estuvo, no obstante, perfectamente atenta colocando una silla para él y procurando mostrarse honrada con la visita; pero en su aturdimiento no tuvo siquiera en cuenta las deficiencias del aposento hasta que él, detenién­dose en seco apenas acababa de entrar, dijo con gran extrañeza:

––¿Por qué no tienes hoy fuego en la chimenea?

Las tierras estaban cubiertas de nieve y Fanny se abrigaba con un chal. Vaciló, antes de contestar:

––No tengo frío. Nunca permanezco aquí mucho tiempo en esta época del año.

––¿Pero tienes fuego, corrientemente?

––No, tío.

––¿Cómo se explica esto? Aquí tiene que haber algún error. Yo tenía entendido que hacías uso de esta habitación a fin de que pudieras encontrar en ella todas las comodidades. En tu dormitorio, ya sé que no puede haber fuego. Aquí ha habido un enorme error que debe rectificarse. No es nada conveniente para ti permanecer aquí sentada, aunque sólo sea media hora al día, sin calefacción. No eres fuerte. Estás helada. Tu tía no debe haberse dado cuenta de esto.

Fanny hubiera preferido guardar silencio; pero al verse obligada a hablar, no pudo abstenerse, para hacer justicia a la tía que le era más querida, de decir algo en que las palabras «tía Norris» fueron distinguibles.

––Ya comprendo ––dijo su tío, recordando y no queriendo saber más––. Ya comprendo. Tu tía Norris siempre abogó, y muy juiciosamente, porque se educara a la juventud sin concesiones innecesarias; pero en todo debe haber moderación. Ella es también muy severa consigo misma, lo cual tiene que influir, desde luego, en su opinión acerca de las necesidades de los demás. Y en otro aspecto, lo comprendo también perfectamente. Bien sé cuales fueron siempre sus sentimientos. Su teoría era buena en sí, pero puede que en tu caso se haya llevado, y yo creo que se ha llevado, demasiado lejos. Me consta que a veces, en algunos puntos, se ha establecido injusta distinción; pero es demasiado bueno el concepto en que te tengo, Fanny, para suponer que vayas a guardar jamás resentimiento por ello. Tienes una comprensión que te impedirá considerar las cosas sólo en parte, a juzgar con parcialidad los resultados. Debes considerar el pasado, en todo su conjunto, tener en cuenta tiempos, personas y probabilidades, y apreciarás que no eran menos amigos tuyos los que te educaban y preparaban para esa condición de mediocridad que parecía ser tu destino. Aunque tales precauciones pudieran resultar prácticamente innecesarias, la intención era buena; y de esto puedes estar segura: todas las ventajas de la opulencia las tendrás dobladas gracias a las pequeñas privaciones y limitaciones que se te impusieron. Estoy seguro de que no defraudarás la opinión que de ti he formado, tratando siempre a tu tía Norris con el respeto y la atención que se le debe. Pero basta de eso. Siéntate, querida. He de hablarte unos minutos, pero no quiero retenerte mucho tiempo.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora