CAPÍTULO XX

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El primer objetivo de Edmund, a la mañana siguiente, fue entrevistarse a solas con su padre y darle una exacta referencia de todo el plan de hacer teatro casero, escudando su participación sólo hasta el punto que ahora, con mayor sensatez, consideraba que pudo servir a sus fines, y reconociendo, con abso­luta sinceridad, que su concesión había dado tan pocos resultados como para que fuese muy dudoso el acierto de su decisión. Al justificarse, tuvo mucho empeño en no decir nada desagradable de los otros; pero, entre todos, sólo había una persona cuya conducta pudo mencionar sin necesidad de defensa o paliativos.

––A todos se nos puede censurar más o menos ––dijo––... a todos, menos a Fanny. Fanny es la única que mantuvo un recto juicio en todo momento, la única que se mostró consecuente. Su espíritu estuvo firmemente en contra de lo que se hacía desde el principio hasta el fin. Nunca dejó de pensar en el respeto que a ti se te debía. Hallarás en Fanny todo lo que de ella pudieras esperar.

Sir Thomas juzgó toda la impropiedad de semejante proyecto entre seme­ante grupo y en semejante época, tan serenamente como su hijo pudiera suponer que habría de juzgar; le impresionó demasiado, sin duda alguna, para emplear en ello demasiadas palabras; y, después de estrechar la mano de Edmund, se propuso esforzarse en borrar la mala impresión y olvidar lo mucho que a él le habían olvidado, lo antes posible, en cuanto la casa quedara despejada de todo objeto que suscitara el recuerdo y en todas sus salas quedara restablecida la normalidad. No hizo reproche alguno a sus demás hijos: más prefería creer que sentían el error a correr el riesgo de una averiguación. La repulsa que significaba poner inmediato término a todo aquello, la barredura de todo preparativo, seria suficiente.

Había, sin embargo, en la casa una persona a la que él no podía dejar que se enterase de su modo de sentir a través, simplemente, de su modo de proceder. No pudo abstenerse de hacer a la señora Norris una insinuación, referente a que había confiado en que ella, con su consejo, se habría inter­puesto para evitar lo que su criterio tenía sin duda que desaprobar. La gente joven había sido muy desconsiderada al formar el plan: ellos hubieran debido ser capaces de una mayor entereza; pero eran jóvenes y, exceptuando a Edmund, débiles de carácter, a su juicio; y mayor sorpresa tenía que causarle, por lo tanto, la aquiescencia de ella, de tía Norris, a sus incorrectas decisiones, el apoyo prestado a sus peligrosas diversiones, que el mismo hecho de que a ellos se les hubieran ocurrido tales planes y tales diversiones. La señora Norris quedó un poco confundida y más próxima a verse reducida al silencio de lo que se había visto en toda su vida; pues la avergonzaba confesar que en ningún momento había considerado que todo aquello fuera tan impropio como a todas luces lo era para sir Thomas, y no hubiera querido reconocer que su influencia era insuficiente... que todas sus palabras hubieran sido en vano. Su único recurso fue soslayar el tema en cuanto pudo y torcer el curso de ideas de sir Thomas hacia una corriente más satisfactoria. No era poco lo que ella podía insinuar en propia alabanza, respecto de lo que había atendido, en general, a los intereses y al bienestar de la familia Bertram, de los muchos esfuerzos y sacrificios que habían de reconocérsele, en forma de precipitadas idas y venidas y súbitos desplazamientos de su hogar, y de las incontables advertencias que oportunamente había hecho a Lady Bertram y a Edmund para la buena economía de la casa y sobre la desconfianza que merecían ciertas personas, lo que en todo caso había reportado un considerable ahorro y hecho posible que más de un mal sirviente fuera sorprendido. Pero su principal fuerza residía en Sotherton. Su más firme apoyo y mayor gloria estaba en haber entablado relación con los Rushworth. Ahí su posición era inexpugnable. Se atribuía todo el mérito de haber conseguido que la admi­ración de Mr. Rushworth por María llegase a tener algún efecto.

––Si yo no me hubiese afanado ––dijo––y empeñado en que me presentaran a su madre, y no hubiese convencido después a mi hermana para que hiciera la primera visita, es tan seguro como que ahora me encuentro aquí sentada que no se hubiera llegado a nada; pues Mr. Rushworth es el tipo de joven quieto, modesto, que necesita verse muy alentado, y no había pocas mucha­chas dispuestas a cazarle si nosotros nos hubiéramos dormido. Pero yo no dejé piedra por mover. Estaba dispuesta a remover cielo y tierra para conven­cer a mi hermana, y al fin lo conseguí. Ya sabes la distancia que nos separa de Sotherton. Era en pleno invierno y las carreteras estaban poco menos que intransitables, pero la convencí.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora