CAPÍTULO XXIII

1.1K 52 4
                                    

––¿Pero por qué tenía que invitar a Fanny, la señora Grant? ––preguntábase lady Bertram––. ¿Cómo se le ocurrió invitar a Fanny? Fanny nunca come allí, bien lo sabéis, en ese plan. Yo no puedo prescindir de ella, y estoy segura de que ni ella misma desea ir... Fanny, tú no quieres ir, ¿verdad?

––Si se lo preguntas así ––protestó Edmund, impidiendo que hablara su prima––, Fanny va a decir que no, en el acto; pero yo estoy seguro, querida madre, de que a ella le gustaría ir; y no veo razón alguna que la obligue a rehusar.

––No puedo explicarme cómo pudo ocurrírsele a la señora Grant invitar a Fanny. Nunca había hecho tal cosa. Solía invitar a tus hermanas de vez en cuando, pero nunca a Fanny.

––Si no puede usted prescindir de mí... ––dijo Fanny con abnegación. ––Pero si mi padre estará a su lado toda la tarde.

––Sin duda alguna.

––¿Y si consultaras el caso con él, a ver lo que opina?

––Esto está bien pensado. Así lo haré, Edmund. En cuanto llegue, le preguntaré a sir Thomas si puedo pasar sin ella.

––Como te parezca, mamá; pero yo me refería a la opinión de mi padre en cuanto a lo correcto de aceptar o no aceptar la invitación; y creo que le parecerá bien tratándose de la señora Grant, así como de Fanny, que siendo la primera invitación, se acepte.

––No sé. Se lo preguntaremos. Pero quedará muy sorprendido de que a la señora Grant se le haya ocurrido invitar a Fanny.

No había más que decir, o que pudiera ser dicho con algún provecho, en tanto no se presentara sir Thomas; pero la cuestión, puesto que estaba rela­cionada con la mayor o menor comodidad de que ella pudiera disfrutar el siguiente día por la tarde, se hizo tan predominante en la mente de lady

Bertram, que media hora después, al ver a su marido que asomó un momen­to la cabeza al interior al pasar por allí, mientras se dirigía del plantío a su habitación, lo hizo retroceder, cuando había ya casi cerrado la puerta, llamán­dole así:

––Thomas, atiende un momento; tengo algo que decirte.

Su tono de apacible languidez ––pues nunca se tomaba la molestia de levantar la voz––, se hacía siempre escuchar y atender; sir Thomas retrocedió. Ella empezó a referirle el caso y Fanny se deslizó inmediatamente fuera de la habitación; porque escuchar, sabiéndose ella misma el tema de cualquier discusión con su tío, era más de lo que sus nervios podían soportar. Estaba ansiosa, se daba cuenta... más ansiosa, quizás, de lo que hubiera debido estar, ya que... ¿qué importaba, en definitiva, si iba o se quedaba? Pero... si su tío estuviera largo rato considerando y sin decidirse, dando unas miradas muy serias, y estas graves miradas se dirigieran a ella, y, al fin, decidiera contra ella, probablemente no hubiera sido capaz de mostrarse debidamente sumisa e indiferente. Entretanto su pleito iba bien. Así se inició, por parte de lady Bertram:

––Tengo que decirte algo que te sorprenderá. La señora Grant ha invitado a Fanny a comer.

––Ya ––dijo sir Thomas, como esperando más para llegar a sorprenderse.

Edmund desea que vaya. Pero, ¿cómo voy a prescindir de ella?

––Llegará tarde ––dijo sir Thomas, sacando el reloj––; pero, di: ¿cuál es la dificultad que querías exponerme?

Edmund se vio obligado a hablar y llenar las lagunas del relato de su madre. Lo contó todo, y ella sólo tuvo que añadir:

––¡Es tan raro! Porque la señora Grant jamás tuvo la costumbre de invitarla.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora