CAPÍTULO XLVI

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Como Fanny no podía dudar de que su negativa había de producir una verdadera decepción, estaba casi segura, conociendo el carácter de Mary, que insistirían de nuevo; y aunque transcurrió una semana sin que le llegara una segunda carta, seguía aún con la misma idea cuando la recibió.

Al tomarla en sus manos, pudo darse cuenta en el acto de que contenía muy poco texto y conoció que seria como una carta urgente de negocios. El objeto de la misma era incuestionable. Y un par de segundos bastaron para sugerirle la probabilidad de que se trataba simplemente de notificarle que los dos, Mary y Henry, estarían en Portsmouth aquel mismo día, y para sumirla en un mar de agitación ante la duda sobre lo que debería hacer en tal caso. No obstante, si dos segundos pueden rodeamos de dificultades, otro segun­do puede dispersarlas; y antes de abrir la carta, la posibilidad de que Mr. y miss Crawford hubiesen recurrido a sir Thomas y obtenido su permiso empezó a tranquilizarla. La carta decía así:

«Un rumor de lo más escandaloso y perverso acaba de llegar hasta mí; y le escribo, querida Fanny, para prevenirla en el sentido de que no debe conceder a ese rumor el menor crédito, en caso de que llegue a propalarse por todo el país. Esté segura de que ha habido alguna confusión; un par de días bastarán para dejar las cosas en su punto y, en todo caso, para demostrar que Henry es inocente y que, pese a una momentánea étourderie, no piensa más que en usted. No diga una palabra de ello... no escuche nada, no suponga nada, no murmure nada; espere a que yo le escriba de nuevo. Estoy segura de que todas esas habladurías se acallarán y nada se probará sino la necedad de Rushworth. Si se han ido, apostaría mi vida a que sólo se han ido a Mansfield, y Julia con ellos. Pero ¿por qué no nos permitió que fuéramos por usted? Deseo que no tenga que arrepentirse. Suya, etc.»

Fanny quedó perpleja. Como ningún rumor perverso ni escandaloso había llegado a ella, le fue imposible entender gran parte de la extraña carta. Pudo tan sólo inferir que se refería a Wimpole Street y a Mr. Crawford, y tan sólo conjeturar que alguna imprudencia de bulto se había cometido en aquel sector, como para escandalizar a la sociedad y provocar, según temía miss Crawford, los celos de la misma Fanny, si llegaba a enterarse. Mary no necesitaba preocuparse por ella. Fanny lo lamentaba únicamente por las partes interesadas y por Mansfield, si hasta allí habían de llegar los comenta­rios; pero esperaba que no fuese así. Si los Rushworth habían ido a Mansfield, según podía inferirse de lo que Mary decía, no era fácil que les hubiera precedido nada desagradable o, al menos, que pudiera causar alguna im­presión.

En cuanto a Mr. Crawford, Fanny esperaba que el caso serviría para que él mismo se diera cuenta de sus disposiciones, para convencerle de que era incapaz de mantener un efecto constante por ninguna mujer del mundo, y avergonzarle de su insistencia en pretenderla a ella.

Era muy extraño. Fanny había empezado a creer que él la quería, realmen­te, y hasta a imaginar que con un afecto algo mayor que lo comente; y Mary, su hermana, aun insistía en que a él no le importaba ninguna otra mujer. Sin embargo, debió de haber una marcada exhibición de atenciones dedicadas a María Rushworth, debió cometer alguna tremenda indiscreción, pues Mary no era de las que pudieran dar importancia a una indiscreción venial.

Muy inquieta quedó Fanny; y así tendría que continuar hasta que Mary le escribiese otra vez. Le resultaba imposible borrar la carta de su pensamiento, y no podía desahogarse hablando de ella a ningún ser humano. No hacía falta que miss Crawford le recomendara el secreto con tanta insistencia; debió confiar en su buen sentido respecto del miramiento que había de tener con su prima.

Llegó el siguiente día, sin que llegara una segunda carta. Fanny quedó defraudada. Durante toda la mañana apenas si pudo pensar en otra cosa; pero cuando por la tarde volvió su padre con el periódico, como de costumbre, estaba tan lejos de esperar que le fuera posible elucidar algo por aquel conducto que, por un momento, llegó incluso a olvidarse del asunto.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora