CAPÍTULO XV

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Miss Crawford aceptó el papel de muy buena gana; y poco después que María Bertram regresó de la rectoría, llegó Mr. Rushworth y, por lo tanto, quedó adjudicado otro papel. Se le ofreció el del conde Cassel y el de Anhalt, a elegir, y al principio no supo por cuál decidirse y pidió a su prometida que le orientase; pero cuando le hubieron dado a entender el distinto carácter de los personajes recordó que una vez había visto la comedia en Londres y que Anhalt le había parecido un tipo muy estúpido, de modo que se decidió por el conde. María Bertram aprobó la decisión, considerando que cuanto menos tuviera que aprenderse su prometido, mejor; y, aunque no podía participar de sus deseos de que hubiera alguna escena en que el conde y Agatha intervinieran juntos, ni podía fácilmente contener su impaciencia mientras él hojeaba detenidamente la obra con la esperanza de comprobar que existía la tal escena para su satisfacción, ella se dedicó, muy amablemente, a reducirle todos los parlamentos que permitían ser abreviados, al tiempo que subrayaba la necesidad de que se engalanara mucho para salir a escena, cuidando de elegir unos colores del mejor gusto al combinar su atavío. A Mr. Rushworth le complació mucho la idea de presentarse tan adornado, aunque fingiendo despreciarla; y quedó demasiado atareado en imaginar el efecto que produ­ciría él para pensar en los demás, o para sacar cualquiera de las conclusiones o manifestar cualquiera de los sentimientos de disgusto que María había medio esperado de él.

Así de adelantadas estaban las cosas, sin que Edmund, que había permane­cido ausente toda la mañana, se hubiera enterado de nada; pero cuando entró en el salón antes del almuerzo, mientras Tom, María y Mr. Yates estaban entregados a la discusión del mismo tema, Mr. Rushworth fue a su encuentro con gran diligencia para enterarle de las gratas nuevas.

––Ya tenemos obra ––dijo––. Haremos «Promesas de Enamorados»; y yo seré el conde Cassel, y voy a tener que salir, primero, con traje azul y capa de satén rosa y, después, tendré que llevar otro elegante indumento de caza, de fantasía. No sé si me gustará.

Los ojos de Fanny seguían a Edmund y su corazón latía con fuerza al escuchar la comunicación y ver la cara que él ponía, comprendiendo cuáles habían de ser sus sentimientos en aquel momento.

––¡«Promesas de Enamorados»! ––con acento de pasmo, fue la única con­testación que dio a Mr. Rushworth; y se volvió hacia su hermano y hermanas, como sin atreverse a dudar de una contradicción.

––Sí ––corroboró Mr. Yates––. Después de todas nuestras discusiones y dificultades, descubrimos que nada podía ajustarse mejor a nuestros deseos, que no encontraríamos nada tan ideal como «Promesas de Enamorados». Lo asombroso es que no se nos hubiera ocurrido antes. Mi estupidez ha sido enorme, ya que con esta obra tendremos las ventajas de todo lo que yo vi en Ecclesford, ¡y es tan útil contar con algo que sirva de patrón! Hemos repartido ya casi todos los papeles.

––Pero... ¿y quién se encargará de los femeninos? ––inquirió Edmund gravemente y mirando a María.

Este se ruborizó a despecho de sí misma al contestar:

––Yo haré la parte que había de interpretar lady Ravenshaw, y ––añadió, mirándole con más audacia–– miss Crawford encarnará a Amelia.

––Yo no la hubiese considerado la obra más adecuada para representar nosotros ––replicó Edmund, alejándose en dirección a la chimenea, en torno a la cual estaban sentadas su madre, tía Norris y Fanny, y donde fue a sentarse también él, evidentemente disgustado.

Mr. Rushworth le siguió para decir:

––Yo aparezco tres veces y tengo cuarenta y dos parlamentos. Es algo, ¿no le parece? Pero no me seduce mucho lo de presentarme con una elegancia tan refinada. Casi no me reconoceré, metido en un traje azul y envuelto en una capa de raso de color rosa.

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora