CAPÍTULO XXXV

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Edmund había llegado a la conclusión de que correspondía por entero a Fanny decidir si entre ellos debía mencionarse su posición con respecto a Crawford; y había resuelto que si no partía de ella la iniciativa, nunca aludiría él al asunto. Pero al cabo de un par de días de mutua reserva, su padre le indujo a cambiar de idea y a probar la eficacia de su influencia a favor de su amigo.

La fecha, y una fecha muy próxima, se había fijado ya para la partida de Crawford; y sir Thomas pensó que no sería de más hacer otro esfuerzo en pro del enamorado antes de que abandonara Mansfield, de modo que todas sus profesiones y promesas de afecto inalterables contaran con un mínimo de esperanza para sostenerse lo más posible.

Sir Thomas sentía el más cordial anhelo de que el carácter de Mr. Craw­ford fuese perfecto en ese punto. Deseaba que fuese un modelo de constan­cia, e imaginaba que el mejor medio de conseguirlo sería no someterlo a una prueba demasiado larga.

A Edmund no le costó dejarse convencer para que interviniera en la cuestión: anhelaba conocer los sentimientos de Fanny. Ella solía consultarle en todas sus dificultades, y él la quería demasiado para resignarse a que le negara ahora su confianza. Esperaba serle útil, estaba seguro de que le sería útil. ¿A quién más podía ella abrir su corazón? Aunque no necesitaba consejo, sin duda necesitaría el consuelo de la conversación. Fanny se apartaba de él, silenciosa y reservada; era un estado de cosas antinatural... una situación que él había de forzar, pudiendo además creer que esto era lo que ella más ansiaba.

––Hablaré con ella, padre; aprovecharé la primera oportunidad para hablar­le a solas ––fue el resultado de tales consideraciones; y al informarle sir Thomas de que precisamente entonces estaba ella paseando sola por los arbustos, fue inmediatamente a su encuentro.

––He venido a pasear contigo, Fanny ––le dijo––. ¿Me dejas? ––añadió, tomándola del brazo––. Hace mucho tiempo que no hemos dado juntos un agradable paseo.

Fanny asintió más bien con la mirada que de palabra. Tenía el ánimo abatido.

––Pero, Fanny ––agregó él a continuación––, para que el paseo sea agradable, es preciso algo más que pisar juntos esta grava. Tienes que hablarme. Sé que algo te preocupa. Sé en qué estás pensando. No puedes suponer que no estoy enterado. ¿Es que todos me hablarán de ello menos la propia Fanny?

Fanny, a la vez agitada y desalentada, replicó:

––Si todos te hablaron ya de ello, nada quedará que pueda contarte yo.

––Respecto de los hechos, tal vez no; pero sí de los sentimientos, Fanny. Nadie más que tú podría revelármelos. No pretendo obligarte, sin embargo. Si es que no lo deseas tú misma, ya he terminado. Imaginé que podía ser un alivio para ti.

––Me temo que pensemos de modo demasiado distinto para que yo encuentre alivio hablando de lo que siento.

––¿Supones que pensamos diferente? No lo creo yo así. Me atrevería a decir que, si cotejáramos nuestros respectivos puntos de vista, resultarian tan coincidentes como en todo solían ser. Concretando: considero la proposi­ción de Crawford como la más ventajosa y deseable, de poder tú correspon­der a sus sentimientos; considero lo más natural que toda tu familia desee que pudieras corresponder a los mismos; pero siendo así que no puedes, has hecho exactamente lo que debías al rechazarle. ¿Puede haber ahí alguna discrepancia entre nosotros?

––¡Oh, no! Pero yo creía que me censurabas. Me imaginaba que estabas contra mí. ¡Qué gran consuelo!

––Este consuelo pudiste tenerlo antes, Fanny, si lo hubieras buscado. Pero, ¿cómo pudiste suponer que estaba contra ti? ¿Cómo pudiste imaginar que fuese yo un defensor del matrimonio sin amor? Y aunque en general fuese un despreocupado respecto de esas cuestiones, ¿cómo pudiste imaginarme así, siendo tu felicidad la que estaba en juego?

Mansfield Park - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora