Capiulo 4: El Sueño

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Las chicas llegan a casa y la rubia da un portazo detrás de Katherine. Esta se estremece para después girarse hacia ella. Rasca su brazo derecho con un gesto nervioso; todo se vuelve un silencio incómodo y éste es tal que si alguien gritara, no se oíria. La pelinegra se gira para después subir las escaleras a paso apresurado. Cierra la puerta y le echa el pestillo para después recargarse contra esta. Cierra los ojos, intentando controlar su respiración.

    Lo de hace un momento aún no se borra de su atiborrada cabeza.

    Miles de pensamientos invaden su mente pero ninguno logra darle explicación a lo ocurrido, ni uno solo. Lo único que hace es mantenerse recargada en la puerta, abrazando sus rodillas y observando cada parte de su habitación.

    Las paredes rojas se extienden a su alrededor y el piso color crema la sostiene. A unos cuantos metros de distancia se encuentra su cama, cubierta por sábanas blancas y un edredón unos tonos más claros que el de las paredes. Enseguida de ésta, un buró café sostiene una lámpara. Su tuene luz es lo suficiente para que Katherine se sienta cómoda, sin embargo esto no logra que se sienta en casa, aunque así sea.

    Ha pasado un año desde la repentina muerte de los padres de Katherine y, a pesar de que no sentía demasiado apego por alguno, no se siente cómoda en casa de los padres de Fer porque, simplemente ese no es su hogar.

    Se pone de pie con las manos temblorosas como apoyo y toma asiento en la gastada cama. Suspira y lleva ambas manos a su rostro de golpe. Niega frenéticamente.

    —No me estoy volviendo loca. No me estoy volviendo loca. No me estoy... ¡Ah!

    Se acuesta de golpe y rebota un poco en el colchón. Así se queda, con las manos en el rostro, algo frustrada, hasta que el cansancio rinde fruto y cae en un profundo sueño.

    Un ángel, no dos, dos ángeles de piedra. Ambos emergen desde las nubes para después posarse con suma delicadeza en el suelo, dejando una bruma de tierra a su alrededor. A sus pies, los humanos, los mortales, los admiran, maravillados ante aquellos magníficos seres que deleitan el alma de más de uno.

    Apenas se posan en el suelo, una extraña energía invade a los presentes. Paz, armonía, felicidad, todo esto y más inunda sus corazones, esto es lo que se puede percibir. Una extraña sensación los recorre de pies a cabeza. Los ángeles simplemente ignoran a los humanos. Alzan su vista al frente sin inmutarse y comienzan a hablar.

    —Katherine Wilson. Solo ella los salvará del inminente desastre. Búsquenla. A ella y a los elegidos.

     Y una vez dicho esto, se elevaron, de nuevo entre las nubes.

     Y Katherine despierta. Toma broncadas de aire para controlar su acelerada respiración. Cierra los puños alrededor de la blanca sábana. Se sintió tan real... Pero no lo era, no lo puede ser.

    Katherine no sabe si los ángeles son reales o no, pero si lo son, de seguro no bajarían a la Tierra, y menos a dar un aviso cual mensajeros. La chica se levanta con sumo cuidado, siente su cabeza a punto de estallar. Se sienta en el borde de la cama y dirige sus manos a su cabeza. Suspira y se pone derecha.

    Fue solo un sueño, o, quizá y solo quizá si se esté volviendo loca. Hay que tener en mente todas las posibilidades; piensa con aire pesimista.

    Se pone de pie, toma su ropa la cual descansa en el suelo y entra al baño.

Guerreros: Las Piedras Del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora