Capítulo 21: Reencuentro.

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Me bajo del taxi que se detuvo enfrente de la casa de mi madre, una pequeña morada en medio del campo. A mi madre nunca le gustó vivir en un lugar tan urbanizado, por eso cuando yo era pequeña mi padre le regaló una casa lejos de la ciudad. Desde ahí se dedicaron al negocio de la agricultura y les ha ido tan bien que me han estado pagando la universidad y me proporcionan una buena mesada.

Antes de que apareciera Andrés en mi vida, éramos una familia feliz, pero los problemas comenzaron cuando me veían todo el tiempo discutir con él o cuando me encerraba a llorar tardes enteras en mi habitación, papá y mamá no resistían la idea de ver a su única hija sufrir por un idiota que no valía ni un puto peso. Durante mucho tiempo tuvimos una mala relación, fui tan terca que nunca quise prestar atención a las cosas que decían de él — ese tipo no es para ti, Lilian. Es un bueno para nada —, me decía mi padre cada vez que le veía en la puerta de casa, yo otra vez le volvía a gritar amenazando con irme de la casa.

Cuando les presente la idea de irme a estudiar lejos, ellos felices aceptaron mi propuesta pero sabía que estaban más felices de que me alejará de este lugar a que tuviera un título profesional. Postulé a la universidad y a la semana me llegó un mail con la respuesta de que había sido aceptada, intenté meter mi vida en dos maletas pero me fue imposible llevarme tanto. Él último día que estuve aquí cometí el grave error de volver a estar con Andrés, mis padres no soportaron la idea y me llevaron esa misma noche a mi nueva casa. Y otra vez fui una tonta, despotriqué y les maldije una y otra vez prometiendo que jamás me volverían a ver en la vida. Hasta que apareció Matías en mi vida.

A Matías no le gustaba la idea de que ni siquiera llamara a mis padres para darles al menos las buenas noches, odiaba que fuera tan fría para pensar. Me decía que como él me ayudo a sacar de mi vida a ese imbécil, mínimo debía de ir en carne y hueso al campo a rogar por el perdón de mis padres en su compañía. No le hice caso en nada de lo que me decía, tenía un miedo terrible al enfrentarme a mis padres. Pero mi mejor amigo siendo más terco que yo, me secuestro — en serio —.

Fue un jueves en la tarde, estaba en plenas clases teóricas cuando irrumpió en la sala con un pasamontañas negro, todo el mundo quedó sin habla al verle disfrazado con un vil ladrón de banco. En ese momento me pregunté quien sería ese idiota, hasta que para mi sorpresa se acercó a mi lugar y pude ver sus ojos. Matías. Lancé una carcajada que sonó como un eco en toda la sala de clases, pero a él le importó una mierda, me echó sobre su hombro y me llevó hasta su auto, me amarró en el asiento del copiloto y manejo durante doce horas. Ni siquiera me pregunto la dirección de mi casa, llegó a ella sin titubeos.

— ¿Cómo lo supiste? — pregunté.

— Tengo mis contactos — curvó su boca.

— Te odio ¿lo sabes?

— Sí, tu mirada me lo dijo durante cinco horas.

Me mordí el labio nerviosa, después de seis meses sin ver ni hablar con mis padres me hace sentir una mal agradecida, porque a pesar de lo idiota que fui ellos seguían apoyándome económicamente.

— Tranquila — me dio un apretón en mi pierna —, apuesto que estarán muy felices de verte.

— Eso espero, Mati, eso espero.

Cuando llegamos a casa, mi amigo tuvo que bajarme a empujones y por poco casi me da un par de patadas, si hubiera sabido manejar de seguro me robaba el auto de Matías. Él tomó mi mano para demostrarme su apoyo, le miré agradecida de que estuviera aquí conmigo; no sé que haría sin él. Caminamos por la cerámica que papá puso con sus propias manos, para que no estropeáramos el césped al caminar hasta casa.

Quiero verte más © | PA#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora