“Primero de todo: deberás ir de negro. Ponte un pasamontañas para que las cámaras de seguridad no te reconozcan.
Lleva los guantes puestos. Entra por la parte trasera utilizando las llaves a las que les has sacado copia. Desconecta la alarma.
Ve a su despacho. Enciende el ordenador. La contraseña es: L9PKD83. Hay una carpeta que se llama “RV”. Cópiala al pen drive y apaga el ordenador.
Como ves hay una bomba casera. Lo único que tienes que hacer es dejarla en uno de los cajones de su escritorio. Quita la tapa del móvil. Verás un cable negro pelado. Conéctalo al cable rojo de la bomba y vete.
Mañana por la mañana, cuando él llegue al trabajo, llama a este número: *********. No te preocupes por nada más. Miguel Vázquez merece morir.
T.R.M”.
Vale. Tenía un pasamontañas negro de un carnaval de hace unos años. Él me había facilitado todo el material. Solo tenía que hacer lo que me decía, pero ¿Miguel merece morir? No sabía qué significaba y tampoco me iba a calentar la cabeza pensándolo. Simplemente decidí hacer lo que me decía.
Comencé a vestirme tal y como me pidió. Cogí todo lo necesario y lo metí en una mochila negra que tenía. El bar estaba cerca de mi casa, como a unos diez minutos.
A una manzana del bar, saqué el pasamontañas y los guantes y me los coloqué. A esa hora no se veía a nadie en la calle aunque era de supone. Eran las tres y pico de la madrugada.
Me dirigí a la entrada trasera, por la que entraba el personal. Saqué la llave y abrí la puerta. Desconectar la alarma era fácil. Simplemente había que introducir la fecha de apertura del bar, fecha que todos los empleados sabías; por lo tanto, yo también. Justo ahí no había ninguna cámara de seguridad. Estaban es la otra entrada, salón y despacho.
Me dirigí al despacho, que estaba a unos escasos diez pasos de la entrada. Al entrar, fui directamente hacia el ordenador y lo encendí. Introduje la contraseña que me dijo “mi jefe”. Mientras, abrí los diversos cajones del escritorio para ver dónde iba a dejar la bomba. El segundo cajón es el que más vacío estaba.
Busqué la carpeta y comencé a copiar los archivos. Saqué el móvil de la mochila y lo abrí. Tiré del pequeño cable negro y lo enredé con el cable de la bomba. Coloqué la bomba en el cajón y lo cerré. Miré la pantalla del ordenador. Aún le quedaban dos minutos para acabar.
En cuanto los transfirió, desconoecté el pen drive, lo guardé en la mochila y apagué el ordenador. Miré a mi alrededor para ver si había algo fuera de lo normal, pero no era el caso. Activé de nuevo la alarma y salí de allí. Me dirigí de nuevo a mi casa. Un mensaje nuevo llegó a mi móvil.
“Cuando llegues a casa, deja el pen drive en tu buzón. Buenas noches, Nerea”
No tenía ganas de discutir sobre ello así que en cuanto llegué, hice lo que me pidió. Estaba agotada así que fui directamente a dormir sin pensar en nada más.
A la mañana siguiente, mi móvil comenzó a sonar. Era la bendita alarma. Eran casi las 8, hora de apertura del bar, hora a la que Miguel ya estaría en el trabajo, hora ¿de su fin? No sabía si llamar o dejarlo pasar. En ese momento todo dependía de mi.
ESTÁS LEYENDO
Instinto Psicópata
Action¿Qué hacer cuando te llega un paquete con fotografías de tu familia y una nota amenazante?