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Llegó  el  día  del  juicio  contra  mi  padre.  Habían pasado dos  semanas  desde  la  detención.  Estábamos en el  juzgado, esperando  el  veredicto  del  juez. 

Al  día  siguiente  sería  el  juicio  de  Lena,  donde  la declararían  inocente  ya  que  Diego encontró  al  verdadero asesino de  su hermana  y ex.

Estoy  junto  a  mi  madre,  hermanos, abuela, que  no se  lo  tomó tan  mal,  es  una  mujer  fuerte;  Diego, Gustavo  y Lena.  El  juez  llegó  a  la  sala.

-Bien.  Ya  tengo el  veredicto. Este  juzgado declara  inocente  a  la  señorita  Nerea  Gómez  de  todos  los cargos  que  se  le  imputaban mientras  que  al  señor Javier Gómez  se  le  declara  culpable  de  todos  esos cargos, además  del  asesinato  del  padre  de  ésta  y del  hecho  de  obligar  a  alguien a  asesinar y robar. Le  condeno  a  45 años  de  prisión  con una  fianza  de  3 millones  de  euros. Caso cerrado  -y golpeó su mazo.

Salimos  del  juzgado celebrando mi  libertad y la  de  mi  familia.  Nos  fuimos  a  casa. Lena  vivía  con nosotros. Se  convirtió  en una  especie  de  hermana  para  mi.

[…]

Salimos   nuevamente  del  juzgado.  Una  vez  más, para  celebrar. Lena  también  era   libre.

Decidimos irnos  juntas  a  Madrid. Queríamos  empezar  una  nueva  vida  con trabajos  legales. Mi  familia,  Gustavo  y Diego nos  apoyaban.

Gustavo nos  dio dinero  para  pagar  durante  una temporada  el  piso y gastos  del  mismo.

Al  llegar  allí, nos  dirigimos  directamente  al  piso. Tardamos  unas  tres  semanas  en terminar  de decorarlo  y acomodar  nuestras  cosas.

Físicamente  volvemos  a  ser como al  principio,  yo  castaña  y con mis  gafas  y Lena  rubia  sin lentillas. Cuando vamos  por la  calle  hay  gente  que  nos  reconoce.  Algunos  nos  sonríen, otros  nos  miran dubitativos. Es  normal.  Si  supieran  que  yo  sí  hice  todo lo que  hice  porque,  en parte,  quise. Finalmente,  saqué  ese  instinto  psicópata, tal  y como  dijo mi  “padre”.

Lena  encontró un trabajo de  camarera  en  un bar. Sencillo,  pero daba  para  devolverle  el  dinero a Gustavo.  Por mi  parte  no encontraba  nada.

Un día, iba  paseando por un parque  en el  que  no suele  haber  gente  y me  senté  en un banco. Estaba observando  los  alrededores  cuando un hombre  se  acercó  hasta  el  banco  y se  sentó  a  mi  lado.

-¿Quieres  trabajar  con nosotros?  Sé  quién eres.  Sé  lo que  hiciste.  Aunque  te  obligaban a  ello,  lo hiciste  -dijo el  hombre  misterioso.

-¿Quién es  usted?  -le  pregunté  aún sin mirarle  a  la  cara.

-Eso no importa. Lo importante  es  que  tengo  un trabajo para  ti. Solo debes  seguir  las  órdenes  del  de arriba,  mi  jefe. Estamos  buscando  a  alguien que  se  atreva  a  destruir a  personas  poderosas. No es solo  matar. Queremos  un equipo. Sé  que  lo  tienes.  Solo  te  queda  reunirlo.  No dudes  en avisarme -dijo dándome  un papel  con un número  de  teléfono escrito en él.

-¿Por qué  yo?

-Eres  buena.  Solo  necesitas  aprender algunas  cosas  más  para  no dejar rastro.  Espero tu llamada.

Se  levantó  y se  fue.

[...]

Dos  días  después, cogí  mi  móvil  y marqué  el  número que  me  había  dado.

-¿Diga?  -contestó una  voz  que  ya  conocía.

-Acepto -dije  firmemente  -Tengo mi  equipo.  ¿Cuándo empiezo?

-Se  te  informará  en una  semana.  Bienvenida  -y colgó.

Tal  vez  no sea  una  psicópata, tal  vez  no nací  para  matar, pero  sí  para  hacer  justicia.

Instinto PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora