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Por suerte  teníamos  un gran punto  a  favor:  Gustavo.  Tenía  el  coche  aparcado cerca  de  la  entrada, desde  donde  estábamos  lo podía  ver.

  Y  algo  que  no sabía  nadie.  Él  era  un experto  en tecnología  así que  con un control  remoto desactivo la  valla,  así  que  pudimos  saltarla  como  si  nada.

Nos  subimos  al  coche  y arrancó alejándose  de  allí  rápidamente.

-En esa  bolsa  -dijo Gustavo señalando  una  bolsa  que  había  a  mis  pies, en  el  asiento  trasero -hay ropa  y otras  cosas  que  creo  que  vais  a  necesitar. En  nada  llegaremos  a  un lugar seguro y ahí  os podréis  cambiar.

-Bien -le  contesté.

Todo había  salido tal  y como  había  planeado.  Miré  a  Lena,  me  sonrió y le  sonreí  de  vuelta.  ¡Quién iba  a  decir que  en todo esto  sacaría  una  amiga!

Llegamos  a  un apartamento que  pertenecía  a  Gustavo.  Entramos  y era  bastante  lujoso. Se  notaba que  tenía  dinero.

Lena  y yo  fuimos  a  la  habitación  que  Gustavo  nos  indicó que  era  para  nosotras. Abrí  la  bolsa  y saqué  todo lo que  había  en ella. 

Primero  empezó  Lena  a  arreglarme  a  mi. El  pelo  me había  crecido  unos  centímetros  y ahora  me  llegaba  un poco más  abajo de  los  hombros.  Y  tenía  su color natural  y las  puntas  más  claras, tal  y como  me  lo teñí  antes  de  entrar  en la  cárcel. Lena  cogió el  tinte  castaño  chocolate  y me  lo echó.  Me  cortó un flequillo  recto  y me  alisó el  pelo. Los  ojos  los  llevaría  igual, con  las  lentillas  de  mi  color:  marrones  oscuros. Me  puse  un teggin negro y un jersey  de  color mostaza  junto a  unos  botines  del  mismo  color con cordones. A Lena  le  corté  el  pelo un poco  porque  le  llegaba  por la  cintura  y se  lo  teñí  de  negro azabache.  Le hice  unas  ondas  suaves  por todo  el  cabello  y le  puse  unas  lentillas  azules  oscuras. Se  puso un pantalón  burdeos  con un jersey  blanco con  una  flor negra  en pedrería  y unas  botas  negras. Salimos  de  la  habitación y Gustavo  nos  entregó un bolso negro  a  cada  una. Nos  sentamos  a  comer.

-En esos  bolsos  lleváis  vuestra  nueva  documentación,  dinero y una  pistola  cargada. Estad  bien atentas  a  vuestro alrededor.  Tu padre  no dudará  en buscarte  cuando se  dé  cuenta  de  que  has escapado.

-No te  preocupes.  Todo saldrá  bien -le  dije  terminado de  comer

-Ya  sé  lo  que  le  vamos  a  hacer.

-Pero antes  tenéis  que  conocer a  una  persona  -contestó  Gustavo.

-¿A quién?  -preguntó  Lena.

-A mi  hijo. Él  os  ayudará. Conoce  toda  la  historia.  Esta  tarde  vendrá.

-Está  bien  -le  contesté.

Llegó  la  tarde. Estábamos  en el  salón, sentados  en el  sofá  hablando  del  plan,  cuando sonó el  timbre. Gustavo  se  levantó  y dirigiéndose  a  la  puerta  dijo:

-Debe  ser él.  Ahora  venimos.

Sentimos  cómo habría  la  puerta  y se  decían algo  entre  ellos. Cerró  la  puerta  y vinieron  al  salón. Gustavo  estaba  acompañado  de  un hombre  de  unos  25 años  o así,  moreno, alto, ojos  oscuros  y muy parecido  a  Gustavo.

-Este  es  mi  hijo, Diego -dijo Gustavo señalando con la  mano  hacia  su hijo.

-Un placer  -dijo diego  -Tú -señalándome  a  mi  -debes  ser Nerea,  mi  prima  y tú  -señalando  a  Lena -su amiga,  ¿no?

Lena  asintió.

-Exacto.  Hola, eh, primo -dije  dudosa  por la  parte  de  “primo”.

-Podéis  confiar  en mi.  Conozco toda  la  historia. No os  juzgaré  por nada. Lo hecho,  hecho está  -dijo sentándose  en el  sofá  que  estaba  al  lado del  nuestro junto  a  su padre.

-Diego es  policía. Cree  que  puede  convencer  a  los  jueces  de  que  no actuaste  por decisión propia,  es decir,  quitarte  los  cargos  y ser libre.  Aunque  sabemos  que  no es  cierto,  pero mereces  esa  libertad.

Gustavo  era  un buen hombre. No me  culpaba  de  la  muerte  de  su hermano. Decía  que  fue  mi  padre quien lo  mató.

-En cuanto  a  ti  -continuó  diciendo,  dirigiéndose  a  Lena  -también  te  puede  ayudar.

-Cierto.  Investigué  tu caso nada  más  contármelo  mi  padre  y creo que  hay  otra  persona  detrás  de ello.

Así  que  parecía  que, finalmente, ambas  podríamos  ser libres  y,  si  salía  mal,  fugitivas.  Tampoco era tan mala  idea.

Instinto PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora