¿Lo crees?

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4 meses después;

- T-taya Yata Tad-da
- No Keith, repite conmigo; Ta-ta
- T-Ta Tata
- ¡Si! ¿Le escuchaste Malli?

Río ante el entusiasmo de Angie, la cual juega con mi hijo mientras yo limpio los platos que ensuciamos en la comida.

- Si, lo escuché. Se que mi hijo es adorable, pero debes controlarte, pareces una adolescente hormonada.
- ¡Dios! Es que es tan mono ¿De verdad puedes culparme?

No contesto a su pregunta, tan sólo ruedo los ojos mientras me concentro de nuevo en mi tarea, con una sonrisa en mi rostro.

- Cambiando de tema .- Dice la chica, aún con Keith en el salón.- Me preguntaba ¿Tu y Darío tienen problemas? Quiero decir, es obvio que siempre se están faltando el respeto, peleando e insultándose y-
- Tranquila, no nos odiamos, si es eso a lo que te refieres. Es, simplemente, nuestra forma de querernos. Sólo en un poco gilipollas, pero lo dejo pasar .- Contesto con humor, haciendo que Angie suelte todo el aire retenido .- Y cuentame ¿Que tal su relación?
- Genial, es atento, dulce, amable-
- Oh perdón, creo que nos hemos equivocado de persona. Ya sabes, mi Darío es un imbécil, un mamahuevo y un mongólico.

La sala se inunda a carcajadas que salen de la boca de Angie, las cuales despiertan a mis hijos en la planta superior.

- Yo voy .- Digo secandome las manos con un paño, aún con una sonrisa en mi cara.
- Te acompaño, quiero ver a los mellizos.

[...]

- Tranquilo, Mikey .- Susurro entre nanas, en un intento de calmar los sollozos de mi ruidoso hijo.

Yo sé que el bebé no tiene hambre, sed, el pañal sucio y que ni siquiera tiene sueño, se que es un acto de mimosería que es típico en los bebés, ya que el guarda su cabecita en mi cuello y suelta pequeños sollozos cansados.

- Vaya, parece que alguien está malito.
- Que va, sólo quiere mimos.
- El tiene mamitis .- Contesta ella, jugando con la pequeña nariz de Mikey.
- Dios, hacia años que no escuchaba esa palabra. Mi abuelo solía decírmela.
- ¿De veras? Nunca me habías hablado de él .- Me encojo en mi sitio ante la silenciosa invitación de mi amiga a contar la historia, invitación que acepto.
- Bueno, no suelo hablar mucho de él porque enseguida empiezo a llorar. El era un gran hombre, el mejor sin duda; fue un excelente marido, mi abuela y el compartieron una gran historia que duró desde sus doce años hasta el día de su muerte, cincuenta y siete hermosos años. En ese transcurso se convirtió en padre de tres hijos, dos hembras y un varón, entre ellos mi madre. Te puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que tuvo una gran vida, pero el tiempo hizo de las suyas. Ya no se acordaba de muchas cosas, como de sus apellidos, ocasionalmente se olvidaba de tomar algún medicamento o de comer .- A estas alturas, las lágrimas ya descendían por mis mejillas, pero eso no impide que termine el relato .- El tenía Alzheimer, una enfermedad degenerativa que no tiene cura definitiva. Con el paso de los años pasaron muchas cosas; sus recuerdos eran cada vez menos, adelgazaba con gran rapidez, el número de visitas al hospital se triplicó y su memoria era cuestionable, a menudo olvidaba nombres de familiares cercanos. Pero jamás olvidó el mio. Jamás olvidó mi nombre. Recuerdo como se le iluminaba la mirada cuando entraba en una habitación, su ilusión con tan solo verme me llenaba de amor. Pero entonces todo empeoró, le ingresaron en un hospital donde casi entra en coma, su salud era realmente inestable. Aún así, jamás se olvidó de mí. Cuando mi madre iba a visitarle preguntaba por mi, y mi madre le contaba todo lo que podía para distraerle hasta que llegase del colegio. Lo peor de todo, fueron las falsas esperanzas que me cree, las falsas esperanzas que el médico me dio al decirme que protón le darían el alta. Una gran y dolorosa mentira. .- Suspiro profundamente, preparándome para lo que viene a continuación .- A la mañana siguiente, no fue la alarma lo que me despertó, fueron los inconsolables sollozos de mi madre. Me levanté preocupada, pero no estaba preparada para lo que vino a continuación; "Princesa, Yeyo ha muerto". Fueron tres palabras, tres simples palabras, pero fueron tres palabras que me destrozaron la vida.

La habitación estuvo en un silencio, el cual se veía interrumpido de vez en cuando por mis sollozos.

- Escuchame Malli, no te derrumbes ahora. Piensa en como te ve el desde el cielo, piensa en lo orgulloso que debe estar de ti. No se si Dios existe o no, sólo se que, si el es como me has descrito, no dejaría a su nieta por nada del mundo, ni siquiera por la muerte.
- ¿Crees que me pueda ver? ¿Crees que mañana me pueda ver con mi vestido de boda?
- Si, princesa, lo creo

En ese caso, haré todo lo posible para que te enorgullezcas de mi, abuelo.

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