II. El Conde de Artigas

40 0 0
                                    

¿Quién era el Conde de Artigas? ¿Un español?


Su nombre parecía indicarlo. Sin embargo, en la po-


pa de su goleta se destacaba en letras de oro el


nombre Ebba, de origen noruego. Y si se le hubiera


preguntado cómo se llamaba el capitán de la Ebba,


hubiera respondido: Spada; y el contramaestre,


Effrondat, y Helim su cocinero, nombres que indi-


caban distintas nacionalidades.


¿Se podía deducir alguna hipótesis del tipo que


presentaba el Conde de Artigas? Difícilmente. Si el


color de su piel y sus negros cabellos, y la gracia de


su actitud, denunciaban un origen español, el conjunto de su persona no ofrecía esos caracteres de


raza que son peculiares a los oriundos de la penín-


sula ibérica.


Era un hombre alto, robusto, de cuarenta y cinco


años lo más. Por su continente calmoso y altivo, pa-


recía uno de esos señores indios a los que se hubie-


se mezclado la sangre de los soberbios tipos de la


Malasia. Si su temperamento no era frío, a lo menos


procuraba fingirlo. Tenía el gesto imperioso, la pa-


labra breve. En cuanto a la lengua de que él y su tri-


pulación se servían, era uno de esos idiomas parti-


culares propios de las islas del Océano Índico y de


los mares que le rodean. Verdad que cuando sus ex-


cursiones marítimas le llevaban al litoral del antiguo


o nuevo mundo, se expresaba con notable facilidad


en inglés, no revelando más que por un ligero


acento su origen extranjero.
Lo que había sido el pasado del Conde de Arti-


gas, las diversas peripecias de una existencia miste-


riosa, lo que era su presente, el origen de su fortuna-


evidentemente considerable, puesto que le permitía


vivir con gran fausto-, el sitio en que se encontraba su residencia habitual, o por lo menos el puerto de


anclaje de su goleta, ni lo hubiera podido decir na-


die, ni nadie se hubiera atrevido a interrogarle sobre


este punto; tan poco comunicativo se mostraba. No


parecía hombre que se comprometiera en una inter-


view, ni aun en provecho de los reporters americanos.


Lo que se sabía de él era únicamente lo que refe-


rían los periódicos cuando señalaban la presencia de


la Ebba en algún puerto, y particularmente en los de


la costa oriental de los Estados Unidos. Allí, en


efecto, la goleta iba casi en épocas fijas a aprovisio-

Ante La BanderaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora