¿Quién era el Conde de Artigas? ¿Un español?
Su nombre parecía indicarlo. Sin embargo, en la po-
pa de su goleta se destacaba en letras de oro el
nombre Ebba, de origen noruego. Y si se le hubiera
preguntado cómo se llamaba el capitán de la Ebba,
hubiera respondido: Spada; y el contramaestre,
Effrondat, y Helim su cocinero, nombres que indi-
caban distintas nacionalidades.
¿Se podía deducir alguna hipótesis del tipo que
presentaba el Conde de Artigas? Difícilmente. Si el
color de su piel y sus negros cabellos, y la gracia de
su actitud, denunciaban un origen español, el conjunto de su persona no ofrecía esos caracteres de
raza que son peculiares a los oriundos de la penín-
sula ibérica.
Era un hombre alto, robusto, de cuarenta y cinco
años lo más. Por su continente calmoso y altivo, pa-
recía uno de esos señores indios a los que se hubie-
se mezclado la sangre de los soberbios tipos de la
Malasia. Si su temperamento no era frío, a lo menos
procuraba fingirlo. Tenía el gesto imperioso, la pa-
labra breve. En cuanto a la lengua de que él y su tri-
pulación se servían, era uno de esos idiomas parti-
culares propios de las islas del Océano Índico y de
los mares que le rodean. Verdad que cuando sus ex-
cursiones marítimas le llevaban al litoral del antiguo
o nuevo mundo, se expresaba con notable facilidad
en inglés, no revelando más que por un ligero
acento su origen extranjero.
Lo que había sido el pasado del Conde de Arti-
gas, las diversas peripecias de una existencia miste-
riosa, lo que era su presente, el origen de su fortuna-
evidentemente considerable, puesto que le permitía
vivir con gran fausto-, el sitio en que se encontraba su residencia habitual, o por lo menos el puerto de
anclaje de su goleta, ni lo hubiera podido decir na-
die, ni nadie se hubiera atrevido a interrogarle sobre
este punto; tan poco comunicativo se mostraba. No
parecía hombre que se comprometiera en una inter-
view, ni aun en provecho de los reporters americanos.
Lo que se sabía de él era únicamente lo que refe-
rían los periódicos cuando señalaban la presencia de
la Ebba en algún puerto, y particularmente en los de
la costa oriental de los Estados Unidos. Allí, en
efecto, la goleta iba casi en épocas fijas a aprovisio-